El auténtico arte de la memoria
es el arte de la atención.
Samuel Johnson

 

Este 16 de abril se cumplirán cien años del nacimiento de Pedro Ramírez Vázquez, artífice de la memoria arquitectónica del México de la segunda mitad del siglo XX.

Nacido en Ciudad de México, el joven Ramírez Vázquez fue rápidamente subyugado por las simples, y a su vez arriesgadas, propuestas arquitectónicas de un grupo de especialistas que asumieron como propia la tarea de remodelar la estética urbana del país, con el fin de marcar la ruptura al decadente estilo ecléctico que caracterizó el final del porfiriato.

Embebido en esa escuela, Ramírez Vázquez asume el urbanismo como el punto de convergencia de la estética imperante y de la modernidad requerida para la infraestructura de los servicios básicos que habían sido consagrados como garantías por la Revolución Mexicana.

Lo anterior lo acredita el tema de la tesis que, en 1943, le reconoció como arquitecto graduado por nuestra máxima casa de estudios; dicho trabajo representa el primer estudio urbanístico de un asentamiento humano, se trata del caso de Ciudad Guzmán, Jalisco, población que tiene el honor de ser pionera en este tipo de análisis, diagnóstico y propuesta.

 

Tanto el Museo de Arte Moderno como el de Antropología e Historia son irrefutables expresiones arquitectónicas reconocidas en México y el mundo.

 

A este hito se deben añadir los planes reguladores de Frontera, Tabasco; de Culiacán, Sinaloa; y la propuesta que preparó para la campaña presidencial de Adolfo López Mateos para Ciudad de México, cuya audacia provocó la decisión presidencial de hacerle gerente del área de Educación Pública, responsable de la edificación de todo tipo de edificios escolares.

La febril actividad a la que fue sometido no le impidió abordar la remodelación de la histórica ciudad de Dolores, Hidalgo, a efecto de dignificar la cuna de la Independencia de cara a la conmemoración de los 150 años del Grito de Dolores; dicha acción le valió el reconocimiento pleno como restaurador de espacios monumentales, hecho que le acreditará su merecido nombramiento al frente de las acciones de recuperación del Centro Histórico de la Ciudad, emprendidas entre 1977 y 1982.

 

 

Nadie mejor que Ramírez Vázquez pudo entender el marco de sobriedad que requería el discurso museográfico que el presidente López Mateos ordenó desarrollar en terrenos del Bosque de Chapultepec: tanto el Museo de Arte Moderno como el de Antropología e Historia son irrefutables expresiones arquitectónicas reconocidas en México y el mundo; inmuebles a los que más tarde la obra de Ramírez Vázquez añadió los concebidos para los XIX Juegos Olímpicos, la Ruta de la Amistad y, el más arriesgado de sus proyectos, la nueva Basílica de Guadalupe, en la que supo conjugar misticismo, sobriedad y eficiencia sin demérito del objeto de culto que, por centurias, ha generado la tilma juandieguina.

Haciéndonos eco de la voz del poeta inglés Johnson, la obra de Ramírez Vázquez finca su valor museístico en función de la atención que dedicó a nuestro sagrado derecho a la memoria.