Escuchar al líder de la nación es un factor esencial para cumplir con proyectos, para alentar y estimular valores, para conocer destinos, para incrementar identidad. Proponer un diálogo con los gobernados es para dar masaje, caricia al espíritu nacional. Es saber el peso de las palabras, es fortalecer ideas creativas, ganar adeptos con el objetivo de caminar aliados.

Este nuevo gobierno, el de la cuarta transformación, ha intentado acercarse a la población bajo el esquema de pláticas, más no conferencias, con inicio pero sin final. Se abren todos los temas y no se concluye nada. La improvisación es el motor que alimenta la adrenalina del Ejecutivo. Sale con su verdad única, indiscutible. No diseña, descansa en ocurrencias, y la nación merece más. Su participación debe estar articulada, bien armada, cobijada con datos contundentes y duros. Tendría que revisar su tendencia, su línea de pensamiento.

Asegura que la Guardia Nacional será civil y nombra a militares, cancela un aeropuerto por indicios de corrupción que no prueba, solicita perdón a la monarquia española pero le molesta la “filtración” del documento, quiere acabar con el crimen para ofrecer amnistías, reduce el abasto de gasolinas sin aprehender a un solo huachicolero. Un país no puede sobrevivir al día sabiendo que la nota es que no hay nota. Que lo mejor de la jornada fue el enfrentamiento. Que nadamos solo en un criterio, un dogma: todos los demás son corruptos. Que la intención es destruir sin considerar esquemas alternativos. Que sólo lo rodean personajes confiables para él o víctimas castigadas por administraciones anteriores. Que todos los presidentes son o innombrables o chachalacas o espurios. Que lo mismo vende aviones que retira pensiones, que despide gente o que se guía por lo que dice su dedito. Que a todos nos quiere convertir en beisboleros. Que la prensa es fifí y sus opositores “conservadores neofascistas”.

Mire, en el reciente Tianguis Turístico se limitó el espacio a líderes de opinión y medios de comunicación para dar entrada a “youtubers” incondicionales a López Obrador que gozaron de los privilegios y lujos que criticaban del pasado. Y el discurso presidencial, con impacto internacional, hablando de secuestros, de no atacar al gobernador “porque en su Estado sí lo quieren”, de seguridad pública vs. seguridad nacional; en fin, un abanico de ideas flojas que dejaron desconcierto.

Obligado a los comparativos históricos, la presencia del presidente en cualquier foro parece màs un asambleismo de plaza o un espacio protagónico que en Venezuela se conoce como “aló presidente”.