Entrevista a Víctor Rodríguez Rangel | Curador de arte y académico

En el año de 1911, un hombre mexicano de mediana edad se embarcó en Nueva York rumbo a París: se trataba de un pintor. En el trayecto, al cruzar el océano Atlántico, en los mismos parajes en los que meses después se hundiría el afamado Titanic, se desató una terrible tormenta que casi hizo naufragar el navío. El artista, no sin un buen susto, logró llegar a territorio francés y una vez ahí, la conmoción de lo sucedido  lo envolvió en una profunda reflexión sobre sí mismo y el elemento azul. El agua representaba una ambivalencia inusitada: el mar podía ser la personificación misma de la quietud y la paz, y, al mismo tiempo, la más desbordada e intensa tempestad, el caos completo. Así era él, un hombre que guardaba en su genio los dos polos opuestos de la creatividad; al sentirse identificado, aquel mago de los pinceles decidió adoptar como seudónimo la definición en náhuatl de aquel místico liquido: Atl. Su nombre era Gerardo Murillo. Con enorme emoción Víctor Rodríguez Rangel, explica la exposición que ha curado en el Museo Nacional de Arte sobre él y que lleva por título Atl, fuego, tierra y viento. Sublime sensación, la cual inaugura la nueva dirección del recinto de Tacuba a cargo de Carmen Gaitán Rojo. El especialista apunta que la muestra pretende dar a conocer las facetas del Dr. Atl como un artista interesado igualmente en plasmar la violencia telúrica de la naturaleza, fenómenos como tornados y fenómenos volcánicos, que la serenidad campestre del altiplano central mexicano.

Esta exposición se orienta a la representación panorámica. La mayoría de las piezas son amplitudes panorámicas, representaciones vertiginosas, el resultado de pintar desde una cumbre, lo que en el siglo XIX le llamaban “a ojo de pájaro” o perspectiva aérea. Se trata de reproducciones orográficas del centro de México, la cual es una orografía bastante compleja e identitaria, por sus cordilleras, volcanes, valles, altiplanos, las zonas pulqueras de Apan, aspectos que le daban mucha identidad territorial a nuestro país. Hay que destacar sobre todo la presencia del Popocatépetl e Iztaccíhuatl que son parte del concepto legendario de nuestra historia. Respecto a su título, que considero es atractivo, a nuestra directora pensó en algo que hablara de los cuatro elementos, entonces atl significa agua en náhuatl, luego están el fuego, la tierra y el viento; este último, aunque no se pueda reproducir en una obra, los grandes paisajistas logran que se sienta como corre. Finalmente, le llamamos sublime sensación debido a que lo sublime es un concepto literario y artístico del siglo XIX en lo que la naturaleza te puede generar una sensación extraordinaria: lo sublime puede ser la belleza, lo imponente que puede ser la naturaleza, el tiempo, el miedo ante esa inmensidad o el miedo ante un fenómeno meteorológico como un tornado, una tempestad o una erupción volcánica.

 

 

 

Un linaje de paisajistas

De igual manera, la exposición conformada por 130 obras busca construir una especie de genealogía del paisajismo en México a través de la figura del Dr. Atl, ya que a sus trabajos los acompañan piezas hechas por sus maestros, pero también por sus alumnos. Así pues, será posible acercarse a la figura, por ejemplo, de Eugenio Landesio, un artista nacido en Turín que llegó a México para impartir la clase de paisajismo en la Academia de San Carlos en 1855 y de quien se muestra una de sus creaciones maestras El Valle de México desde el cerro de Tenayo.  De este peculiar personaje, fue su alumno más distinguido nada menos que José María Velasco, un hombre que, indica Rodríguez Rangel, podemos considerar como el Da Vinci mexicano, dado que no solo fue un magnifico pintor, sino que desarrolló gran cantidad de estudios de botánica y zoología, vale decir, de primera calidad y que fueron reconocidos a nivel internacional, como su investigación alrededor del ajolote. El Dr. Atl deriva, pues, de estos artistas que además  eran sobresalientes naturalistas, científicos y alpinistas.

Estos pintores eran intrépidos hombres de aventura. Subían a las cúspides de las montañas que cercaban sus paisajes para plasmarlos, y significaba un verdadero reto poder llevar todos los materiales necesarios hasta las cimas y trabajar desde esos puntos, no solo pintando, sino registrando los fenómenos que les interesaban. Adicionalmente, debían enfrentar condiciones climatológicas sumamente difíciles, como el frio extremo, además de que realizaban su labor contra el tiempo, pues era necesario aprovechar la luz natural del día”.

Uniéndose al nombre y las obras de Landesio y Velasco, prosigue el especialista, rodean también al Dr. Atl cuadros de Carlos Rivera, Francisco Goitia y Joaquín Clausell, estos dos últimos poseedores de particulares historias, puesto que Goitia, un hombre que terminó aislándose del mundo en su cabaña en Xochimilco, guardaba una gran similitud con Atl dado que no se conformaba con buscar la asociación de las ciencias naturales con el paisaje y emprendía una interpretación cósmica, esotérica, de la energía entre la tierra y el espacio, un concepto revolucionario en medio del pensamiento positivista de la época. Por su parte, Joaquín Clausell, hijo de un catalán dedicado a la construcción naviera en Campeche, había estudiado derecho y no arte, pero un viaje a París lo terminó reuniendo con el estilo post impresionista, originándose su prodigio artístico casi de manera instintiva; en la capital francesa, lo conoció al Dr. Atl, quien lo alentó a volver a México y consagrarse como el ícono que hoy sigue siendo. De Clausell podrá apreciarse una formidable pintura del sur de la Ciudad de México que es protagonizada por el Pedregal y un todavía humeante volcán Xitle. Por último, destacan las obras del pintor que es, muy probablemente, el más brillante heredero de la visión y el estilo de Gerardo Murillo: Luis Nishizawa, figura magistral de los pinceles nacionales que forjó valiosas instituciones y a decenas de nuevos artistas a través de sus enseñanzas. Es de esta forma que el público tendrá frente a sí casi un siglo y medio del maravilloso panorama del altiplano central mexicano, un elemento geográfico de identidad nacional cuya representación ha sobrevivido hasta nuestros días.

Víctor Rodríguez Rangel | Curador de arte y académico

Víctor Rodríguez Rangel | Curador de arte y académico

 

Anatomía del Dr. Atl

Pero volviendo sobre la figura del Dr. Atl, Rodríguez Rangel comienza su fascinante retrato personal mencionando el origen jalisciense y los primeros pasos en la formación ideológica que habrían de definir al eventual genio.

Gerardo Murillo Cornado nació en Guadalajara el 3 de octubre de 1875. Muy joven se trasladó a Aguascalientes para estudiar en el Instituto Literario y Científico de Aguascalientes; por esas aulas habían pasado personajes como Saturnino Herrán y Ramón López Velarde, y es ahí donde conoce, por ejemplo, al ingeniero Alberto J. Pani, quien fue ministro de Comercio e Industria durante el Porfiriato. Posteriormente se traslada a la capital del país, y Murillo se da cuenta de que hay un gran movimiento referente al alma nacional y en el que se encontraba Federico Gamboa. Esta corriente se enfoca en confrontar el positivismo, expresar que no todos los fenómenos se pueden explicar desde las ciencias naturales y el método científico; entonces estos artistas modernistas empiezan a entrar en los conceptos de lo místico, del espiritismo, del ocultismo, es una manera de hacer frente al positivismo racionalista y al mismo tiempo de oponerse la academia convencional del siglo XIX; se busca, eventualmente,  están un poco en la renovación. Esto va a ser determinante en el pensamiento de Murillo”.

El también académico señala que en 1897 Murillo emprendió su primer viaje a Europa para estudiar Arte, Filosofía y Derecho en la Academia de Roma, siendo en la “ciudad eterna” donde comenzará su polémico activismo político gracias a que se adentró en la tendencia del futurismo italiano y comenzó a participar en grupos de naturaleza anarquista y fascista. Este episodio estigmatizaría políticamente el resto de su vida y su memoria, a veces con razón, y otras exageradamente. Lo cierto es que el pensamiento del joven pintor era mucho más complejo: se pronunciaba contundentemente contra el capitalismo voraz y el imperialismo norteamericano, pero también denunciaba la tiranía del régimen estalinista.  Murillo volvería a Europa nuevamente en el referido viaje de la tormenta y en París un nuevo horizonte intelectual se abriría para él, complementando, incluso, su seudónimo.

En Paris, Atl  se integra a  Liga Internacional de Artistas y Escritores, la cual está dirigida por Rubén Darío, el poeta nicaragüense que en el rubro literario es considerado el padre del modernismo hispanoamericano. Darío tiene como su brazo derecho a uno de los más grandes escritores que ha tenido Argentina, Leopoldo Lugones, que cuando conversa con Murillo, se admira de él, de su obra y de sus conocimientos en filosofía. Gracias a ellos, Lugones no duda en nombrarlo doctor en la materia; ahí estaba la otra parte de su seudónimo: Dr. Atl. Es necesario mencionar que en el tiempo que colaboró con Rubén Darío, el Dr. Atl, publicó en la Mundial Magazine una serie de preciosos artículos sobre la meseta y los volcanes de México que fueron editados por personalmente por el autor de Azul. En esa etapa de su vida, lo sorprendió el derrocamiento de Madero en México”.

De regreso en nuestro país, puntualiza Víctor Rodríguez Rangel, el Dr. Atl se enrola en las filas del ejército constitucionalista de Carranza, decisión que le traería varios vuelcos en el futuro, sin embargo, en la mente de Murillo había tomado forma completa una idea que había concebido en territorio galo y que ahora se volvía la ambición de su existencia. Se trataba de Olinka, una ciudad utópica que, cercada por una barrera natural, serviría como el espacio idóneo para crear a un hombre nuevo.

Olinka fue pensado por Atl como un espacio para a crear un nuevo ser humano  que no estuviera inmerso en las religiones tradicionales, ni en las ideologías en pugna del  momento, donde se formara una nueva persona en las ciencias y en la filosofía. Este proyecto se convierte en el gran deseo de su vida, y hasta sus últimos días va a intentar llevarlo a cabo; de hecho, en sus últimos años, cuando era ya un artista reconocido, Atl estrecha lazos con el gobierno, se hace un poco oficialista, con el objetivo de que se le otorgue el apoyo para erigir Olinka. Los gobiernos de Jalisco y de Morelos le ofrecieron en determinado momento terrenos para que construyera su ciudad, pero no cumplieron con el acuerdo; él mismo piensa en zonas como Tepoztlán y las faldas de los volcanes para establecerla, e incluso se estableció la posibilidad de que se levantará en la Caldera de Santa Catarina. Al final, dado que se trataba de un plan esencialmente anarquista, Olinka quedó solo en el papel”.

 

Un hombre volcánico

El curador de arte señala que si bien el Dr. Atl era controvertido en principio por sus ideas políticas, numerosos episodios avivaron la imagen de la personalidad intensa por la que se le reconoce: La renuncia a El Colegio Nacional, la férrea oposición a que México recibiera a los exiliados de la Guerra Civil Española, entre otros. Sin embargo, ningún capitulo en la biografía Murillo es tan intenso como el romance que sostuvo con Carmen Mondragón, la mujer a la que él mismo bautizó como Nahui Olin. Aquel fatídico romance tuvo sede en un pequeño aposento en el ex convento de La Merced, cuando Atl era un hombre muy mayor y Carmen apenas una joven de ojos hermosos. Entre los fantasmas que decía el artista rondaban el lugar, los torrentes creativos y pasionales de ambos se liberaron convirtiéndolos en una de las parejas míticas de la cultura mexicana. Este vínculo se rompería con la misma fuerza que lo definió, seguramente la noche que el Dr. Atl despertó con un cuchillo al filo de la garganta y la mirada sin fin de Nahui Olin queriéndolo clavar.

En fin, la pasión que pude hallarse en la personalidad del Dr. Atl, es congruente también con su actuar frente a un fenómeno maravilloso que pudo ver desenvolverse frente a sus ojos: el nacimiento de un volcán.

“En 1943, se le avisa al Dr. Atl que en Michoacán estaba surgiendo un volcán, el Paricutín. Murillo se traslada casi inmediatamente al lugar, se instala en una pequeña choza cerca del volcán y documenta por dos años, día a día, como va desarrollándose aquel prodigio natural. El tema no le era desconocido, a él le encantaban los volcanes y en uno de sus viajes a Italia estudió vulcanología; encontraba a los volcanes un simbolismo extraordinario, pero el Paricutín va a representar un parte aguas en su existencia, puesto que es algo que lo atrae tanto que logra distraerlo de sus activismos políticos por un tiempo determinado, pero además gracias a los dibujos y estudios que logra realizar del acontecimiento puede montar en 1950 una exposición en el Palacio de Bellas Artes que se tituló Cómo nace y crece y volcán. Fue su lanzamiento a la fama nacional”.

Una vez que Gerardo Murillo se colocó en el Parnaso mexicano, su obra no declinó nunca en esencia ni calidad; de hecho, señala Rodríguez Rangel, cuando fue reconocido en plenitud, individuos poseedores de vastos recursos económicos le facilitaban, por ejemplo, helicópteros para que pudiera seguir realizando paisajes, por lo que puede decirse que existió un fase de evolución en cuanto a su método artístico. Mientras seguía ilusionado con su ciudad Olinka, la salud del Dr. Atl comenzó a mermarse poco a poco. A causa de una trombosis le fue amputada una pierna, “le fue cortada una ala”, y su cuerpo comenzó a marchitarse hasta que el 15 de agosto de 1964 el agua, Atl, terminó por secarse. A los 88 años moría un hombre pudo haber perecido en su primera manifestación anarquista, en el ejército de Carranza, a manos de Nahui Oli, o en una explosión del Paricutín. La Rotonda de las Personas Ilustres es testigo del digno final de alguien como el Dr. Atl: un volcán, como los que tanto adoraba, que después de haber ardido y ahora estar apagado, sigue siendo majestuosos por la nieve, la de su arte y su memoria.

“Atl, fuego, tierra y viento. Sublime sensación es un homenaje al Dr. Atl, a su amor por la naturaleza, al vértigo y a la infinita contribución que realizó a la cultura mexicana independientemente de sus ideas políticas. Su obra nos abre las puertas a reflexionar sobre nuestro papel en el mundo, a darnos cuenta de que en comparación con la edad los volcanes, las cordilleras, los valles, los hombres estamos sobre la Tierra solo un segundo. La obra de Atl es una invitación a reflejarnos en la naturaleza, a descubrirnos en ella, posiblemente todos tengamos un volcán adentro y sería fantástico averiguarlo”.