Pues, mejor muerto, que ser rendido.

Mayor Félix Vázquez Jiménez

 

Fraguada en el círculo más íntimo del carrancismo, la ejecución del Caudillo del Sur, Emiliano Zapata, preparada por el general Pablo González y ejecutada por Jesús Guajardo, aquel 10 de abril de hace cien años, denigró a la Ciudad de México a ser una mera espectadora de tan condenable trama política.

El férreo control ejercido por el gobierno sobre los pocos medios de comunicación impresos, es prueba fehaciente de la conjura; los grandes titulares daban pie al fallecimiento del “sanguinario cabecilla” y la consecuente muerte del zapatismo, en tanto se destacaba el ardid “hábilmente preparado” por quien aspiraba a suceder, algún día, a Carranza como presidente de la república.

Las notas del suceso se trivializaron a grado de otorgar la fotografía a un Carranza sonriente recibiendo a “excursionistas de Chicago”, a la disputa de dos señoras por una jovencita, o al contrabando de mariguana descubierto con destino hacia los Estados Unidos.

Ni duda cabe de que el manifiesto del primero de enero de 1919 desató la ira del Varón de Cuatro Ciénegas y su cohorte de serviles funcionarios, quienes comenzaron a estructurar la solución definitiva al problema del “cabecilla suriano”.

 

Pese a la escalada militar en contra del zapatismo, las opiniones del revolucionario suriano resonaron fuerte y causaron mella.

 

Aquel inicio de año Zapata atacó al carrancismo al que acusaba de provocar la contrarrevolución y eso lo ejemplificaba con las acciones que limitaban el derecho a huelga; también lo tildaba de autócrata y lo acusó de progermánico en detrimento de los países aliados en la Primera Guerra Mundial.

Pese a la escalada militar en contra del zapatismo, las opiniones del revolucionario suriano resonaron fuerte y causaron mella, que se profundizó ante la propagación de la Carta Abierta del 17 de marzo, en la que acusaba al presidente Carranza de salirse de los límites fijados al Ejecutivo por la Constitución.

Zapata imputó a Carranza de imponer tanto gobernadores como legisladores y de proteger “al pretorianismo ya instaurado en el país, desde el comienzo de la era ‘constitucional’ hasta la fecha, una mezcla híbrida de gobierno militar y de gobierno civil”.

En ese mismo tono de reproche, sentido y bien documentado, Zapata denunció: “Usted, con sus desaciertos y tortuosidades, con sus pasos en falso y sus deslealtades en la diplomacia, es la causa de que México se vea privado de todo apoyo por parte de las potencias triunfadoras, y si alguna complicación internacional sobreviene, usted será el único culpable”.

Tales aseveraciones aceleraron la decisión de organizar “liquidar al sedicioso”, pensando que con la desaparición física del general Zapata su movimiento claudicaría.

Sin embargo, la ejecución del líder provocó en el imaginario popular la consolidación de un campesinado que prefería morir, “que ser rendido”, tal y como lo afirmó el mayor Vázquez Jiménez, de San Juan Ixtayopan, Tláhuac.