Una historia se refiere a “la isla coronada, el semiparaíso, la fortaleza que Natura construyó para sí misma”, de la que habló el Ricardo III de Shakespeare. La otra a “una isla diminuta, encapotada, miserable y gris en un rincón lluvioso de Europa”, como la describe la famosa actriz británica Emma Thompson. El país del que habla Shakespeare en boca del perverso Ricardo III, es la Gran Bretaña que imaginan los partidarios del brexit. Por el contrario, la isla que describe Emma Thompson es la de una Gran Bretaña —insignificante— que pretende cortar las amarras de la Unión Europea (UE) hipotecando su futuro.

Tan disímiles, contrapuestas imágenes de la Gran Bretaña —del Reino Unido— muestran con claridad meridiana la división y polarización de su sociedad, frente a la opción de que el país permanezca vinculado a la Europa comunitaria o de separarse de ella, el brexit. Una separación, un divorcio, que el sentido común califica de locura, pero que fue decidido por más de la mitad de los británicos que votaron en el referéndum del 23 de junio de 2016. En una consulta a la que acudieron 33.568,016 electores, es decir, el 72.2por ciento de los inscritos. Todo un record.

El tema ha sido abordado hasta la saciedad en los medios. Siempre! no ha sido excepción: el 1º de diciembre me publicó el artículo en el que emplee textualmente la cruel descripción de Emma Thompson, titulándolo: “El brexit de ‘una isla diminuta, miserable y gris en un rincón lluvioso de Europa’”. Todavía la semana pasada, la revista publicó la colaboración de Estela Bocardo, titulada “Brexit sin acuerdo. Cada vez más cerca del abismo”.

Sin embargo, el tema sigue vigente y es noticia de primera plana, por lo que vuelvo a tratarlo. Para hablar de los personajes británicos, particularmente políticos, involucrados y de sus maniobras; de las campañas de los partidarios del remain, pero sobre todo de las que lanzaron los partidarios del divorcio de la Unión Europea.

Ese 23 de junio en el que tuvo lugar el referéndum fue saludado como “Día de la Independencia”, por The Sun, en su primera plana. Fue la culminación exitosa de la campaña del Vote leave, durante la cual el 82 por ciento de los artículos publicados en el país fueron hostiles a la UE. Una campaña sucia que contó con apoyos millonarios y la pasión, agresividad y decisión de quienes la armaron y llevaron adelante; contrastando con la desganada campaña que llevaron a cabo los partidarios de la permanencia del Reino Unido como miembro de la UE.

 

 

Una campaña sucia que contó con apoyos millonarios y la pasión, agresividad y decisión de quienes la armaron y llevaron adelante; contrastando con la desganada campaña que llevaron a cabo los partidarios de la permanencia del Reino Unido en la UE.

 

Para comenzar, comparo las actitudes —el compromiso con su causa— de quienes promovían una u otra opción. Entre los defensores de la permanencia del Reino Unido en Europa destacó la de David Cameron, el primer ministro que propuso la consulta, de cuyo resultado dependía su propia permanencia en el cargo, y cuyo resultado seguramente ha enterrado su carrera política. Del lado de los promotores del divorcio de Europa, no puedo omitir al ultraderechista Nigel Farage y a Boris Johnson, el carnavalesco político del partido conservador, exministro de relaciones exteriores.

Mucho se ha hablado del error de Cameron de convocar a un referéndum, para contrarrestar la violenta y exitosa campaña política del ultra Nigel Farage y el Partido de la independencia del Reino Unido (UKIP), que constituía una amenaza al partido conservador al cual arrebataba adeptos. Error de cálculo del ministro que contaba con que el resultado del referéndum sería favorable a la permanencia del Reino Unido en la UE.

No es del conocimiento general, sin embargo, la información sobre el interés y la intensidad de la campaña, que el primer ministro y los partidarios del remain debieron llevar a cabo. Sobre todo ante la agresividad, violencia y abundancia de fake news de los partidarios del brexit.

Los críticos de la actuación de Cameron en el tema del brexit, que no son pocos, recuerdan que alguna vez habría confiado al entonces ministro laborista de asuntos europeos (2002–2005) que era “más euroescéptico de lo que pudiera imaginarse”.

También recuerdan sus críticos que, a mediados de los años 2000, jugó con la idea de un referéndum sobre las relaciones con Europa, para hacer frente al “euromaníaco” Tony Blair, como lo calificaban los tories. No olvidan, por último, que en octubre de 2011, a un año y medio de iniciar Cameron como primer ministro, reapareció la idea del referéndum, ante la crisis del euro y el aumento del poder del eje franco-alemán y los riesgos —temían los británicos— de mayores cesiones de soberanía.

La conclusión general de los críticos de Cameron es que, ciertamente no es un encarnizado antieuropeísta, pero tampoco ha sido un defensor ferviente de la permanencia del Reino Unido en la UE. Él, al igual que otros partidarios del remain, así fuera por conveniencia, hicieron una campaña desvaída a favor de la permanencia, que fue barrida por la impresionante ofensiva de los brexiters.

Cameron —como muchos otros— no pudo liberarse del ADN británico, más bien inglés, reactivo a Europa, nostálgico del imperio británico y creyente en la Commonwealth y en el poderoso familiar de allende el Atlántico. Lo que ha significado —ya lo dije— el fin de su carrera política y ha contribuido a la tragicomedia que es el brexit y la catástrofe que puede ser para el Reino Unido; así como los “daños colaterales” que habrá de provocar para Europa y otros actores, países y regiones.

Los líderes partidarios del brexit fueron más visibles, agresivos y eficaces. Boris Johnson fue uno de los principales, carismático, ambicioso y carente de todo escrúpulo. Compañero de estudios —Eton y Oxford— y camarada de Cameron, ambos de la alta sociedad, es político, como él —fue alcalde de Londres y ministro de exteriores en el gabinete de Theresa May—; y es, además, celebrado periodista, que a fines de los años 80 impuso la eurofobia, a título de moda. Ambos, el expremier y Johnson, en competencia política permanente —en la que campeaban, dicen sus críticos, el cinismo y la ambición sin límites— librarían con el brexit su última batalla.

El otro líder brexiter fue Nigel Farage, carismático igual que Boris Johnson. Sin embargo este no gusta de aparecer a lado de Farage, no solo eurófobo sino xenófobo feroz, con el insulto a flor de labio, del que ha hecho víctimas tanto a los inmigrantes como a Bruselas y sus representantes. A la cabeza del UKIP, le ha conquistado éxitos impresionantes: el 27 por ciento de los votos en las elecciones europeas de 2014, con mejor score que los tories y los laboristas; recibió del Times el título de “Hombre del año”, en 2014. Por otra parte, Farage y el partido recibieron cuantiosos donativos de Arron Banks, un millonario cuya fortuna tiene orígenes opacos; quien además ha tenido misteriosos encuentros con el embajador ruso en Londres.

Farage no es más el jefe de UKIP y ahora colabora con Steve Bannon, el exasesor de confianza de Trump, ahora en Europa, colaborando con la ultraderecha eurófoba. Banks, por su parte, también asignó recursos millonarios a la campaña del leave, que ha contado con el invaluable apoyo de dos empresas del sector cibernético: AggregateIQ y Cambridge Analytica, uno de cuyos principales accionistas es Robert Mercer, ultraconservador que financia la actual campaña política del mandatario estadounidense. Las mencionadas empresas han manipulado, a través de mensajes, a participantes en el referéndum.

El brexit, esta barbaridad que ya cobra factura política, social y económica al Reino Unido, que cobró la vida de la diputada irlandesa Jo Cox, asesinada por un jardinero desempleado, vinculado a la liga de defensa inglesa, de extrema derecha, agita, por una parte, las aguas de la eurofobia en el continente, con los dirigentes ultra, como Marine Le Pen, Mateo Salvini el vicepresidente italiano, Geert Wilders y líderes de otros partidos ultraderechistas. Organizándose para tener un exitoso performance en las elecciones del parlamento europeo, el 26 de mayo próximo que les dé peso e influencia en Bruselas.

También repercute este inacabado e inacabable proceso en la UE, temerosa de una salida incontrolada del Reino Unido, que cause graves consecuencias al club comunitario. Que ya muestra desacuerdos en cuanto al nuevo plazo que la primera ministra Theresa May ha solicitado a Bruselas para que su parlamento le autorice el plan de salida que tendrá que someter después a Bruselas.

Están igualmente espectantes —y débilmente esperanzados— los veintisiete europeos en el eventual acuerdo entre May y Jeremy Corbyn, el líder laboristas para avanzar definitivamente en la solución del brexit. ¿Cuál?, quién sabe.