A Irina Bonatska,
Mi entrañable
amiga ucraniana,
brillante colaboradora
durante mi misión
como embajador
de México en Ucrania

 

El movimiento estudiantil de mayo de 1968 en Francia, acuñó la frase la imaginación al poder, que bien expresaba lo que trató de ser este movimiento idealista y libertario que había encendido ya las universidades de Estados Unidos, dio lugar a la primavera de Praga y contagió a los estudiantes mexicanos. Con desenlace trágico en Checoslovaquia por la invasión de los tanques del Pacto de Varsovia en agosto de 1968, y en México por la masacre de Tlatelolco, el 2 de octubre.

Parafraseo lo expresado por los estudiantes franceses y escribo los cómicos al poder, para referirme al arribo de uno de ellos al poder en Ucrania –y en otros países. Aunque debo precisar que, no pocos de ellos, más que cómicos, son payasos, a los que el Diccionario de la Academia, define como “artistas de circo, generalmente caracterizados de modo extravagante, que hacen reir con su aspecto, actos, dichos y gestos”.

Cómicos –o payasos– como Volodymyr Zelensky, actor cómico de la televisión, que acaba de ser electo presidente de Ucrania; como el corrupto Jimmy Morales, presidente de Guatemala; y como Beppe Grillo –éste de más alto nivel intelectual– creador del Movimiento 5 Estrellas, que hoy comparte desgobierno en Italia, con la fascista Liga, de Mateo Salvini. También como Trump, payaso salido de la telerealidad –el reality show. Y, me pregunto: ¿Cómo el brexit, tragicomedia, con payasos como Nigel Farage y Boris Johnson y una heroína tragicómica, Theresa May?

Estos payasos de la política son otra excrecencia producida por las cuentas lamentables que arroja la economía del capitalismo mundial, con miles de millones de pobres –incluso Europa–, el continente de la democracia liberal, de la igualdad y de los valores “cristianos”, registra ¡118 millones de pobres! Cuentas lamentables, con graves, indignantes pasivos que arrojan corrupción e impunidad; inmoralidad e incompetencia de dirigentes de los partidos tradicionales e inoperancia de estos partidos. En Europa, pero también en América Latina y el Caribe, en los Estados Unidos y en el resto de los continentes.

Estas cuentas lamentables despiertan sentimientos nacionalistas, hasta la xenofobia. La xenofobia que identifica a los inmigrantes como los culpables de los males de los países; aumenta falsamente y de manera desvergonzada las cifras de esta inmigración y las de los delitos supuestamente cometidos por los extranjeros, que –se afirma sin ambajes– quitan empleos a los nacionales. Que enciende las alarmas sobre “el peligro de perder la identidad y la nación en manos de los inmigrantes”.

Así lo sostiene Samuel Huntington en su teoría del Choque de Civilizaciones –que habla de la civilización latinoamericana, entre otras– y lo espetó Jared Taylor, el supremacista blanco estadounidense, a Jorge Ramos, condenando estridentemente “el poder de los latinos a costa del poder de los blancos”. Así lo hace ver el partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD), reproduciendo, en un cartel electoral, el cuadro del siglo XIX titulado Mercado de esclavos, en el que hombres árabes tocados con turbante examinan a una mujer blanca desnuda puesta a la venta, y escribiendo: “Los europeos votan a la AfD, para que Europa no se convierta en ‘Eurabia’”.

La pobreza y la desigualdad, la corrupción, la impunidad, la incompetencia y el desprestigio de líderes y partidos políticos; el miedo, el racismo y la xenofobia, han encumbrado a Trump, un personaje impreparado e inmoral, pero maestro manipulador y provocador, en la presidencia de los Estados Unidos. Para mal del mundo. Y han encumbrado en América Latina y el Caribe a gobernantes de repúblicas bananeras, mediocres, amafiados y corruptos como el mencionado Jimmy Morales; y a rijosos impreparados, egocéntricos –mesiánicos– en más de un extremo de la región. Aunque nada debo decir de la hoy desfalleciente y desprestigiada izquierda –Cuba, Venezuela, Bolivia– porque estaba desde antes.

 

Ucrania se debate entre sumarse a la Unión Europea o sucumbir ante Rusia, en momentos en que un cómico ha llegado al poder.

 

 

En Europa, objeto permanente de mis comentarios, el explosivo coctel de pobreza y desigualdad, incompetencia y corrupción –yo no diría, sin embargo, que impunidad equiparable a la de América Latina y el Caribe–, miedo y xenofobia, dan lugar a populismos nacionalistas eurófobos, de líderes providenciales proclives al fascismo: Orbán, Salvini, quien, por cierto, declaró este 4 de mayo a una emisora hungara: “Europa se convertirá en un califato islámico si no hacemos nada respecto a nuestras raíces cristianas”, Marine Le Pen.

Este escenario es de peligro grave para la Unión Europea y su proyecto supranacional, visionario –no me canso de decirlo– de gobierno, educación, cultura y bienestar para la Europa de hoy y del futuro. Una región –dice el escritor español Antonio Muñoz Molina– en la que sus habitantes gozan de derechos tangibles como no hay en parte alguna. En este escenario apocalíptico, tengo sin embargo que celebrar, con satisfacción, el triunfo del PSOE en los comicios en España, que fortalece a la Europa comunitaria.

Voy a Ucrania, que se encuentra geográficamente en las fronteras de esta Unión Europea y de Eurasia, condenada por la geopolítica y confrontando preferencias de sus habitantes, entre Moscú y Bruselas. El país, literalmente crucificado por la geografía entre los dos espacios culturales y de organización y presencia y aspiraciones –apetitos– políticas, sufre las consecuencias de esta crucificción. Por cierto, el ya mencionado Huntington habla de la “división ortodoxa-occidental”, cuya línea de fractura pasa en medio de Ucrania –y de Bielorrusia.

Para no remontarnos a la historia antigua de este país de Europa del Este, cuna de Rusia, desde el siglo IX con el Rus de Kiev, me concreto al presente siglo, para recordar que en 2004 –cuando yo era embajador de México allá– fue escenario de la Revolución Naranja por la que llegaron al poder los pro occidentales Vikton Yushenko y Yulia Tymoshenko, que se esperaba librarían a su nación de la nomenklatura post soviética y pro rusa; y reducirían la corrupción endémica. Pero fueron un fraude y el poder volvió a un testaferro de Moscú.

Ucrania atravesó entonces por un prolongado período de protestas de los pro europeos que pretendían formalizar un acuerdo de adhesión a la Unión Europea, que, por supuesto, no era equiparable al que vincula a sus hoy 28 miembros, enfrentándose a los partidarios de la pertenencia económica y de vínculos políticos, a Rusia. El Evromaidán –Europlaza– como se conoce a estos sangrientos enfrentamientos, duró desde fines de 2013 y buena parte de 2014. Su desenlace fue la anexión, por Rusia, de la península de Crimea y la ciudad de Sebastopol el 18 de marzo de 2014, en una flagrante violación al derecho internacional, que la mayoría de la comunidad internacional condena.

Desenlace también fue la elección presidencial de mayo de 2014, con el triunfo del magnate Petro Poroshenko, que Moscú finalmente reconoció y que gobierna desde entonces, que se postuló a la reelección y la perdió frente al ya mencionado cómico Volodymir Zelensky en la segunda vuelta de los comicios, el 21 de abril. Ahora es el cómico, que obtuvo el 73% de los sufragios, quien tendrá que gobernar a un país con la economía en números rojos, corroído por la corrupción y sufriendo el secesionimo prorruso. Ciertamente no le bastará para ello su bisoñez y la manida promesa de, “no los defraudaré”, al pueblo.

La elección de este comediante de la televisión fue –dice el conocido analista ucraniano, Vitaly Portnikov– “uno de los eventos más impactantes en la historia política más reciente no solo de nuestro país, sino también del espacio postsoviético y de toda Europa Central”. Es para el bisoño Zelensky un desafío que, para muchos, está muy por encima de su inexperiencia política, y que lo confrontará al Este y al Oeste y al otro lado del Atlántico con políticos de amplia experiencia y malicia; o simplemente poderosos. Putin, por cierto, se refirió despectivamente al recién llegado como “un ovni, un disruptivo, un especimen como nunca se había visto en Rusia”.

Zelensky está por comenzar esta aventura que –señala otro experto ucraniano, Bogdan Bodnar– lo enfrenta a cinco desafíos: la economía en números rojos, la guerra con los separatistas prorrusos, el ingreso a la Unión Europea –y a la OTAN–, la hostilidad del parlamento y las relaciones del flamante presidente con el oligarca Igor Kolomoïsky. Yo preciso, por mi parte, que estos desafíos lo pondrán cara a cara con el hábil y arrogante Putin y con Trump, caprichoso e impredecible.

Respecto a su frágil economía, Ucrania, que, después de la revolución Evromaidán, cuenta con un plan de ayuda implementado por el FMI, no se ha beneficiado de ello por no haber adoptado las medidas anticorrupción que se le exigen como contraparte: de acuerdo a Transparencia Internacional, que asigna los primeros lugares a los países menos corruptos, Ucrania ocupa el vergonzoso lugar 120 –México, por cierto, está en el lugar 138.

En relación con el segundo punto, el presidente hereda una guerra, en el Este del territorio –el Donbás– con los secesionistas prorrusos, que deja ya 13 mil muertos y está sostenida por Moscú, a pesar de que el Kremlin lo niegue. Esta confrontación ya dio lugar a la anexión de Crimea, por parte de Rusia.

Para enfrentarse al problema, Zelinsky se propone reactivar el tratado de Minsk, suscrito en 2015 entre Ucrania, Rusia, Francia y Alemania –él quiere asociar a Estados Unidos y al Reino Unido– en el que, entre otras cosas, se acuerda detener las hostilidades, celebrar elecciones locales, restaurar relaciones socioeconómicas, y el control total, por Kiev, de la frontera ucraniana. Asimismo, realizar reformas constitucionales.

El reto a Kiev del secesionismo prorruso esta siendo respondido de múltiples formas, aparte de los enfrentamientos –literalmente la guerra– armados. El presidente Piotr Poroshenko acordó, con el patriarcado ucraniano, independizar de Moscú a la iglesia ortodoxa de Ucrania, después de 330 años de subordinación. También completó la actividad legislativa con la expedición de una ley que confirma al idioma ucraniano como la única lengua oficial, a pesar de que el 30% de la población es rusoparlante y de la existencia de importantes minorías de habla húngara y rumana. Violación de derechos y error político, desde mi óptica, que dificulta un eventual proceso de paz con los secesionistas del Donbás.

Otro reto para el mandatario es el de obtener la adhesión de Ucrania a la Unión Europea, pretensión absolutamente irreal, porque antes Kiev deberá resolver sus conflictos territoriales con Rusia. Además de que estos no son tiempos propicios para que la Europa Comunitaria planee una nueva ampliación.

Bodnar considera, sin embargo, que la adhesión de Ucrania a la OTAN sería probable y Zelensky prometió un referéndum nacionale sobre ambas adhesiones. Aunque, como es obvio, la adhesión a la OTAN, principalmente, es seguro que provoque la cólera de Putin.

Un desafío más para el mandatario será el de su relación con un parlamento, la rada, en el que no dispone de mayoría y le es hostil; y con el que deberá convivir, cohabitar, hasta las elecciones legislativas, previstas, en principio, el 27 de octubre. ¿El eventual enfrentamiento del mandatario, que goza de enorme popularidad, con legisladores, se discernirá a favor de éste y hará perder a los parlamentarios el sostén del pueblo, como sugiere Nikita Poturayev, asesor de Zelensky? O, como teme el ya citado Portnikov, ¿la popularidad del showman no se derrumbará después del primer enfrentamiento de su partido, sin estructura y programa, en el parlamento?

El presidente electo necesitará, por último, aclarar sus nexos con el multimillonario Igor Kolomoïski, tercera fortuna del país y propietario de la cadena 1+1, en la que actuaba el cómico. El oligarca es acusado de desfalcar millones de uno de los mayores bancos de Ucrania y fue privado, por el todavía presidente Poroshenko, de sus acciones en la compañía petrolera Ukrnafta. ¿La relación con el oligarca es puramente profesional, como sostiene Zelensky?

En síntesis, Ucrania está estrenando presidente, apoyado abrumadoramente en los comicios, pero bisoño. ¿independiente o vinculado a un oligarca? En un país desmembrándose, urgido de soluciones. ¿El pueblo se ha mostrado sabio o se habrá equivocado?