No tengo duda de que la fama sin rival de Amado Nervo se funda en su carácter místico. Me atrevo a decir, siempre y cuando el lector me prometa no sonreír, que hasta su rostro, si juzgamos por su retrato icónico, es místico. Ignoro si sus primeros libros Perlas negras y Místicas lo catapultaron a la celebridad, pero ese tono espiritual se mantiene en Serenidad y Elevación que son publicados una docena o casi veinte años más tarde. Sin embargo, hay otra veta que bien podría haberle concitado la popularidad: su poesía patriótica o simplemente mexicanista. Recuerdo a mi hermana Magdalena declamando ante los alumnos de primaria aquel poema dedicado a los Niños Héroes y Guadalupe La Chinaca. Los lectores se identificaban con los sentimientos místicos, patrióticos o nacionalistas del autor. El poeta como voz de su pueblo.

Nervo, en 1910, escribió un ensayo biográfico, titulado Juana de Asbaje, que revivió, luego de eclipses parciales, a Sor Juana Inés de la Cruz. Después de su muerte, Nervo, como la monja, cayó en desgracia crítica, su misticismo pasó de moda, se combatió el nacionalismo y hasta se le acusaba de cursi. No le faltaron valedores. Alfonso Reyes le dedicaba ensayos y Borges confesaba que sabía sus poemas de memoria. Ya en este milenio, Pável Granados, que tiene tan buen oído que ya es director de la Fonoteca, sostiene que desde el punto de vista de la técnica, Nervo es perfecto. “La hermana agua” es no sólo hermoso, sino impecable. Ahora el poeta nayarita se recupera poco a poco de su eclipse.

Yo soy fan de su prosa. Me deslumbra la originalidad de su imaginación, no es sólo su invención formal, sino de pensamiento creativo. En un texto sobre el suicidio en Francia, una errata galopa de galos a gatos y reaparece como suicidio de gatos en Francia; se le ocurre, para aumentar el erario, cobrar impuesto por las faltas de ortografía. Su descripción de la Torre Eiffel, contemporánea de su inauguración, es la mejor que haya yo leído nunca. Muchos dicen que su fama fue instantánea al publicarse El Bachiller. El personaje, como Nervo, es seminarista. De éste citaré dos fragmentos: “Desfloradas todas las hojas del cuaderno, abriólo al azar y se encontró con el principio de un capitulo denominado “Orígenes”, el cual refería la historia de aquel Padre de la Iglesia que se hizo célebre por haber sacrificado su virilidad en aras de su pureza, profesando la peregrina teoría de que la castidad sin este sacrificio, era imposible”.

Aquejado por la tentación del sexo: “El bachiller afirmó con el puño crispado la plegadera, y la agitó algunos momentos exhalando un gemido…”

 

La amada inmóvil

Aunque dudó un poco, esa noche Nervo aceptó reunirse con sus amigos en un café del Boulevard Saint-Germain. Ana Cecilia Luisa Daillez  lo dudó más, pero decidió ir. Se conocieron esa noche y sólo los separó la muerte prematura de ella, “la amada inmóvil”. Nervo, me cuenta Pável, quiso casarse con la hija de ella, pero la joven se negó.

No deja de sorprenderme que las cabezas del Modernismo, Nervo y Rubén Darío, fueron room-mates y ambos enseñaron a leer a la “Princesa” Paca, la que sería la viuda del nicaragüense.

Nervo murió en Montevideo el 24 de mayo de 1919. Su cadáver, embalsamado, llegó a México el 14 de noviembre, lo trajo un buque militar argentino, y a su paso se unieron barcos venezolanos, brasileños y cubanos para rendirle homenaje. Descansa, en paz, en la Rotonda de los Ilustres.