En el año 2006, la Ciudad de México dio la bienvenida a un nuevo integrante de su geografía cultural: el Museo del Estanquillo. Ubicado en el cruce de las calles de Isabel la Católica y Francisco I. Madero en el Centro Histórico, el edificio “La Esmeralda”, que en los tiempos porfirianos albergara una lujosa joyería y que parece mirar fijamente el Templo de la Profesa, fue elegido como el espacio idóneo para que el conjunto de maravillas que el cronista Carlos Monsiváis reunió durante toda su vida pudieran ser apreciadas por el público mexicano.

En la fachada de la particular sede, llaman la atención de los transeúntes imágenes monumentales de personajes que pertenecieron a un México nostálgico, entrañable, que solo puede recordarse en blanco y negro o en tonalidades ocre. Y es que Monsiváis no se encargaba solamente de narrar el acontecer cotidiano de la urbe o sus momentos más icónicos, era un auténtico guardián de su memoria; un hombre que trató incansablemente de recordarnos que el pasado existió y puede coleccionarse con la pasión desbordada de un buscador de tesoros.

Así, con más de 20 mil piezas en su acervo, el Museo del Estanquillo ofrece invariablemente a sus visitantes la posibilidad de dar marcha atrás a las manecillas del reloj y redescubrir los rostros de interesantes épocas, probablemente más presentes en nuestros días de lo que creemos.

 

La exposición Escenas de pudor y liviandad es un claro reflejo de esto, y su curadora, Ana Catalina Valenzuela, conversó con Siempre! Acerca de la asombrosa experiencia que aguarda en el cuarto piso del recinto y de la que es protagonista una decena de mujeres fascinantes.

“En la muestra habla sobre diez mujeres que definieron el mundo del espectáculo en la primera mitad del siglo XX: Virginia Fábregas, Esperanza Iris, María Conesa, Mimí Derba, Lupe Rivas Cacho, Celia Montalván, María Tereza Montoya, Lupe Vélez, Dolores del Rio y María Félix. La selección la hicimos con base en el libro homónimo de Carlos Monsiváis y también con su colección. De la obra realizamos un índice de nombres, de todas las mujeres que mencionaba y que incluye figuras de hasta fines del siglo XX, como Gloria Trevi, pero, en términos de dar un panorama de las pioneras en el ámbito, elegimos a quienes podremos ver aquí. Después, buscamos sus nombres dentro de la colección y ellas eran las que mayor presencia tenían. Posteriormente, construimos una biografía pequeña de cada una y buscamos frases que Monsiváis había pronunciado al respecto; la curaduría, se dio prácticamente sola, de una manera muy práctica”.

Pero, más allá de su importancia en la conformación de la exposición, Escenas de pudor y liviandad es un título que posee un fuerte simbolismo en cuanto a la personalidad de estas divas.

“Uno de nuestros objetivos es mostrar que son artistas que se encuentran entre la polaridad de una personalidad sugerente y una personalidad casi virginal. Es trascendental hacer notar el contraste entre las identidades femeninas. El pudor se expresa a través de la mujer recatada, la madre abnegada, la que cuida a sus hijos y además no tiene tiempo para ella y no tiene tiempo para su sexualidad; en la contraparte, aparece la mujer que sí es independiente, que enseña el hombro, que es sensual y que puede vivir sola, pero en el fondo se siente triste porque no tiene esa familia feliz. Vale decir que la primera también sufre de tristeza porque no desarrolla su sexualidad, es decir, hay una feminidad incompleta en ambos casos y eso nos pareció lo más interesante”.

Aunado a este dilema que se presenta, continúa la especialista, alrededor de estos personajes, en su momento, se desarrolló un estereotipo de belleza que se transformó con el paso de los años, pero también del nacionalismo mexicano, razón por la que la mayoría de las mujeres seleccionadas en alguna ocasión se mostraron usando un traje de “china poblana”, aunque, igualmente, llegaron a ataviarse a la usanza española en aras de expresar un rostro más exótica o erótica. El visitante se encontrará, pues, con una serie de elementos extraordinarios para adentrarse en el trabajo y la personalidad de estas estrellas del siglo XX, por medio de las 150 fotografías capturadas por auténticos genios de la lente como Gabriel Figueroa, Juan Ocón y Gilberto Martínez Solares, en donde se muestran en diferentes etapas de su vida y en situaciones particulares como en su interacción directa con el público, esto acompañado de una ambientación compuesta por grabaciones originales de aquellas que interpretaban canciones y películas poco conocidas en las que actuaron. Pero, además, se podrá conocer el valioso papel que las diez mujeres jugaron construyendo caminos para el género femenino dentro del espectáculo mexicano.

“Cada protagonista de la exposición realizó una lucha fundamental para posicionar a la mujer dentro del rubro. Podemos mencionar que Mimí Derba fue productora de cine, corrigió guiones, estuvo presente en los inicios del cine mudo y creó la compañía Azteca Films, entonces tiene un lugar importante en la historia del cine en México, era pionera en ese ámbito y era mujer, esto es importante porque en esa época no se contaba con los espacios suficientes para desarrollar empresas y ella lo consiguió. Lo mismo pasó con Esperanza Iris y prueba de ello es que el teatro de la ciudad, que era de su propiedad, lleva su nombre. En los casos de Lupe Vélez, Dolores del Rio y María Félix, ellas se abrieron paso como las artistas mexicanas que nos representaron a nivel mundial por excelencia, en Estados Unidos y en Europa. También Lupe Rivas Cacho quien llegó a Argentina, a España, a otras ciudades de Latinoamérica; entonces, ellas desarrollaron sus carreras de una manera muy profesional y, a la par lograron abrir espacios para las mujeres en el escenario artístico mexicano”.

 

La curadora señala que con todos estos hechos y atributos tanto en su labor como en la vida real, no es extraño que estas mujeres proyectaran siempre una imagen de seguridad, control e incluso desafío frente a las circunstancias cotidianas, las críticas y la figura del macho mexicano, la cual muchas veces parecía endeble en presencia de estas artistas, situación que propicia otro tema de reflexión dentro de la muestra, puesto que los personajes masculinos que compartían la pantalla o el escenario con ellas debían hacer frente al dilema de enamorarse de la mujer dulce y abnegada o enamorarse de la mujer fuerte e independiente; esto último significaba invariablemente la entrada a un proceso de sufrimiento, primero, porque debía competir con otros hombres y, segundo, porque muchas veces debía negar su amor por ellas debido a que este era ilícito.

Paralelamente, Valenzuela narra que la exposición pudo contar con una enorme riqueza en cuanto a contenido gracias a circunstancias venturosas como la donación al museo, por parte de Tomás González, de una buena parte del archivo personal de Lupe Rivas Cacho, pero especialmente de la bastedad de la colección de Monsiváis que pudo reunir una cantidad enorme de piezas gracias a su incansable búsqueda en bazares como los de La Lagunilla o el Ángel, sus relaciones con los dealers de estos lugares o los regalos de sus amigos. Fiel al estilo del autor de Amor perdido, Escenas de pudor y liviandad es, al mismo tiempo, una forma de reivindicar la figura de diez artistas que fueron fundamentales durante su tiempo en diversos aspectos, y una invitación al análisis de distintos elementos del pensamiento y el carácter nacionales a través de ellas.

“Las mujeres que retomamos aquí pueden definirse como iconos populares, posiblemente no pertenezcan a un concepto de alta cultura, aunque es necesario recordar que para Monsiváis esta especie de líneas divisorias se difuminaban, pero puede decirse que conforman una cultura definitoria que nos dice cómo queremos ser, a veces más que cómo somos, lo que sin duda arroja luz en cuestiones que pueden describir las ideas de los mexicanos alrededor de determinados temas; podemos rastrear, por ejemplo, de dónde vienen los estereotipos que hoy tratamos tanto de cambiar sobre la mujer y el hombre, la configuración de los estigmas femeninos y también saber quiénes fueron las lograron abrir el paso al trabajo de las mujeres en el cine y el teatro en México, algo que actualmente está tomando mucho valor”.

Por último, Ana Catalina Valenzuela invita a todos los ciudadanos a visitar no solo Escenas de pudor y liviandad que se encontrará abierta hasta septiembre de este año, sino también a acercarse al Museo del Estanquillo, la obra de Carlos Monsiváis y su faceta de coleccionista de cultura visual, un encuentro del que siempre habrá de aprenderse algo nuevo.