Cuando la derrota de la Unión Soviética, se pensó que había llegado el fin de las ideologías. En una entrevista, respondí que al contrario avizoraba una ideología reinante: el racismo. No estaba inventando, me basaba en la violencia contra los migrantes, incluidos los incendios intencionales en los edificios que los albergaban. Cuando me preguntaron sobre el más importante fenómeno cultural del milenio que alboreaba, sin titubeos, aseguré: el neonomadismo. Los flujos migratorios atraen a millones de trabajadores a las cabezas de los mercados continentales: Alemania o Francia en la Comunidad Europea, Japón en el Pacífico y Estados Unidos en el Norte de América. Los españoles pobres se refugian en Suiza, los poblanos en lo que llaman Pueblayork, miles de peruanos en Japón. Empobrecido y desempleado, el migrante sólo lleva a cuestas su cultura, cuya base la constituyen: su lengua, su comida, sus costumbres. Al llegar, la cultura receptora los margina, y en las orillas se encuentra con otros migrantes y surge la cultura de frontera y en su mezcla la cultura fusión.
La lengua puede ser la hegemónica, como el español, pero suele ser, (pues en parte se trata de masas campesinas) una lengua originaria, como el otomí o el quechua. Por los millones de migrantes de lengua española surge el término de hispanos que aglutina a costarricenses, hondureños o guatemaltecos. La Antropología describe a Indoamérica como la cultura del maíz, a Europa la define por el trigo y Asia porque se alimentan de arroz. Con los migrantes todo se mezcla, los ingredientes que no se encuentran al alcance se toman de la comida del vecino colombiano. La cultura receptora también se contagia, se le ha dado difusión al aguacate que se consume en el Super Bowl, a los tacos que se comen en todas partes, la pizza se ha vuelto universal. Hay hitos. La historia registra cuando nuestro jitomate irrumpe en España e Italia. El spaguetti lo trae Marco Polo de China. Las palabras también se mezclan, migran de una lengua a otra. Los fenómenos son imprevisibles. Los estudiosos se preguntan si el espanglish se convertirá en lengua literaria, como el sajón evolucionó para servir de soporte a los Cuentos de Canterbury de Chaucer o a los versos, teatrales o no, de Shakespeare.
¿Se fusionarán o desaparecerán otras culturas? Sólo he visto a mi hermana en un texto reflexionar sobre el significado cultural de la harinización de la tortilla con el grupo Maseca. La cultura maya era la de los hombres del maíz, como lo recuerda Miguel Ángel Asturias o Rigoberta Menchú, ambos, por cierto, Premios Nobel, él de Literatura, ella de la Paz. Los dos relatan, con maestría, que el maíz es alimento sagrado y que los otros, al comercializarlo, lo profanan. Cómo, en fin, hay que pedirle perdón a la tierra para herirla al sembrar. ¿Atrasados?, no lo creo, son los primeros ecologistas.
Rigoberta cuenta en esa obra maestra Me llamo Rigoberta Menchu y así me nació la conciencia, que para comunicarse con las diversas etnias guatemaltecas aprendió el español y en un desayuno mi hermana escuchó a Rigoberta hablar en inglés para poder comunicarse con los ahí presentes. Un escalofrío al recordar el verso de Rubén Darío: “¿Seremos entregados a bárbaros fieros?/ ¿Cuántos millones de hombres hablaremos inglés?”
En sentido contrario, hay voces que se empeñan en las que podríamos llamar historias globales, como la historia de Centroamérica o de la literatura europea de la posguerra. Ya he leído estudios sobre la cultura de América del Norte, como si Canadá, México y Estados Unidos integraran una sola nación. Creo que se apresuran en extenderle el acta de defunción a las naciones. ¿Conquistaremos, con nuestra gran cultura, a esos poderosos romanos? Al menos eso pensaba, y escribía, Carlos Fuentes.
