Las viejas instituciones no terminaban
 por desaparecer y las nuevas aún
no se asentaban… y todo se derrumbó.

Mijail Gorbachov

 

Aunque apenas han transcurrido 134 días desde que tomó posesión el presidente Andrés Manuel López, el activismo desplegado desde julio del año pasado y el evidente repliegue del gobierno de su antecesor hicieron que parezca que tiene mucho más tiempo en el gobierno.

Como sea, y a pesar de las críticas de sus malquerientes y de muchos que vemos a la presidencia como un desafío de multitareas pues quien la ocupa debe, por supuesto, hacer política, pero también gobernar y, aunque a veces incomode, debe además administrar.

Todo, sin embargo, lo ha resuelto de un plumazo el presidente López Obrador desde Palacio Nacional, con sus ya casi noventa conferencias mañaneras y con giras de fin de semana que, para fines prácticos, son una prolongación de la campaña y, por supuesto, una reiteración de las narrativas que le llevaron al triunfo.

 

Nadie, espera que los miembros del gabinete hagan política por sí mismos, a menos que, como antes, se les autorice. Así que la única política es la que hace el presidente de la república.

 

Como nadie antes, ha logrado controlar el mensaje de su gobierno.

Nadie habla con los medios como no sea por instrucción o al menos con el visto bueno presidencial. Ha tendido un cerco informativo en torno a su gobierno.

Nadie, por supuesto, espera que los miembros del gabinete hagan política por sí mismos, a menos que, como antes, se les autorice. Así que la única política es la que hace el presidente de la república. Y así gobierna.

Ah, pero el problema es en la conjugación del verbo administrar donde el gobierno actual encuentra el más grande obstáculo. Aunque ha cambiado y hasta hecho a un lado muchas de las reglas y normas que regulan la actividad de los funcionarios, ha descubierto que el gobierno de México es enorme, propio para una nación de 125 millones de habitantes.

Por eso ya es reiterativa su queja de que el gobierno es como un elefante reumático, por la lentitud con que se mueve. El problema es que, si no se mueve con orden —y para hacerlo necesita reglas—, entonces se corre el riesgo de que se cometan errores que no solo descarrillen el proyecto del gobierno, sino que suman a la nación en otra de esas cíclicas crisis que para la generación actual son cosa del pasado.

jfonseca@cafepolitico.com