La política está muy llena de moralejas que nos pueden servir de enseñanza. Porque la política es un arte que requiere de mucha experiencia y gran parte de ella se obtiene por el aprendizaje que obtenemos de los que ya pasaron por esos trances. Por eso el político no debe operar solo sino muy acompañado.

El que anda solo en la política vive muy expuesto. Es como el que anda solo en la noche y en el arrabal. La política se parece a la barriada. Hay, en ella, asaltantes, violadores y traficantes del placer. Hay muchos que usan antifaz y bóxer. En la política, además, hay muchos que son montoneros y cobardes. Abusan con el que ven más solo y más desvalido. Es al que escogen para golpearlo, para correrlo, para acusarlo, para perseguirlo o para encerrarlo.

Sin embargo al que siempre anda con su grupo ni quien se atreva a tocarlo. Ya puede ser su grupo una cuadrilla de imbéciles pero siempre le sirve para algo. Se puede tratar de  una facción, de una secta, de un gremio, de un club o de lo que sea, pero siempre andar acompañado. Puede ser desde una simple mesa semanal de amigos hasta la compleja maquinaria de un partido mayoritario, pero siempre en grupo.

Desde luego que es mucho mejor si esa banda de amigos tiene atributos personales, cualesquiera que estos sean. Si son talentosos, experimentados, famosos, respetados o, por lo menos, ricos es mejor que si son tontos, anodinos o ninguneados pero, de cualquier manera, todos sirven para algo.

Por eso, el experto en política siempre conjuga en primera de plural. “Nos enteramos… nos designaron… nos concedieron”. Por eso, también, siempre piensa  en la utilidad de las virtudes y los defectos de sus amigos. Porque, en política, no hay sabios ni tarugos absolutos. Todos sirven para algo, salvo excepciones de inutilidad extrema. Y todos tenemos limitaciones para ciertos menesteres. Por eso, un amigo honesto sirve para manejar bancos y un amigo ratero sirve para manejar elecciones.

Hay algunos que sirven para engrandecer partidos y otros que sirven para destruirlos. Hay oradores y mudos. Hay pensadores y pensativos. Hay unos que les gusta ser vistos y otros que les gusta espiar. Hay pecadores y penitentes. Muy pocos son un costal de oro y pocos, también, son un costal de estiércol. La mayoría son, a veces, oro sucio y, otras, estiércol fructuoso.

Los que nunca sirven para andar con ellos son tres especímenes muy despreciables. Los indiscretos, los traidores y los ingratos. Esos comunicativos que escupen todo, esos renegados que todo lo perjuran y esos innombrables  que todo lo salpican son los únicos que instalan la excepción a la regla de la constante compañía. Son los que comprueban que más vale estar solo que mal acompañado.

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