Otra vez son noticia los Legionarios de Cristo, a quienes algunos ingenuos creían rehabilitados creyendo que muerto Maciel se acabó la rabia. Pues no, porque El Vaticano prefirió hacerse de la vista gorda y dejar sueltos a los depredadores por una razón contante y sonante: la legión es también conocida como los “millonarios” de Cristo y no era cosa de renunciar a sus cuantiosas aportaciones.

Poco importó a las autoridades religiosas y, en el caso mexicano, a las civiles que miles de niños y jóvenes quedaran expuestos a las agresiones sexuales de esos clérigos. Ni uno solo de sus negocios fue afectado, ni una de sus escuelas fue cerrada, como hubiera ocurrido de respetarse las leyes y si a tales autoridades les preocuparan los infantes.

Pero mientras en México priva el solapamiento cómplice, en Chile sí hubo valientes que denunciaron al sacerdote legionario John O’Reilly, lo que obligó al Supremo Tribunal Apostólico de Roma a prohibir al acusado el ejercicio sacerdotal (solo por diez años, pero ya regresará) y quedó impedido de tratar con menores de edad. Por supuesto, las autoridades chilenas, como las mexicanas, prefirieron dejar en la impunidad las violaciones y otros abusos contra menores.

Tanta benevolencia del Vaticano se explica por el afán de solapar a los criminales de sotana. Buen ejemplo de lo anterior es aportado ahora por un texto de Joseph Aloisius Ratzinger, también conocido por su alias de Benedicto XVI, el papa que militó en las filas del nazismo, quien ya como pontífice no pudo con la curia romana y prefirió renunciar.

En un artículo aparecido en la publicación bávara Klerusblatt, Ratzinger afirma que los casos de pederastia —la eclesiástica, por supuesto— son resultado de la revolución sexual de los años sesenta, porque entonces, dice, se abogó por una “libertad sexual” sin normas que hizo de la pederastia (clerical) algo “permitido y apropiado”, al extremo de que “camarillas homosexuales se desarrollaron en diferentes seminarios, actuando más o menos abiertamente”.

Incluso, agrega el pontífice renunciante, hubo un obispo que exhibía películas pornográficas a los seminaristas, dizque con el fin de hacerlos más resistentes a las tentaciones. En esas condiciones, agrega Benedicto, “Dios desapareció del espacio público” y confiesa que su iglesia garantizó “de manera excesiva” la protección de los curas acusados. Y todo por culpa del 68, porque antes seguramente no violaban niños ni realizaban orgías con muchachos ni la jerarquía eclesiástica hacía de alcahuete. Que sea menos, don Aloisius.