El presidente AMLO impuso la moda de gobernar al país a punta de llamativos y constantes escándalos.
Provoca alboroto para ser la nota principal de todos los medios, no importa el daño que cause. Su sexenio se perderá para rubros importantes, pero no será aburrido.
No se le da a López la discreción; le bulle glotonería por los jaleos y, así, no podrá nunca ser coagulante de la unidad nacional, tan urgente en esta época de acechanzas extranjeras.
El presidente López Obrador tuitea. Sus actos de autoridad importantes no se denotan en la carta magna, leyes, reglamentos, decretos, acuerdos y órdenes, sino por tuiter, conferencias mañaneras, o por simple memorándum, aunque estos contengan asuntos oficiales del ejecutivo federal y configuren actos unilaterales, imperativos y coercitivos.
Todo documento que firme el presidente (con el contenido del memorándum de semana santa 2019) debe ser firmado también por los secretarios del ramo que corresponda, pues “sin este requisito no serán obedecidos”, así lo ordena el artículo 92 constitucional.
Miente el presidente al asegurar que ese memo solo trata asuntos internos, ya que contiene temas graves de efectos externos a terceros.
El presidente López Obrador sigue mostrando ignorancia, que se observa claramente por la personal destreza que ejerce para exhibirla. O no tiene colaboradores capaces que le enseñen con honradez valiente o, en su soberbia, dice y hace como si lo supiera todo. Ambos casos afectan a México.
Con desgaire lanza mensajes cibernéticos: “Callaron como momias cuando saqueaban y pisoteaban los derechos humanos y ahora gritan como pregoneros que es inconstitucional hacer justicia y desterrar la corrupción”, cuando todos queremos justicia sin corrupción. Su colérica e ilógica respuesta ni explica ni justifica su ineptitud ni su marimorena táctica. Sus errores dañosos y objetivos están ahí, como siguen ahí los vicios y equívocos de sus antecesores, a su tiempo criticados.
Su colérica e ilógica respuesta ni explica ni justifica su ineptitud ni su marimorena táctica. Sus errores dañosos y objetivos están ahí.
López Obrador se enredó en un absurdo y azaroso mensajito: “La ley es para las mujeres y los hombres, no los hombres y las mujeres para la ley. La justicia está por encima de todo: si hay que optar por la ley y la justicia, no lo piensen mucho, decidan a favor de la justicia”.
La ley siempre es general, impersonal y abstracta; la aprueban seres humanos para regir sus conductas con hipótesis y consecuencias jurídicas.
La justicia, como valor jurídico orientador, debe concretarse necesariamente en ley, pero jamás puede ser lo que diga el dedito del señor presidente, exhortando irresponsablemente a no aplicar la constitución, sino solo su imprecisa justicia.
“Asesinatos como el de Minatitlán son fruto podrido de gobiernos pasados”, dijo, cuando lleva realmente ejerciendo la presidencia más de nueve meses, y prometió que de inmediato a su llegada habría paz y honradez.
López Obrador seguirá cargando sus propias culpas a los gobiernos anteriores. ¡Audaz cinismo!
