La política del escándalo reporta muy jugosos réditos en el corto plazo, pero presenta facturas desastrosas en el mediano y largo. A la corta distrae o entretiene a un pueblo urgido de soluciones de fondo para cuya satisfacción sus gobiernos han resultado inútiles o, por lo menos, insuficientes.

En el peor de los casos, si no distrae a todos por lo menos lo logra con una buena proporción de la sociedad y, con ello, los gobernantes se sienten momentáneamente liberados de las presiones que les generan aquellos impertinentes que reclamamos seguridad, justicia, empleo, salud, educación, vivienda y esperanza.

Esa es la razón por la que los gobiernos de los diversos niveles se han vuelto propensos al escándalo. Esta práctica puede no tener mayores consecuencias en aquellas sociedades opulentas que se encuentran inmersas en el aburrimiento, a fuerza de tener todo satisfecho y ya nada más que desear.  Hay pueblos heridos de muerte por el tedio que produce el tener todo y el no aspirar a nada.

Es allí donde tienen que gestarse los espectáculos del escándalo.  Princesas infieles. Ministros rateros. Banqueros pederastas. Reyes homosexuales.  Espionajes y latrocinios. Todo un menú amplísimo para aquellos pobres pueblos ricos que les sobra el pan, pero les falta el circo.

 

El escándalo, como recurso de gobiernos que enfrentan problemas que no pueden resolver, sólo pospone y distrae de las soluciones.

 

 

Sin embargo, es muy peligroso que instalemos también el circo en las naciones donde nos falta el pan. Digo esto porque nosotros estamos apremiantes de soluciones.  No de distracciones ni, mucho menos, de diversiones.  Cada vez que un escándalo paraliza la vida política mexicana viene a mi memoria un lejano episodio internacional.

Cuentan muchos –y entre otros Jean Jacques Servan-Schreiber– que hace poco más de cuarenta y cinco años el Rey Faisal planeó durante largo tiempo un embargo petrolero contra los países industrializados no productores de petróleo.  El asunto tenía que orquestarse en varios lugares del planeta. Washington entre ellos. El Rey de Arabia calculó todo menos un solo detalle. Para cuando el jeque Ahmad Zake Yamani, ministro saudita del Petróleo llegó a la capital norteamericana todo estaba trastornado. Un gran escándalo había paralizado a la Casa Blanca. El presidente estaba aislado. El país estaba estupefacto. Toda la clase política norteamericana sólo pensaba en una sola cosa: Watergate. Yamani fue recibido cortésmente, pero nadie lo escuchaba. Parecía un hombre de celofán a través del cual se podía ver sin notar su presencia.

En una conferencia utilizó la temida palabra “embargo”. Nadie prestó atención. Sólo un funcionario, James Akins, se puso en alerta. Redactó un informe para Nixon con copia para Kissinger. Nixon no leería nunca el Informe Akins y Kissinger  lo archivaría. Todo el cálculo de Faisal se había ido al caño, para bien o para mal.

Por eso lo he recordado. Esa parálisis es el primer producto de los escándalos. Esa es una alerta para México. Mientras sigan las estridencias no podrá consolidarse nada ni en mejoría, ni en progreso, ni en perfeccionamiento.  No se refinará nuestra democracia ni se instalará la gobernabilidad. No crecerá el empleo ni la inversión. No se ampliará la salud ni la educación. No mejorará la seguridad ni triunfará la justicia.

Aquel dueño del mundo, Claudio César Tiberio, recomendaba proveer de pan y circo. Pero no uno en sustitución de lo otro. Por eso fue dueño del mundo hasta que murió, ya bien anciano. Pero hubiere seguido siéndolo así hubiere vivido trescientos años.

 

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