Nuestra ubicación geopolítica nos ha convertido en presa del apetito voraz de Imperios e imperialismos; por eso, nuestra historia –plagada de heroísmo– registra tantas intervenciones de diferentes países de Europa y fundamentalmente de los Estado Unidos durante los Siglos XIX y XX.

Esas amenazas en el contexto del neoliberalismo global se convierten, hoy por hoy, en agresiones que vulneran nuestra soberanía, si la consideramos de acuerdo con la ciencia política en la super-omnia, donde la voluntad del pueblo, en lo interno, es superior a cualquier otro poder, como lo establecen los artículos 39 y 40; y, en lo externo, no se puede admitir la injerencia de una potencia extranjera, en concordancia con los principios de derecho internacional, que obligan al titular del Ejecutivo de acuerdo a la fracción X del artículo 89 de nuestra Carta Magna.

No obstante, lo anterior, el modelo económico que vivimos nos ha hecho perder soberanía o reducir ésta, en función de las atribuciones que el comercio y el mercado internacional han impuesto al mundo que vivimos.

Hoy por hoy, nos amenaza la calificación de los partidos Demócrata y Republicano de los Estados Unidos, pues, por una parte estamos sujetos a revisión de los lineamientos del nuestro Tratado de Libre Comercio con América del norte, en relación a la política laboral y salarial, que se añadió al T-MEC, y que hoy revisan los demócratas en la Cámara de Representantes, encabezados por la señora Nancy Pelosi.

Los republicanos, a través de su presidente xenófobo y grosero no se cansa de agredirnos y, actualmente, nos ha impuesto –dígase lo que se diga– un nuevo modelo de política migratoria, que está sujeto a revisión de los Estados Unidos en los próximos 45 días, y que pretende convertirnos en Tercer País Seguro en materia migratoria, obligándonos a contener a todos los migrantes que rechace nuestro vecino del norte, cuestión que ya lograron –a medias– en el reciente Acuerdo, así como la utilización de la Guardia Nacional para contener la migración en la frontera sur de México.

Es decir, el reciente Acuerdo, pese a que nos defendió de los aranceles, nos sometió a la política que maneja el presidente Trump y, que en el fondo, destruye todos los conceptos de libre mercado, pues los Tratados Internacionales en materia comercial, ya no tendrán validez para Estados Unidos en la medida que su presidente –a su arbitrio y en base a la supuesta emergencia de seguridad nacional– pueda imponer aranceles que rompan la seguridad jurídica, que hasta hoy ofrecían los Tratados y la Organización Mundial del Comercio (OMC).

Estamos pues, bajo la supervisión de nuestra política migratoria, a la voluntad de quién nos agrede y nos ofende.

A mayor abundamiento, estamos también sujetos a la certificación de nuestra política económica, a través de las llamadas “calificadoras”, como Modys y Fitch,  que van a definir la viabilidad de nuestra deuda soberana y de las instituciones como Pemex, en función de sus propios análisis, que técnicamente pueden ser correctos, pero que siempre van a obedecer a los dueños del gran capital internacional, que además son los dueños de dichas calificadoras.

Por todo ello, mas allá de nuestras discrepancias con el gobierno federal, que debemos seguir expresando, en la medida que lo pensemos así, no por intereses mezquinos, sino por convicción.

Sin embargo, frente a la agresión internacional se requiere la unidad nacional y la solidaridad con México.