Una persona inteligente se recupera enseguida de un fracaso.
Una persona
mediocre tarde mucho en recuperarse de un triunfo.
Anónimo

Hace ya casi ciento cincuenta días que tomó posesión el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, y no ha disminuido ni por un momento el ritmo frenético de actividad que ha mantenido desde el 2 de julio de 2018, un día después de ganar la elección presidencial.

Ese ritmo quizá se debe a que su sexenio termina el 30 de septiembre de 2024, lo cual le acorta su mandato por dos meses. O quizá porque se ha preparado para ser Presidente de México durante casi dos décadas, pero especialmente durante los pasados diez años.

En esa década, aunque perdió una elección presidencial, la de 2012, organizó un movimiento social, lo convirtió en Partido haciendo trizas al PRD, pero también formó grupos de trabajo para preparar los planes de gobierno y estar listos para cuando llegara al poder.

Durante la campaña presidencial de 2018 machacó la narrativa de que el país está mal por la corrupción, para acabar con la cual sólo se necesita un hombre honrado en la Presidencia de la República. Con esa narrativa ganó contundentemente.

 

López Obrador ha desplegado un intenso ritmo a su mandato, quizá por todo el tiempo en el que fue candidato.

 

No obstante, por las razones que sea, pese a que la realidad empieza a mostrarle que no se cambia radicalmente a una nación de 125 millones sólo por la voluntad de un hombre. Sus equipos han tenido dificultades para lidiar con la realidad de la administración de la República, realidad más compleja de lo que creyeron y tal parece que la administración lopezobradorista no cambiará, por nada, las premisas de campaña.

Ignorar la realidad ha causado ya daños colaterales en la sociedad mexicana, particularmente en las clases medias, las cuales poco a poco empiezan, ooootra vez, a sufrir las consecuencias de los sueños de los políticos.

Las restricciones presupuestales, los recortes de personal y la cancelación de muchos programas, de nuevo, causarán que se achiquen las clases medias, que se empobrezcan y con ello se empobrece la Nación, porque las clases medias son los fundamentos de cualquier proyecto de una sociedad justa y próspera.

Las motivaciones del régimen, sin duda, son nobles y loables, pero de buenas intenciones está pavimentado el camino al infierno. Y en el caso de México, ese camino puede conducir al infierno del empobrecimiento, de la mediocridad. Cierto, las ambiciones a veces enloquecen a las personas, pero es una torpeza creer que la mediocridad puede ser un proyecto de vida. Y peor, creer que puede ser un proyecto para una Nación.

jfonsec@cafepolico.com