No cabe duda que un nuevo gobierno con distintas orientaciones ideológicas y políticas causa reacciones, algunas exageradas, en su contra y en su favor.

Por ahora no hay cambio de régimen –contra lo que dicen todos—; mientras la Constitución permanezca intacta en sus paradigmas fundamentales, el régimen sigue siendo representativo, democrático, laico y federal; para su funcionamiento existen tres poderes: el ejecutivo, el legislativo y el judicial; en sus tres niveles de gobierno, el federal, el estatal y el municipal.

Sin embargo, las nuevas políticas si han causado una fuerte conmoción y crean una oposición que puede catalogarse en diferentes rubros: desde luego, los partidos de oposición, que representan el destruido e inservible sistema de partidos; los medios de comunicación; las organizaciones políticas y sindicales.

Pero, la que causa más estragos hacia el futuro inmediato es la oposición interna que apoya al Presidente Andrés Manuel López Obrador, pero critica sus equivocaciones. En este rubro se encuentran las aclaraciones que –en distintas ocasiones— ha realizado el Senador Ricardo Monreal, con toda atingencia jurídica; el ejemplo más reciente es la opinión que le ofreció al periodista López Dóriga cuando afirmó que “si no se realizaba la reforma educativa –cuando esto se publique ya estará aprobada— quedaría vigente la Constitución y, en consecuencia, la reforma Peñista”, y al referirse al memorándum que el Presidente giró a sus colaboradores, para dejar abrogada precisamente esta reforma, claramente definió que “esto no es posible, ya que la Constitución sólo puede ser modificada por el Constituyente Permanente”. Y además estableció con claridad la preminencia constitucional en cuya cúspide se encuentra la Carta Magna. Ese tipo de correcciones es lo que hoy denominado las “lecciones de Monreal” a las que habría que agregar las contradicciones con supuesto aliados ideológicos como la CNTE o el EZLN.

Por otra parte, existe una estridente actitud que pide absurdamente que renuncie el Presidente y que representa un conjunto heterogéneo de opiniones, que van desde la actitud de buena fe y democrática de muchos ciudadanos de clase media, hasta el interés político y perverso de una derecha extrema.

Seguramente esta serie de manifestaciones que, hoy por hoy, festeja el Presidente –aun cuando en el fondo se burla de ellas— van a prosperar; pero no serán factor hacia el futuro inmediato, ni podrán incidir en la agenda política. En otras palabras, la revolución de los fifís no tendrá éxito, pero tampoco pretender dividir a la nación entre conservadores y liberales, en una mala reminiscencia del Siglo XIX.

El Presidente ha cometido muchos errores, pero la crítica debe ser propositiva en bien de la nación; pues, si se derrumba el edificio económico que hemos construido y se abre –aún más— el pantano siniestro de la delincuencia, la nación vivirá momentos que no deseamos, ni queremos.

Oposición sí, con razón, con propuesta y con inteligencia; porque además muchos de los críticos, ni somos fifís, ni conservadores, somos llanamente ciudadanos que queremos un mejor destino para la nación.