Es plausible repartir dinero a personas de la tercera edad, a madres solteras o a jóvenes estudiantes, pero mejor sería crear empleos permanentes y bien pagados, aunque resulta obvio que, por ahora al menos, la economía mexicana no tiene capacidad para generar las plazas de trabajo que se requieren.

Para que en los años próximos la economía empiece a crecer más allá de las míseras tasas de la era neoliberal, el presidente López Obrador no puede arriesgarse a provocar las iras del sector financiero, con sobrada capacidad para provocar una catastrófica estampida de capitales.

Todo eso es de tenerse en cuenta, pero lo cierto es que los ciudadanos que eligieron a López Obrador esperan (esperamos) que adopte medidas para acotar y normar adecuadamente a la banca, hoy por hoy beneficiaria de una libertad sin límites que les permite exprimir a los sufridos tarjetahabientes, a los que se cobran intereses incluso superiores a 50 por ciento, más toda clase de comisiones por casi cualquier cosa, mientras que paga a los ahorradores una mísera tasa que en ocasiones ni siquiera compensa la inflación.

 

Frente a la situación, que requiere una urgente intervención del Estado, lo que hasta ahora hemos visto es pasividad gubernamental y, el colmo, la autorización expresa para que los beneficiarios de ese orden financiero se autorregulen.

 

Frente a la situación, que requiere una urgente intervención del Estado, lo que hasta ahora hemos visto es pasividad gubernamental y, el colmo, la autorización expresa para que los beneficiarios de ese orden financiero se autorregulen. A esa línea corresponde el llamado de Ricardo Monreal, líder de la mayoría senatorial, quien hace unas semanas dijo a los banqueros que “la moderación debe ser una característica propia del sistema financiero actual”.

Por su parte, en la convención de Acapulco, AMLO dijo a los señores del dinero que el Ejecutivo no promoverá “ninguna ley que regule o fije porcentajes en el cobro de comisiones de los bancos”, pues considera que esa responsabilidad corresponde a las propias instituciones financieras que habrán de regularse con la competencia entre ellas. En otras palabras, cree en la “mano invisible” del mercado que tantas bofetadas ha dado a la humanidad.

En suma, no basta con haber entregado los bancos nacionalizados a la iniciativa privada ni con haberles permitido llevarlos a una quiebra fraudulenta para luego “rescatarlos” con dinero público mediante el Fobaproa-IPAB, que nos ha costado cientos de miles de millones de pesos más casi un billón que pagarán nuestros hijos. No basta con haberles regalado el negociazo de las afores, que con frecuencia ni siquiera pagan intereses. No, ahora hay que confiar en la autorregulación de la banca. ¿De veras?