Al final del primer semestre del nuevo gobierno, el horizonte económico no se vislumbra halagador y los datos duros no pueden manipularse con arrebatos retóricos o posicionamientos ideológicos. El tema de fondo es que la actividad económica esta creciendo, más que magramente, sin llegar ni siquiera a un digito. Es cierto que la paridad cambiaria contra el dólar, pese fluctuaciones derivadas de los “tuitazos” de Trump, ha mantenido un nivel aceptable y permitido una relativa estabilidad.

Es, también, esperanzador que la tasa inflacionaria no se ha disparado a niveles inaceptables, pero mantiene una tendencia a la alta que se debe atender y contener, pero en este esquema general, no ayuda nada el desplome en la generación de empleo y cuyos indicadores de medición no pueden alterase con otros datos, para buscar trastocar una herramienta metodológica utilizada por décadas.

Por otro lado, en el mundo el proceso de desaceleración o contracción del ciclo económico, esta reflejándose en los Estados Unidos producto de las medidas incomprensibles de su presidente que actúa de manera primitiva, sin entender el mundo globalizado de libre comercio, ideado y puesto en practica por ellos mismos. La posibilidad de generar una espiral de guerra comercial con China y la India, está latente y las consecuencias de esa batalla comercial, se reflejaría en nuestro país.

En cualquier escenario internacional adverso, nos veríamos afectados, como en nuestros ingresos por una baja en los precios del barril de petróleo o una alza, que paradójicamente también nos afectaría. Los resultados de estos primeros meses también se han visto reflejados en una disminución de la dinámica de crecimiento del proceso exportador, hasta ahora con un raquítico crecimiento menor del 1 por ciento, poco satisfactorio, que viene acompañado de resultados liliputienses en la recaudación fiscal.

Sí, el entorno global preocupa, pero son otros factores internos los que encienden señales de alarma en nuestra economía, sin que la anterior afirmación sea catastrofista. El hecho innegable es que bajó el gasto de consumo, lo cual es un factor fundamental del proceso económico.

Aunado a lo anterior, la inversión en México tampoco muestra señales satisfactorias, mas bien son preocupantes, la inversión física del sector público es patética y la del sector privado, si bien es más alta, no alivia, modifica o sustituye la del gobierno. Ante la falta de inyección de gasto gubernamental, la inversión privada esta paralizada. Aunque la inversión privada extranjera, mantiene un mayor nivel.

La prospección de los analistas financieros nacionales y extranjeros o de las propias instituciones nacionales, a la vista de estos resultados de desempeño, entre los que destaca la contracción del PIB los están llevando a prever un crecimiento en un escenario pesimista menor al 1 por ciento y, los mas optimistas como Banco de México en un rango entre 0.8 y 1.8 por ciento o la SHCP que estima 1.1 por ciento y 2.1 por ciento. Y paradójicamente, el “patito feo”, el sector primario, es el que muestra mayor dinamismo y jala la economía a un ritmo cercano al 5 por ciento, aunque sea de manera inercial.

Ante este panorama y si la economía pudiera caminar ” por instrumentos” , si bien nos va, creceríamos menos del 1 por ciento o quizás una cifra inferior a un digito. Estamos a tiempo de corregir y evitar el abismo, pero la tarea es cuesta arriba.