Íbamos mi hermana Magdalena y yo a patín de la Facultad de Filosofía y Letras a la de Ciencias Políticas, cuando nos vio José Enrique González Ruiz, ex rector de la Universidad Autónoma de Guerrero, y nos pidió firmar una carta de apoyo a Rigoberta Menchú para Premio Nobel de la Paz. De inmediato firmamos el papel, pero en cuanto nos separamos, le dije a mi hermana: “Qué loco Enrique, el Nobel de la Paz para Rigoberta, ¡se lo dieron a Kissinger¡ Por eso me cae bien Enrique, se le ocurre cada cosa”.
Menuda sorpresa que nos llevamos cuando, en 1992, se lo concedieron. Por cierto, el Nobel lo depositó Rigoberta en la Presidencia de México. Ahora que se están celebrando los 80 años del poeta Jaime Labastida, tengo presente que la editorial que dirige publicó en 1982 Me llamo Rigoberta Menchú y así me nació la conciencia, obra maestra firmada por Elizabeth Burgos Debray, periodista que alojó en su casa a Rigoberta cuando se exilió en Francia. En las noches, Rigoberta comenzó a contar su vida, la periodista sacó la grabadora y lo demás es historia. La obra fue premiada en el género Testimonio por Casa de las Américas de Cuba en 1983, pero Rigoberta ha recibido premios literarios, como si fuera obra de ficción y a pesar de que Rigoberta es la protagonista, vale decir el personaje y no la autora, aunque la periodista advierte en el prólogo que suprimió repeticiones y ordenó lo grabado. No ha sucedido así con Miguel Littin, clandestino en Chile, nadie se lo ha adjudicado al cineasta, sino a Gabriel García Márquez, quien transcribió el relato de viva voz de Littin.
En el siglo XIX, se escribía con manguillo y se iba tomando de un pequeño frasco la tinta, por lo general negra, de ahí la expresión de que se quedó algo pendiente que contar. Al hablar de que Pancho Villa había tenido dos biógrafos de lujo, faltó decir que unos aseguran que Martín Luis Guzmán fue el amanuense de Villa, mientras otros apuestan a que fue Nellie Campobello, quien le entregó el manuscrito. Con Cartucho y Las manos de mamá, la bailarina es la única mujer que forma parte del corpus de la Novela de la Revolución Mexicana. Mencioné en esa nota a Friedrich Katz como el otro biógrafo de Villa y se me quedó en el tintero que la historiadora Eugenia Meyer nos entregó unas páginas para el suplemento en línea de la revista Siempre! Sobre cómo Katz le describió las hazañas militares de Villa sobrevolando, en helicóptero, la zona.
Horacio Franco y los decibeles
Hace tiempo, Angélica Pacchiano, hija de uno de los otorrinolaringólos más famosos de México, me dijo que los decibeles permitidos en el otrora DF iban a dejar sordos a todo el mundo. Yo pensaba que con la edad me iba volviendo intolerante al barullo juvenil. Pues fíjense que no, lo que sucede es que los jóvenes, ya disminuidas sus facultades auditivas, optan por la salida fácil de subir el volumen. Pues bien, el otro día escuché una entrevista con la muy autorizada voz de Horacio Franco, quien aseguró que los millenials serán totalmente sordos, por los altos decibeles con que escuchan la música. Si ven a Claudia Scheinbaum Pardo, díganle que una política de beneficio a los jóvenes es bajarle el volumen a los decibeles permitidos. Por otro lado, el flautista quiere patrocinio para su orquesta de cámara barroca con instrumentos originales y ya cuenta con los instrumentistas. Ojalá López Obrador, a través de Alejandra Frausto, no tenga oídos sordos a esta justa petición.


