Por Moisés Castillo

Foto de portada: Miguel Espino

 

El gran Gay Talese dice que la misión de un cronista es estar ahí, mirar los ojos de la gente que quieras conocer. Y las crónicas de Carlos Velázquez reunidas en el libro Aprende a amar el plástico (Cal y Arena 2019), son una ráfaga poderosa de rocanrol, drogas, alcohol y humor negro al ritmo desenfrenado de Iggy Pop. El instinto como forma de vida.      

El escritor de Torreón tiene una personalidad tan aplastante que puede generar “ruido” en el lector, no por su prosa afilada y voz inconfundible sino por el exceso del “Yo” en las historias que relata: un protagonismo innecesario (quizá me equivoco) para dejar bien en claro que es un “cabrón sensible”. ¿Es él o un personaje? Creo que si la crónica demanda escribir en primera persona es para reforzar la mirada del autor, ser un puente indestructible con el lector, una ventana en donde el tiempo parece detenerse, los detalles brotan y cobran significado. Esto no quiere decir que el libro no sea disfrutable y que provoque carcajadas. Al final Carlos Velázquez tiene una respuesta para todo: “muéstrate y que te valga madres el mundo o cómo te juzguen”.

El escritor Carlos Velázquez. Foto: Miguel Espino.

-La diferencia entre ficción y no ficción no es tan grande si consideramos la crónica como literatura. ¿Cómo definirías estas 17 crónicas que conforman Aprende a amar el plástico?

La diferencia entre ficción y no ficción es un abismo. La ficción es un partido con árbitro. La no ficción es una cáscara, lo cual no la exenta de belleza. Definirse supone un problema, porque uno aprende a dominar el ego cinco minutos antes de morir. Este libro es una celebración extraña. Es una licencia. Yo nunca pensé en la crónica como un medio de expresión y aquí estoy. Esta es una reunión que no tiene otro propósito que ver congregados unos textos que no me definen pero tampoco me niegan.

-En los últimos años, escritores nacionales han incursionado a la crónica pero a muchos no les sale, no transmiten nada o son muy rebuscados. ¿Para ti que elementos debe tener una buena crónica (La de “Iggy Pop” y “Loca academia de astronautas”, son geniales).

La crónica es el género más noble. No te exige la precisión del cuento, el músculo de la novela o la emoción de la poesía. Tampoco tienes que estudiar periodismo o comunicación. Basta que pongas atención al leer a los maestros. Sergio González Rodríguez, Hunter S. Thompson, Tom Wolfe. Y beber de ahí. Si existen cronistas malos es porque toman malas decisiones. Es decir, sus lecturas son equívocas o no saben extraer ninguna enseñanza de ellas.

-Tienes una personalidad explosiva. De hecho en las primeras líneas admites que nadie te quiere por “cabrón”. ¿Esta personalidad tan fuerte ayuda a reforzar tus textos? ¿Cómo sobrevivir a ser el “malote” de estas crónicas?

No entiendo este mundo. Apenas tengo 41 años y ya me derrotó. Sobrevivir en las calles es más difícil que nunca. A un amigo lo acaban de asaltar tres veces en dos días. Y a pesar de ello la sociedad te quiere blando. Te critican si eres violento. Pero afuera uno necesita mucho empuje para no ser avasallado. Sólo las clases privilegiadas pueden exigir que la vida se mantenga dentro de una burbuja. Si como todos los mexicanos de este país vives de quincena en quincena cómo es posible que le digas malo a un cronista cuando el salario mínimo no te alcanza para nada.

-En ciudades importantes como Monterrey y la CDMX, la vida nocturna se ha transformado, los table dance, por ejemplo, ya son lugares en extinción. ¿Por qué te fascinan estos lugares, es una especie de adicción para ti?

Soy pobre. Desde niño lo he sido. Y dónde crees que se divierten las clases populares. En el teibol, en la cantina, en la lucha libre, en el estadio de futbol (aunque esto cada vez más es un lujo). Soy un simple recadero. Que trae mensajes desde donde considero yo que se encuentran mis semejantes. Hace unas semanas me preguntaron por qué no narraba el lado oscuro del jet set. La respuesta es fácil. Porque soy un jodido. El trabajo de destapar la cloaca de las clases dominantes le corresponde a otro, no a mí.

-¿Sigue tu repulsión a The Cure por su “tormenta de encores”? Para muchos asistentes fue algo “histórico”…

Asistir a aquel concierto fue el equivalente a ser sometido al método Ludovico. Me resisto a ver la música cómo un instrumento para la tortura. Cuando llegué a la adolescencia no sé por qué me entró una desesperación por ser sofisticado. Llegué a atesorar cientos de discos de jazz, que regalé más delante, y me burlaba del heavy metal más primario. Con la música como está hoy amo más a Mötley Crüe de lo que lo hice en la secundaria. Soy una persona que difícilmente olvida una afrenta. Y aunque lo he intentado, ya no puedo volver a escuchar a The Cure con el mismo gozo.

-En “El amor, la coca y el tráfico son cosas incompartidas”, la Ciudad Godínez te tendió una trampa. Tú que eres oriundo de Torreón, ¿existe una guía mínima para sobrevivir a la CDMX ¿Qué te gusta y detestas de esta gran urbe?

De la Ciudad de México me disgustan muchas cosas. Para empezar que le hayan cambiado el nombre. Me disgusta que desde la administración de Mancera sea un sitio inhabitable. Cuando no te asalta un ladrón lo hace un policía (estos son los peores) o que te roben la casa o te saquen el celular en el metro. Me disgusta que una persona tenga que hacer dos horas para llegar a su trabajo y dos horas de regreso para llegar a tu casa. ¿Existe una guía para sobrevivir a la CDMX? Claro, ve de visita, pasa ahí unos días y sal huyendo.

-La vitalidad que derrocha Iggy Pop es incomparable. ¿En México hemos tenido algún personaje rocanrolero lleno de energía y que escriba buenas canciones?

En México tenemos muchos productos culturales que exportar. El Santo, Tin Tan, Fernando del Paso, pero no el rock.

-Casi todas tus crónicas son de conciertos masivos, ¿cuál es tu estrategia para relatar días largos, quizá insufribles, con un montón de bandas que escuchar?

Sé que parece lo contrario, pero no soy fan de los festivales. Si acudo a ellos es porque en México se acabó el concepto de concierto como un espacio íntimo. En Estados Unidos ver a una banda como Los  Melvins no supone una monserga. No hay que comprar un boleto por internet ni hay que pagar una comisión a los ladrones de Ticket Master. No existe Ocesa. Te presentas la misma noche de la tocada, compras tu boleto en taquilla (25 dólares, no la fortuna que te exprimen aquí) y disfrutas del show. En los festivales sobrevivo a base de drogas. Una ocasión fui con un amigo que está sesenteando y se quejaba de que le dolía la espalda por estar tantas horas de pie. Eso le pasa a la gente que no se mete un ácido.

-¿Breaking Bad alteró tu forma de escribir, de ver al mundo? ¿Consideras esta serie como una influencia en tu literatura? ¿Con qué personaje te identificas más?

Sí, y estoy orgulloso de ello. En tiempos donde cada vez es más difícil que un producto te sorprenda, lleva BB y te da una bofetada en la cara. La literatura ha dejado de hacerse únicamente con referentes bibliográficos. Las letras lo fagocitan todo. Y por supuesto que se han nutrido de las series. Una película o una serie no son otra cosa que modelos narrativos. Por regla menores a los que existen en los libros, pero hay excepciones a considerar. Mi personaje favorito es Saul Goodman. Todos llevamos un Saul Goodman dentro. Todos hemos querido alguna componer el mundo a base de pendejadas. 

-Aseguras que en Tepito se tiene cierta “consideración” por el adicto, ¿nunca tuviste miedo al entrar al Barrio Bravo? ¿Cambió tu perspectiva al estar ahí en carne y hueso?

Miedo tuve, por supuesto. La basura se reconoce. Y por eso sentí que me propinaban un buen trato. El principal error del narco ha sido aniquilar a su mercado. El día que se den cuenta de eso, van a volver a vivir el esplendor del pasado. Crees que en California van a matar o meter a la cárcel a los que fuman mariguana. No, porque eso es quedarse sin cientos de dólares. En Tepito eso lo tienen muy claro. Si quieres que un adicto vuelva lo tratas con caballerosidad. De Tepito lo que me impresionó es su nivel de organización. Ninguna empresa es tan eficiente.

-Guillermo Fadanelli dice que el verdadero borracho no ha de llamar la atención, pero tu eres todo lo contrario. La ebriedad abre puertas, te vuelve un ser más amable, amistoso, ¿para ti que significa?

Siempre que escucho la palabra borracho viene a mi mente Marmeladov, el padre de Sonia, y me estremezco. Yo no soy adicto a mi propia miseria. Pero sí, cada vez cultivo más el silencio y mi círculo de amistades tiende a reducirse. En estos tiempos en que todo es motivo de ofensa mi humor sarcástico no encaja en el mundo. Mi relación con el alcohol ha pasado por muchas fases. Desde el furor hasta la contemplación. El borracho verdadero debe tener un hígado de hierro.