No cabe duda que de que nos llueve hasta nos graniza. En ocasiones nos llueve pura agua. Pero en tales cantidades que nos inundamos o nos ahogamos. Nos recuerda que no siempre tenemos la suficiente previsión para anticiparnos a los eventos o que, aun teniéndola, no tenemos el suficiente dinero para implementar lo que necesitamos.

Claro está que la naturaleza también es discriminatoria con los más desamparados. Por ejemplo, la Ciudad de México tiene una zona más pudiente que otra. Esa es la zona poniente, compuesta por un lomerío que va, de norte a sur, desde Las Lomas hasta San Jerónimo y, de oeste a este, desde Santa Fe hasta Anzures. En esa zona inclinada nunca hay inundaciones porque el agua no es tiene memoria y siempre corre hacia abajo. Pero la zona oriente no es loma sino valle y allí es donde los menos socorridos quedan con el agua hasta el cuello, si bien les va y es agua.

Pero no es eso lo peor sino que, en ocasiones, lo que nos llueve es la-de-malas. Algunas veces en forma de crisis económica y entonces a “aguantar vara” para sobrevivir sin dinero, sin empleo y hasta sin comida. Estas tormentas económicas los mexicanos las hemos tenido más o menos cada diez años en las últimas cuatro décadas. Una la llamaron “estanflación”, allá por los 70. En los 80 la llamaron “inflación galopante” y ya para los 90 la denominaron “el error de diciembre”. Así seguirán inventando nombre exóticos para sus tempestades.

Otras veces la-de-malas nos ha caído en forma de crisis de seguridad y estas son de lo peor. En primer lugar porque imponen temor en la sociedad pero, además, porque ese temor se llega a apoderar de los gobernantes. Quedan en el peor de los ridículos cada vez que expiden nuevas leyes a las que nadie les va a hacer el menor caso. También porque queda en evidencia que al no poder hacer cumplir sus propias leyes caen en lo que se ha llamado la cumbre de la impotencia política.

En ciertos momentos la-de-malas nos llega en forma de crisis política y es esa cuando la estulticia se vuelve lugar común en el quehacer de los hombres de Estado. En esos momentos todo puede suceder. El colapso de las instituciones, el derrumbe de los sistemas sociales y la postergación de generaciones. No llenamos de corrupción o de improvisación o de ambas, ya combinadas

En fin, la-de-malas cuando no nos llueve, nos salpica. Pero también la lluvia ha dado para anécdotas curiosas y simpáticas. Se cuenta, por ejemplo, que cierta ocasión el Presidente Adolfo Ruiz Cortines se encontraba de gira por un estado central donde estaba cayendo una llovizna incómoda para el recorrido presidencial. El gobernador, queriendo ser gracioso, le dijo al mandatario que a esa lluvia ellos le llamaban “agüita-moja-pendejos”. Ruiz Cortines le contestó que, en Veracruz, le llamaban “chipi-chipi”, porque allá no había pendejos.

 

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