Por J.M. Servín

 

Fui a ver al cine El complot mongol, dirigida por el español Sebastián del Amo con guion de él mismo, en un Cinemex de la colonia Roma dentro de una plaza comercial con sórdidos locales de chácharas y comida chatarra que recuerdan a Meave. Ese mismo día vi en el MAM la exposición del fotógrafo Antonio Caballero, un dandi genial de la fotografía farandulera de estudio e introductor de la fotonovela en México en la década de 1960.

Hice mi recorrido de enlace de época entre fotografía y cine a media tarde, el horario de los psicópatas, los ancianos y los solitarios. Habíamos unos veinte en la sala parecida a un cuarto oscuro de antro sexoso. Como es bien sabido, El complot mongol, escrita por Rafael Bernal, es la novela policiaca mexicana mas popular de todos los tiempos pese a que la anteceden dos joyas del género: Ensayo de un crimen (1944), de Rodolfo Usigli, y Lo de antes (1968), de Luis Spota. Ambas fueron llevadas al cine con muy buen oficio por Luis Buñuel en 1955, y Arturo Ripstein en 1979, respectivamente. A pesar de que esas dos novelas son mucho más complejas en su entramado, la de Bernal es piedra angular del género. Su primer versión en cine data de 1977 bajo la dirección de Antonio Eceiza. Olvidable.

Publicada en 1969, El complot mongol no tuvo repercusión entre la crítica literaria de su época, pero con el paso de los años se convirtió en el ejemplo a seguir de un buen puñado de escritores mexicanos que han convertido los logros de Bernal, en un pastiche que podríamos llamar “ñoñoir”.

Aunque la versión en cine de del Amo de El complot mongol tiene el mérito de descubrir a las audiencias de hoy un clásico de la literatura popular mexicana, la cinta tiene a mi manera de ver algunas limitaciones.

Sigue al pie de la letra el argumento original y no se ve por ningún lado un aporte creativo en el guion. Es demasiado literal y, por lo tanto, plano, salvo la escena donde Martita, a diferencia de lo que ocurre en la novela, se faja al matón a sueldo Filiberto García y casi consuman el acto sexual, y una frase de García al interrogar bajo tortura a un chino sospechoso que habla español como cubano de Miami: “copelas o cuello”, aludiendo a Javier Lozano que, como secretario del Trabajo, en 2007, amenazó al empresario mexicano de origen chino Zhenli Ye Gon, detenido por lavado de dinero.

El barrio chino más pequeño del mundo, ubicado en la calle Dolores donde subsiste una cantina legendaria “Tío Pepe”, llamada originalmente “La Oriental”, aparece desdibujado, sin la sordidez populosa que lo distingue hasta hoy como curiosidad exótica del centro de la Ciudad de México en una zona de edificios habitacionales decó repleta de cabarets. Lo mismo hubiera dado recrear la trama en La Merced o en Masaryk.

Luego de una hora de proyección uno empieza a retorcerse en el asiento, inquieto, preguntándose cuánto más dura la peli, a la que falta acción y un encuere digno de un barrio donde alguna vez hubo garitos y se consumía opio. Se extrañan los juegos de luz y sombras del cine negro que apuntalan la tensión narrativa en lo que puede o no ocurrir. Encerrada la imagen en interiores al igual que en la novela, hubiera estado buena una balacera o una persecución en las calles, que Martita bailara sensual desnudándose en el cuarto de Filiberto mientras lo espera pensando en él (para matarlo).

El depa de Filiberto García parece de un clasemediero fan de Marie Kondo.

Agota el recurso de la cuarta pared que Filiberto García, interpretado a duras penas por Damián Alcázar, satura de ocurrencias y muecas para encarnar el dialogo interior del personaje en la novela.

La referencia/homenaje a Hugo Stiglitz es un guiño nerd que solo le interesa a los fans de Tarantino. Stiglitz pasará a la historia como icono del cine churrero de acción que solo aparece en los créditos.

De los actores de reparto destacan Bárbara Mori y Roberto Sosa, ella gracias a su belleza un tanto sacrificada a favor de un personaje que parece extraído del museo de cera; él es un gran actor que rompe la cuarta pared interpretándose a sí mismo. A Sosa le correspondía el papel de García nada más por su aspecto. Chabelo y Derbez hacen honor a la empresa que los engendró.

La película cumple pero se queda a dos minutos de aburrir incluso a los fans del ñoñoir.