La poesía, señala Johannes Pfeiffer, es el arte que se manifiesta por la palabra, como la música es el arte por los sonidos, y la pintura arte que se manifiesta por los colores y las líneas. Esta definición  no deja de ser abstracta por relativa, habría que matizar que la palabra es el medio, lo cual ocurre con el resto de los  géneros literarios, y —si se omite el rasgo artístico— la palabra es el medio de cualquier discurso hablado o escrito.

Todo texto literario se caracteriza por sus funciones lingüística y social; por la reacción que provoca en la sociedad; el texto, en palabras de Hjelmslev, establece significado (contenido) y significación: “la sustancia del contenido”. Para Suassure la significicación es la relación de presuposición entre el significado y el significante, a su vez, uno de los dos elementos que cuando se unen constituyen el signo lingüístico: la imagen acústica, cuyo elemento de asociación es el significado, que es, a su vez, el concepto, la idea evocada por quien percibe e interpreta el significante. En suma: el significado es el concepto mental relacionado a la imagne acustica que es el significante.

Sí se agrega el horizonte lingüístico, la comprensión propiamente del objeto literario, desde su gestación hasta su recepción, “Un poema es una declaración moral, verbalmente inventiva y ficcional en la que es el autor, y no el impresor o el procesador de textos, quien decide dónde terminan los versos”. Terry Eagleton añade que aquí moral no alude a prohibición alguna; tampoco contrasta con inmoral sino con nociones como histórico, científico, estético o filosófico.

La poesía, entonces, indaga, medita, se sumerge en los valores humanos. Eagleton aclara que “casi todas obras literarias incluyen proposiciones objetivas, pero lo que las convierte en obras literarias es que esas proposiciones no se incluyen por su objetividad” como lo es un señalamiento de vialidad (“manténgase a la izquierda”).

Cuando utilizan este tipo de indicaciones en los discursos literarios, adquieren rasgos simbólicos y, de paso, subvierten la lengua e identifican el estilo de un autor o una autora.

Carol Ann Duffy (Glasgow, 1955) es una poeta de origen católico; creció en una  zona humilde de Glasgow. Su padre, electricista sindicalista, se mudó con su famila a Stafford (Inglaterra) cuando Duffy contaba con seis  años  de edad; cinco años después empezó a escribir poesía y a los quince años publicó su primer poema. Más tarde; para estar cerca del poeta Adrian Henri, fue a la Universidad de Liverpool, donde estudió filosofía. Desde 1983 a la fecha ha recibido una veintena de premios por su obra, que también incluye literatura infantil: entre poemarios, comedias y antolgías se han publicado medio centenar de obras de Duffy.

 

Desde 2009 es poeta de la corte del Reino Unido.

 

El poema como plegaría (2017) es un libro desgarrador por su crítica —entre el humor  y el drama—; por la iluminación natural de sus imágenes; por la contundencia de las descripciones, digamos, teatrales: escenificados en sus  versos. (Mi corazón está en el suelo, como cuando mi amada / cayó en mis  brazos y murió. He aprendido / las leyes solemnes de la alegría y la tristeza, desde / la escarcha matinal hasta el brillo nocturno de la luciernaga.)

La poesía  de Duffy nos  habla de la elementalidad y profundidad de la existencia: de la vida cotidiana con la brutalidad, los fulgores y la miseria de la condición humana. Significa que emerge la verdad de la poeta quien pone, establece un ente (el poema). Así, explica Heidegger, “la esencia del arte sería: ponerse en operación la verdad del ente”. Añade, en Arte y poesía (1952; 1958 en español): “hasta ahora el arte tenía que ver con lo bello y la belleza y no con la verdad”, y precisa: “En el arte bello, no es bello el arte, sino que se llama así porque crea lo bello. Al contrario, la verdad pertenece a la lógica. Pero la belleza se reserva a la estética”.

Vida diaria, naturaleza y mirada sobre los intersticios de las cosas de la domesticidad existencial son motivos recurrentes en la poesía de Duffy; estamos, pues, ante la indagación, maleabilidad, desarticulación de la palabra; del habla que se sintetiza en una verdad. Todo poeta que dignifica la palabra y su escritura ha de arrancar los más reconditos sentidos que tienen las cosas, las valoraciones y las personas al nombrarse.

El ser y el estar se encuentran, se alejan; se funden y se dislocan: Toda infancia es una emigración. Algunas son lentas / dejándote parada, resignada, en una avenida / donde no hay nadie que conozcas. Otras son repentinas.

La poesía de Duffy palpita con agitación la percepción del mundo que se contiene y forja en el proceso de la escritura. En ese trayecto la memoria es fundamental; ahí pasado y presente coinciden,  se oponen y se complementan, cíclica o atemporalmente: Mi amante se alza y desciende sobre mí, sin saber / que me he escondido en mi corazón, donde me mezco / y lloro por lo robado, lo perdido. Háganme el favor. / Es como un terremoto y no hay nadie a quien decirle.

El sarcasmo como salvación ante lo inevitable: el decurso del tiempo y los malentendidos que cultivan ilusiones, germinan, lanzan y florecen en albas obsesivas. …El odio / del amor detrás de un velo blanco; un globo rojo que revienta / en mi cara. Pum. Apuñalo un pastel de boda. Denme / el cadáver de un hombre para una larga, lenta luna de miel. / No pienses que sólo el corazón se r-r-r-rompe.

La poesía de Carol Ann Duffy, quien desde 2009 es poeta de la corte del Reino Unido, se ha nutrido de la templanza y fortaleza  de la tradición. El poeta, ensayista y editor Victor Manuel Mendiola señala en la introducción de esta Plegaria que lo increible de la poesía de Carol Ann Duffy reside en como si “la escritura tuviera la certidumbre de que los hechos del mundo son una narración, un cuento, una ficción inevitable”.

Duffy también trastoca mitos y leyendas, por ejemplo en “Caperucita roja” representa la pérdida de la inocencia: Al terminar mi niñez, los campos de juegos sustituyeron / las casas, las fábricas, los lotes, / mantenidas como amantes de abatidos hombres casados, / la silenciosa línea férrea, / caravana de ermitaños, / hasta que por fin viniste a la orilla del bosque. / Fue allí donde por primera vez puse los ojos en el lobo.

El poema como plegaria si bien se puede leer desde la designación y discurrir de la vida cotidiana y sus objetos, tambien es —como en toda gran obra literaria— una  búsqueda y elaboración con el lenguaje, en sí mismo, que puede ser medio, instrumento y fin: …a usted, yo adoro, lo adoro, / y saber que en mis labios / reside la sintaxis de mi amor, y mirar en los ojos de usted. / El lenguaje del amor empieza, se detiene, empieza; las palabras correctas fluyen o se coagulan en el corazón.

Esta antología contiene poemas de nueve libros de la poeta escocesa, profesora en Manchester Metropolitan University.

 

Carol Ann Duffy, El poema como una plegaria (Antología), México, Tucán de Virginia (Selec. Eva Cruz y Marina Fe); Trad. Eva Cruz, Marina Fe y Víctor Manuel Mendiola.