Dos novelas y algunos libros de historia o de crónicas resumen la agitada, densa vida política en el país desde la presidencia de Álvaro Obregón, 1920-1924, hasta la transición de la presidencia de Lázaro Cárdenas a la de Manuel Ávila Camacho.

Las novelas son La sombra del Caudillo de Martín Luis Guzmán y Los relámpagos de agosto de Jorge Ibargüengoitia; los libros de historia son de la autoría de Fernando Benítez, Roberto Blanco Moheno, Linda Hall, Tzevin Medin, John Dulles, Enrique Krauze, biógrafos de Plutarco Elías Calles; con datos de cada uno de esos autores puede armarse y desarmarse un rompecabezas que muestra el lado desconocido de una historia conocida.

La transición si no tersa cuando menos no violenta de Obregón a Calles (las cabezas más visibles del grupo sonorense), en donde partidarios de uno y otro integraron sus muy cambiantes gabinetes, hacía parecer que no había ruptura ni disensiones entre ellos. Tampoco había grandes diferencias entre sus tendencias sociales y políticas; comenzaron el crecimiento económico del país con atisbos de industrialización, además de una política agraria que cuando menos aparentaba responder a las peticiones de los campesinos con una incipiente reforma agraria y unas reformas laborales sostenidas por sindicatos afines a los caudillos.

No todo fue tan terso. La máxima maderista del “Sufragio efectivo. No reelección” la truncó la ambición de Obregón, quien forzó una salvedad: “No reelección inmediata”; por lo tanto, podía volver a ser presidente en el siguiente período (que pasaba de cuatro a seis años); esa ambición produjo rupturas en la familia revolucionaria: hubo intentos de rebelión, disensiones y radicalizaciones.

Obregón, presidente electo para el período 1928-1934, fue asesinado por un fanático religioso al que la prensa vinculaba con Calles; este, en un discurso memorable negó que pretendiera reelegirse; sin embargo, quedó como la cabeza de la familia revolucionaria; el Caudillo desapareció para dar paso al “hombre fuerte” quien, se dice, gobernó tras la “silla del águila” durante el gobierno provisional de Emilio Portes Gil, el gobierno constitucional de Pascual Ortiz Rubio, el interinato de Abelardo R. Rodríguez y los primeros meses de Lázaro Cárdenas, elegido (por Calles, se decía) para el período 1934-1940.

Luego de unos meses tensos, sobre todo por las huelgas que Cárdenas se negó a reprimir, respaldado por los nuevos líderes obreros, contra el liderazgo del callista Luis N. Morones.

La batalla, más que en el campo de las armas, se dio en las páginas de los diarios, que en su mayoría apoyaban a Calles; Cárdenas, muy joven, acabaría por doblar las manos, como lo habían hecho Pascual Ortiz Rubio y el menos conflictivo Abelardo Rodríguez.

Al menos eso decía la prensa e incluso la gente: un día apareció un letrero en el cerro de Chapultepec cuyo castillo albergaba la residencia presidencial: “Aquí vive el presidente; el que manda vive enfrente”. En el casco de la hacienda La Verónica donde ahora se encuentra el hotel Camino Real.

Tzevin Medin ha desmentido muchas de las creencias que surgieron entonces; ni Portes Gil ni Ortiz Rubio fueron dóciles; este último prefirió, en palabras de José Emilio Pacheco, renunciar a la presidencia antes que provocar una nueva guerra civil que hubiera sido desastrosa. El día de su segundo informe presidencial los cañones de la Ciudadela apuntaban hacia Palacio Nacional; terminó lo que Medin llama “minimato”, contra la calificación que recibía Calles, de jefe máximo de la Revolución.

Es cierto que los puestos clave de su gobierno lo ocupaban callistas: Portes Gil, Cárdenas, Juan José Ríos, Luis Montes de Oca, Alberto J. Pani, Joaquín Amaro, Abelardo Rodríguez, Pérez Treviño, Luis León, Aarón Sáenz, Gilberto Limón.

Cárdenas, el primero en hacer cumplir el Plan Sexenal, comenzó su gobierno con destacados callistas, un hijo de Calles entre ellos, hasta que el 15 de junio de 1935, día en que pidió la renuncia a la mayoría de ellos; la causa: la división entre quienes apoyaban su política a favor de las huelgas de obreros, y los seguidores de Calles, que sostenían que las huelgas eran ilegales y que afectaban la economía nacional.

 

Un día apareció un letrero en el cerro de Chapultepec cuyo castillo albergaba la residencia presidencial): “Aquí vive el presidente; el que manda vive enfrente”.

 

Semanas antes hubo amenazas de levantamientos en diversos estados pero, sobre todo, había una guerra de declaraciones en la prensa entre callistas y cardenistas; un senador, Ezequiel Padilla, preparó un texto en el que Calles criticaba duramente la política Cárdenas, que entregó a todos los diarios, que lo publicaron sin objeciones; solo El Nacional, portavoz oficial del Partido Nacional Revolucionario, se abstuvo de publicarlo.

Ante el fortalecimiento de Cárdenas, Calles abandonó la capital para trasladarse a su natal Sonora. Pero no hubo mucha tregua.

La guerra continuó con cambios en el gabinete y declaraciones, si no de Cárdenas de consejeros y aliados, entre ellos Vicente Lombardo Toledano, quien haría frente al liderazgo del líder obrero Luis N. Morones; renuncias, cambios en resultados de elecciones estatales, etc.

Apoyos cada vez mayores hacia Cárdenas hicieron más turbio el panorama; cada declaración de Calles a la prensa (“el presidente no me hace caso”) hacía predecible un enfrentamiento mayor; la sensación en la gente era que un presidente débil se enfrentaba al “hombre fuerte”, hasta que en abril de 1936, pocas semanas después de su regreso a la capital, Plutarco Elías Calles fue expulsado del país, junto a algunos de sus allegados: Luis León y Melchor Ortega: otros callistas fueron expulsados del partido oficial; otros más separados de sus cargos o desaforados por ser acusados de asesinar a diputados cardenistas.

Cárdenas tuvo un solo medio impreso que lo apoyó, el diario El Nacional, que se había fundado bajo el poder callista y había sido dirigido por destacados callistas, Basilio Badillo el primero (una calle cerca al diario —que ya no existe— aún lleva su nombre); le fue suficiente para conservar el apoyo popular.

Faltaba el golpe maestro: la fotografía que perpetuaba la imagen de Calles abordando el avión que lo llevaría a Texas, lo mostraba con un libro, Mi lucha, de Adolfo Hitler; así, Calles pasó a la historia como un seguidor de Hitler, mientras que Cárdenas se puso del lado bueno. Solo que es una historia que la prensa dio por buena sin verificar, como debe hacer toda publicación, la otra versión: el otro libro que lleva Calles era El capital, de Marx.

Hay otras consideraciones que no hemos hecho: por entonces Hitler se pronunciaba por un socialismo que beneficiaba al pueblo alemán; aún no estallaba la guerra mundial ni Alemania había invadido Checoslovaquia. En México había simpatías por el nacionalsocialismo, como han visto varios investigadores, entre otros Héctor Orestes Aguilar, una de las cuales hasta hace poco quedaban vestigios: un famoso restaurante en Paseo de la Reforma que tenía en la entrada una esvástica y no era la única residencia que la ostentaba.

Otro ángulo: luego de la expropiación de 1938, y el boicot estadounidense e inglés, el petróleo mexicano se vendía petróleo nacional directamente al gobierno alemán; la Guerra Civil Española y la postura de Cárdenas ante ese conflicto propiciaron un viraje definitivo. Pero eso fue olvidado por la historia. Cárdenas, como pocos presidentes, supo usar a la prensa con habilidad, y con pocos medios, venció a todos los diarios que apoyaban a Calles. Una historia librada en parte en la prensa, que no fue la primera y desde luego no será la última.