La (de)construcción de la memoria histórica

Por Emiliano Escoto

 

El escritor argentino Julio Cortázar publicó en 1975 el cómic Fantomas contra los vampiros multinacionales. En la utopía realizable denuncia que “el genocidio cultural no es la obra de un loco, es la obra de todo un sistema”, y que es necesario inventar caminos para combatir el bloqueo mediático que nos impide criticarlo y reinventarlo.

Este trabajo del narrador argentino, surge de su participación en el Tribunal Russell que se constituyó para estudiar diferentes casos de represión, violencia y atentados contra los derechos humanos en Sudamérica. Los trabajos consistieron en la audición de testigos y víctimas por parte de jueces especializados en derechos humanos para realizar sentencias y recomendaciones sobre actos violentos por parte del Estado. Si bien estos tribunales no contienen un valor práctico, sí contienen un valor moral con la posibilidad de repudiar, condenar y exigir justicia, por lo menos en la memoria histórica. La poca información sobre estos ejercicios políticos nos muestra la necesidad de inventar dispositivos de (de)construcción de la memoria. El cine documental puede ser uno de ellos.

Vivimos en la era que Regis Debray denominó: “de lo visual”. Nuestro panorama visual “está en rotación constante, ritmo puro, obsesionado con la velocidad”, es una ley de la sensibilidad que corresponde a “la supremacía del capital financiero”. Antes estábamos “delante de la imagen, ahora estamos en lo visual” (…) “la foto ha cambiado nuestra percepción del espacio, y el cine ha cambiado nuestra percepción del tiempo”. Con esto, nos encontramos habitando un mundo vertiginoso en el que la información nos rebasa a cada momento y la capacidad de retención sobre cualquier evento es muy corta. Si los principios del Alzheimer se traducen en la pérdida de la memoria a corto plazo, bien podemos decir que vivimos en una sociedad con principios de Alzheimer en la que cualquier individuo con poder, a la manera del ex titular de la PGR, Jesús Murillo Karam, nos puede decir con la mano en la cintura: “ya me cansé” frente a los cuestionamientos que le hacían sobre la desaparición de 43 estudiantes en Ayotzinapa… Vicente Fox pidió a las madres de los mismos jóvenes desaparecidos: “ya supérenlo” o el mismísimo ex rector del Tecnológico de Monterrey, Rafael Rangel Sostmann, quien, en una ceremonia luctuosa por el asesinato de dos estudiantes de esa institución a manos de militares en la entrada de esa casa universitaria, dijo: “tenemos que dejar el pasado y ver el futuro”.

La última declaración es parte del documental Hasta los dientes del cineasta mexicano Alberto Arnaut. En él se muestra cómo Jorge y Javier, dos estudiantes del Tec de Monterrey, son asesinados brutalmente por militares que se baleaban con narcos en plena calle de la sultana del norte. El director, egresado de la UAM y actual maestrante del CUEC, parte de la reconstrucción de la historia personal de los dos estudiantes para darle voz a las familias y demostrar el asesinato. Tal y como lo hace el Tribunal Russell, Hasta los dientes, recrea el caso a partir de testimonios tanto de individuos que nos permiten poner rostro y apellido a las víctimas (muchos de los cuales también son víctimas al padecer la ausencia de sus seres queridos), como de testigos (tanto humanos como tecnológicos) que presenciaron aquella noche trágica.

La investigadora de la imagen Ariella Azoulay propone entender la construcción de la memoria como “misterio” y memoria como “ministerio” en donde las instituciones con poder deciden sobre la construcción de la memoria histórica. Eligen de entre el panorama de imágenes de manera ministerial para edificar la historia que les conviene dejando aquellas más turbias en el misterio y permitiendo la existencia de “la imagen faltante” entendida por Pablo Martínez Zárate, investigador de la Ibero, “como la imagen que debemos producir para complementar la violencia constituyente que define a muchos archivos oficiales. No existen imágenes de la desaparición, la desaparición de personas es también la desaparición de la representación de la violencia”.

Así, Arnaut construye la “imagen faltante” al plasmar en un documental la tensión presente entre los testimonios de testigos, la construcción de la imagen e identidad de las víctimas y la historia oficial: un comando armado atacó a miembros del ejército. De ese combate escaparon dos individuos que intentaron entrar a las instalaciones del Tec, donde fueron interceptados y aniquilados.

Los estudiantes del TEC, Jorge Antonio Mercado Alonso y Javier Francisco Arredondo Verdugo.

Con entrevistas, imágenes de archivo, videos de celulares y grabaciones de seguridad, Hasta los dientes expone a unos militares con nulo conocimiento de la seguridad pública y muy poca preocupación por la integridad de la sociedad civil. Se dice que en contextos de guerra los derechos y las libertades se suspenden pero, ¿qué pasa cuando estos ejercicios bélicos son utilizados como mecanismos constantes de seguridad pública? ¿Qué pasa cuando la realidad se transforma para mostrar sólo lo que se quiere? ¿Qué pasa cuando los medios de comunicación y aquellos encargados en contar la verdad, muestran imágenes construidas como si fueran la realidad? Pablo Martínez bien nos dice que “para tales lecturas (las oficiales) la memoria es algo dado, hermético, no un proceso encarnado que depende del diálogo y la interacción entre las partes, de la exploración de zonas oscuras, de descubrimientos insospechados”.

En México, el cine de los últimos años ha construido un lugar especial para la producción de documentales que funcionan como dispositivos de creación de memoria potencial que permiten hacer frente a la memoria histórica. Las imágenes faltantes han encontrado su lugar en el mundo del cine documental. La construcción de esa otra memoria, poco a poco, nos está llevando a imaginar otros mundos. Dos ejemplos de esto son la ya mencionada Hasta los dientes, que colaboró en la aceptación de sus errores por parte de las autoridades y una petición de disculpas hacia las víctimas y sus familiares. El otro ejemplo es Agnus Dei, una película del 2010 en la que Jesús Romero denuncia los abusos sexuales y psicológicos sufridos cuando era niño por parte de un padre de la Iglesia Católica, en este caso, después de ocho años, se dictó sentencia contra el padre abusador quien fue excomulgado de la iglesia y condenado a varios años de prisión.

Estos dos ejemplos generan una justicia simbólica y real en cada caso. Son sucesos importantes que se convierten en acontecimientos históricos que generan un cambio no sólo en la (de)construcción de la memoria colectiva sino en el presente vivencial de las víctimas y los victimarios. Otro mundo es posible.

Más ejemplos de películas que funcionan como dispositivos de (de)construcción de la memoria histórica son:

Bajo Juarez, de Alejandra Sánchez y José Antonio Cordero (2006)

Los Reyes del Pueblo que no existe, de Betzabé García (2015)

Mirar Morir, de Temoris Grecko (2015)

Ayotzinapa, el paso de la tortuga, de Enrique García Meza (2017)

No se mata la verdad, de Temoris Grecko (2018)

NOTA: A quien le interese ver las películas puede contactarnos y lo conduciremos con los realizadores.