El desempleo crece como maleza indeseable en el entramado social de nuestro país. No sólo debe verse como falta de oportunidades para allegarse recursos y solventar gastos inmediatos. La desventura de quedar fuera de un puesto de trabajo tiene dos aristas igualmente devastadoras para quien la sufre.  Por un lado, la persona que se ve sin ocupación entra en una severa situación de estrés, angustia, ansiedad de no poder responder al sustento familiar. Pero la otra arista desde donde se puede analizar el desempleo es aún más aniquiladora y está representada por la familia de quien pierde el puesto. Sus dependientes entran en una vorágine de desaliento y temor, pues ven cortadas de tajo sus aspiraciones, seguridad y proyectos. Ese cuadro irremediablemente termina en problemas familiares fuera de control.

Y lamentablemente el fenómeno no parece tener posibilidades de solución en el corto plazo. Al contrario, según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi) tan solo en diciembre de 2018 el desempleo se situó a nivel nacional en el 3.6 por ciento, que es el rango más alto en los últimos años. En esa estimación oficial se incluyen cerca de 1.9 millones de personas que fueron despedidas en los ámbitos gubernamental y empresarial, situación que en este 2019 parece no ser diferente: en los primeros cuatro meses del año el desempleo llegó a 3.5 por ciento de la población económicamente activa, calculada en cerca de 55 millones de individuos.

Asimismo, el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) indicó recientemente que se crearon tres mil 983 empleos formales en el país, lo que representó una caída del 88.2 por ciento respecto del mismo mes de 2018 cuando se generaron 33 mil 966. El reporte mensual del organismo refiere también que el comportamiento del empleo durante el quinto mes de 2019 fue resultado de la disminución de 36 mil 861 empleos eventuales.

Por esta escabrosa realidad que empieza a envolver al país en un manto de incertidumbre, es común escuchar en las pláticas de grupos de diversos rangos sociales el tema del desempleo como la razón principal de la situación de pobreza por la que atraviesan cientos de miles de familias mexicanas. Ese es el peligro potencial del desempleo. Es ya el fenómeno preponderante que resquebrajará la cohesión social en México. No sólo es la falta de ingreso económico, como decíamos al principio, sino la carencia de la razón principal de la estructura social que significa la vida digna y aspiracional del individuo y sus dependientes. La falta de empleo se suma a una crisis más en la vida colectiva en México y debe ser considerado una emergencia nacional y una razón de Estado para solucionarlo de inmediato. El sentido común indica eso, pero la administración actual encabezada por el presidente López Obrador parece que va en sentido totalmente contrario acabando con fuentes de empleo tanto en el sector público como en el privado.

Ante la gravedad del desempleo, ya están fuera de realidad los discursos y la fraseología. Hay que ir a la solución integral a través de estrategias inmediatas para dar ocupación a las personas y no solo otorgarles ayudas asistenciales y dádivas, que no dignifican a los individuos. El desempleo afecta lo mismo a mujeres que hombres, no hay cuestión de género en la desocupación, y sus efectos derrumban lo mismo a ellas que ellos, sobre todo por las circunstancias sociales actuales donde los hombres y mujeres han asumido el papel de proveedores de la familia.

Aunque haya un aparente optimismo del presidente López Obrador, las cosas no van nada bien. El episodio que acabamos de pasar con Estados Unidos sólo agravó esa situación que ya existía: la economía mexicana ya está parada y no crecerá más allá del uno por ciento este año y es muy posible, según especialistas, que caiga en recesión y con eso, las cifras del Inegi sobre desocupación en México y las del IMSS acelerarán su tendencia al alza, aunque, como siempre, el jefe del Ejecutivo descalificará las cifras que se conozcan el siguiente mes, aduciendo que él tiene otra medición y que son infundios de sus adversarios los conservadores. Es decir el cuento de siempre.

En su afán casi paranoico de austeridad, el presidente de México está afectando la estabilidad económica y familiar de decenas de miles de mexicanos que perdieron su empleo y a otros tantos cuyo ingreso disminuyó radicalmente. Sin embargo, vemos que todo ese esfuerzo de “austeridad franciscana” se va a derrochar en pagar un aeropuerto que nunca se va a usar, una refinería que cuando se termine de construir (si es que esto sucede), ya estará obsoleta y en dar dádivas a jóvenes y adultos mayores. Es decir, derrochar en proyectos populistas y electorales, que es lo único que le interesa.

La Dirección de Estudios Económicos de Banamex señaló que las estadísticas de desempleo de mayo confirman la desaceleración económica. Por su parte, especialistas en economía indican que durante el periodo que comprende de julio a septiembre sólo 14 por ciento de los empleadores prevé incrementar su plantilla laboral, la cifra más baja registrada durante el año.

Pero nada de esto parece preocuparle en lo más mínimo al presidente López Obrador. Su administración está guiada por obsesiones y prejuicios. Es notorio que se siente incómodo en la oficina que ocupa en Palacio Nacional, mientras la parálisis económica y el desempleo son ya una emergencia nacional.