Donald John Trump, el 45º Presidente de Estados Unidos de América, el viernes 10 de mayo dio otro paso, mucho más peligroso, en la “guerra comercial” que declaró a la República Popular China hace poco más de un año. El insuflado magnate –que ya obtuvo en su corto mandato la vergonzosa marca de ser el mandatario estadounidense “más mentiroso de la historia”–, ordenó el aumento del 10 al 25 por ciento de aranceles a miles de productos chinos valorados en 200 mil millones de dólares.
A la desaseada manera como acostumbra tomar sus decisiones, el actual residente de la Casa Blanca dio a conocer su ucase cuando, por segundo día consecutivo, los negociadores de ambos países estaban reunidos en Washington con el propósito de lograr que el gobierno chino aceptara las condiciones del gobierno republicano. El encuentro terminó en desencuentro y los de Pekín anunciaron represalias. Eterna historia, que tanto le gusta protagonizar al sucesor de Barack Hussein Obama.
Al parecer, la agudización de la guerra comercial entre EUA y China le “fascina” al hombre de las largas corbatas rojas. Ese mismo día, en un largo rosario de tuits, remachó, una y otra vez: “no hay ninguna necesidad de apresurarse para llegar a un acuerdo”. Al tiempo que aseguraba que los nuevos aranceles serían muy benéficos para la economía del Tío Sam. Todo en aras de que “América sea grande otra vez”.
Pero, las repercusiones fueron prácticamente inmediatas. Las principales bolsas europeas sufrieron pérdidas en la jornada del lunes 13 de mayo, al igual que los mercados en Wall Street, una vez que China anunció aranceles a bienes estadounidenses calculados en 60 mil millones de dólares, pese a las baladronadas de Donald Trump para que Pekín no tomará represalias. El “gigante asiático” informó en un comunicado que los nuevos aranceles a bienes estadounidenses, que entrarán en vigor el 1 de junio, irán del 5 al 25 por ciento y se aplicarán sobre un total de 5 mil 140 productos.
El anuncio de China se dio menos de dos horas después de que Trump advirtiera a Pekín que no tomará represalias contra el alza de aranceles que impuso el viernes anterior. De antemano, los chinos habían dicho antes que no cederían a la presión externa. El mandatario estadounidense acusó a la contraparte de que “rompió el acuerdo” al incumplir compromisos contraídos durante meses de negociaciones.
“Le digo abiertamente al Presidente Xi y a mis muchos amigos en China que sufrirán mucho si llegan o si no llegan a un acuerdo, porque las compañías se verán obligadas a abandonar China por otros países. Es demasiado caro comprar en China. ¡Tenían un gran acuerdo, casi cerrado y dieron marcha atrás!”, señaló el magnate en Twitter. Así se las gasta el inquilino de la Casa Blanca.
La caída fue generalizada, el índice británico FTSE100 caía un 0,43 por ciento, mientras que el germano Dax lo hacía un 1,47 por ciento. El francés CAC 40 retrocedía un 1,20 por ciento, al igual que el Ibex de Madrid que descendía 0,62 por ciento.
La bolsa de Wall Street corría la misma suerte y el lunes 13 abrió con pérdidas afectadas por el nuevo capítulo de la guerra comercial chino-estadounidense. El índice industrial Dow Jones sufría una pérdida del 1,60 por ciento mientras que el tecnológico Nasdaq lo hacía un 1,98 por ciento y el S&P 500 1,58 por ciento. En Asia, las principales bolsas cerraron más temprano también con una tendencia a la baja, aunque el Hang Seng de Hong Kong cerró con un alza del 0,84 por ciento.
Antes de continuar con el análisis de este nuevo frente internacional –cuyas consecuencias serán de grave pronóstico reservado–, hay que insistir en otras problemáticas facetas del explosivo mandatario. Por ejemplo, la política migratoria de Donald Trump –y su inocultable odio contra los mexicanos, aunque el “pacífico” mandatario tabasqueño López Obrador no quiere “enfrentarse” con él para “no entorpecer las relaciones con el Tío Sam” porque “nosotros somos juaristas” (¡faltaba menos, qué caray!, ¡me canso ganso!), y todo lo basamos en “el respeto al derecho ajeno es la paz”–, es espantosa, pero es posible que no sea lo peor de su gobierno.
Por cierto, identificar qué es lo peor del mandato de Trump se ha convertido en un juego de salón muy popular en la Unión Americana. La lista de pifias “trumpeanas” ya es muy larga, y no sólo se reduce a su misoginia, su vulgaridad y crueldad sin límites, amén de que haga la vista gorda con los supremacistas blancos (de hecho él mismo lo es, sin duda alguna), sin olvidar su “guerra” con el medio ambiente –posición absurda a la que únicamente le falta que negara la cruda realidad del Holocausto–, la salud y el sistema internacional basado en reglas.
Este citado juego morboso es interminable porque diariamente aparece un nuevo contendiente por el título. En este punto, como dice Joseph Stiglitz –Premio Nobel 2001 en Ciencias Económicas y famoso catedrático de la Universidad de Columbia–, en su corto ensayo “El legado más preocupante de Trump”–: “Trump es una personalidad conflictiva y cuando se vaya deberíamos reflexionar sobre cómo alguien tan perturbador y moralmente deficiente pudo llegar a ser elegido presidente del país más poderosos del mundo”. Al respecto, no sería nada sorprendente que un día más o menos cercano, el “pueblo sabio y honesto de México” reflexione cómo pudo llevar a un personaje tan “especial”, como AMLO, al poder.
Entre tanto, el Fondo Monetario Internacional (FMI), volvió a advertir de que si el conflicto comercial entre las dos potencias se prolonga –lo que es posible porque el enfrentamiento se da entre dos “voluntades”, la de Trump y la de Xi–, esto supondrá “una amenaza para el crecimiento mundial”. El portavoz del organismo mundial declaró: “Esperamos que haya una solución rápida… todo el mundo está pendiente”. Anteriormente, en un informe técnico, el FMI indicó que ninguno de los dos países gana con este enfrentamiento.
No obstante, Trump recurrió a uno de los argumentos básicos de su campaña para justificar su decisión: “no vamos a seguir pagándoles medio billón de dólares cada año”, refiriéndose al déficit comercial entre ambos. “Vamos a recuperar con los aranceles más dinero que nunca”, dijo. También arremetió contra el acuerdo que permitió que China ingresara en la Organización Mundial de Comercio (OMC). “Su economía subió como un cohete –explicó–, lo hicieron con nuestro dinero… no me gusta que se aprovechen de nosotros, vamos a dejar de ser la bolsa de la que todo mundo roba”, repitió una vez más.
Antes de la caída de las bolsas en todo el mundo los analistas consideraban que “los canales seguían abiertos”. Ahora, el panorama ya no está tan claro. Seguramente las negociaciones se reanudarán en cualquier momento, en Pekín o en otra parte. De tal suerte, el jefe de la delegación china en Washington, el vice primer ministro Liu He, al abandonar la capital de la Unión Americana después de suspender las negociaciones, dejó en claro que las posturas de ambos países están separadas por enormes diferencias de fondo.
El hombre de confianza del mandatario chino, Liu He, para los asuntos económicos, en una conferencia de prensa para los medios de su país también admitió que existen “desacuerdos sobre cuestiones de principio; tres cuestiones en las que subrayó Pekín no cederá bajo ningún concepto”. Para poder llegar a un acuerdo –dijo–, es obligatorio que EUA suspenda sus aranceles adicionales; que el aumento del volumen de compras de productos estadounidenses que la Casa Blanca exige a China sea realista y se ciña a la demanda interna china; y, sobre todo, que el documento final del acuerdo sea “equilibrado” para garantizar la “igualdad y la dignidad” de los dos países.
Según los expertos, es en la tercera condición, la “dignidad” donde se encuentra la clave del asunto. El actual punto muerto se desató, de acuerdo a la publicación de la agencia Reuters, cuando el gobierno de Pekín eliminó del borrador del acuerdo las referencias a que cambiaría sus leyes para aceptar las demandas del Tío Sam sobre protección de la propiedad intelectual, acceso a los mercados de servicios financieros y transferencia forzosa de tecnología, entre otros. Para EUA, esos términos eran la garantía para hacer cumplir lo que (creía) se había acordado. Y un cambio en su modelo económico que Xi Jinping no tiene ninguna intención de aceptar. “Venga lo que venga”.
En fin, la disputa entre las dos potencias va para largo. Como dice la economista jefa para Asia Pacífico del banco de inversiones Natixis, Alicia García-Herrero: “China está dispuesta a pagar un cheque, pero no a trasformar su modelo económico estatal en una economía de mercado… el abrupto cambio de dirección de Trump en la estrategia de negociación revela desesperación más que fuerza”. Y, la República Popular China ha llegado a la conclusión de que tiene margen de maniobra para aguantar lo que cree puede ser una guerra de desgaste prolongada. La desconfianza de Pekín es grande, y domina la percepción de que, al final, el objetivo de Washington es impedir que la nación asiática se convierta en una gran potencia, que, de hecho, ya lo es.
La pregunta es clara: ¿quién sobrevivirá? La respuesta incierta: a lo mejor ninguno. Amén que el resto del planeta sufrirá algo más que un daño colateral. En la Tierra soplan vientos de fronda. VALE.