“Dignificar la memoria de lo que
leguemos a nuestros sucesores”.Juan Antonio Cebrián
El anhelo del virrey de Mendoza por prolongar las calles de San Francisco y la calle de Tacuba, para generar las condiciones de un crecimiento ordenado hacia el poniente de la Ciudad, obligó al mandatario a impedir cualquier tipo de construcción sobre la antigua calzada por la que en 1520 huyeron los conquistadores, y de cuya derrota quedaban puntuales pruebas en la ermita de Juan Garrido o “capilla de los mártires”, sencilla edificación en la que, recolectando los despojos humanos que localizó en las acequias del famoso “salto de Alvarado”, el viejo soldado expresó su lealtad, acto descrito como hazaña por varios de los cronistas de la época, más que como huida despavorida.
Será hasta 1592 cuando el virrey Luis de Velasco convenza al ayuntamiento de la Ciudad sobre la necesidad de dotar a los habitantes de la capital de la Nueva España de una alameda, al estilo de la metrópoli, para solaz y esparcimiento de sus habitantes.
Dicha medida permitió, en primer lugar, reubicar el mercado de San Hipólito, demoler la casa y tenería de Morcillo –cuyo fétido olor enrarecía el aire del espacio– y brindar el decoro necesario a importantes edificaciones religiosas, como lo eran los templos y conventos de Santa Isabel, el de Corpus Christi, el monasterio y templo de San Diego y el venerable templo de la Santa Veracruz, fundado por la cofradía de conquistadores que encabezó Cortés.
Don Antonio de Valle Arizpe nos relata puntualmente la decidida intervención del virrey de Croix, quien en 1770 amplió el cuadrángulo original integrándole las plazuelas de Santa Isabel y la de San Diego –en la que se ubicó el Quemadero de la Inquisición, transformación acompañada por el ensanche de las cuatro calzadas exteriores para así facilitar el paso de carruajes y jinetes.
En tanto que la prolongación de la calle de San Francisco hacia San Hipólito se consolidó como el paseo concebido por de Croix, el tramo sur, conocido como de la Mariscala, no pasó de ser el “patio trasero de la Alameda”, pues su reducido trazo, debido a la arquería del acueducto de la Tlaxpana, impidió el paseo para los capitalinos exigido por Tolsá con el fin de dignificar la arteria y la plazuela de la Santa Veracruz, pero sobre todo la rehabilitación del templo encomendada al valenciano, en cuyo interior reposan sus restos.
El anhelo del escultor se cumplió hasta 1852, cuando se destruyó el tramo de la Mariscala hasta San Diego, pudiendo, por fin, utilizar integralmente la calzada, pero nunca en igualdad de amplitud que su par vial.
Por ello, la rehabilitación de la Avenida Hidalgo permitirá, como afirma el escritor español Cebrián, legar a nuestros sucesores la dignificación de la memoria que amerita este tramo histórico de la vieja calzada de Tlacopan, merced a su ensanche peatonal.