“Los dones de la naturaleza valen más que los del arte”.
Voltaire
Pese a la opinión en contra del inquilino de la Casa Blanca, para quien las alertas en torno a la degradación de la calidad de vida planetaria son meras especulaciones, tanto los habitantes como los servidores públicos del gobierno de la Ciudad de México nos hemos tomado en serio el proceso del calentamiento global del planeta y sus letales consecuencias para la humanidad.
Como parte de las múltiples medidas para evitar la concentración de gases tóxicos y micropartículas dañinas a la salud de los seres vivos, en la capital de la República hemos asumido el #RetoVerde como una acción comunitaria de revegetación de la Ciudad; consiste en sembrar 10 millones de árboles, entre junio de este año y noviembre del 2020, en el territorio de la entidad.
Guardando las proporciones, y las distancias en el tiempo, esta empresa ambiental puede equipararse a aquella iniciada el 14 de enero de 1592 por el virrey Luis de Velasco hijo, cuando sometió a consulta, a los integrantes del Cabildo de la Ciudad, la necesidad de destinar uno de los más insalubres solares del poniente a la edificación de una “alameda”, para el gozo y disfrute de los habitantes de la capital novohispana.
A pesar de la oposición de algún vecino potentado, el Cabildo ordenó al Alarife Mayor, Diego de Velasco, que cuidara y supervisara la obra que se fincaría enfrente a la ermita de la Santa Veracruz, entre los solares correspondientes a los conventos de Santa Isabel, el de Corpus Christi y el de San Diego; destinando, para tal obra, un cuadrado perfecto en el que se sembraron los álamos elegidos por el virrey, a quien debiese corresponder el honor de ser reconocido como el primer urbanista ambiental de la Nueva España.
Años más tarde, en 1769, otro virrey, el Marqués de Croix, instruyó al coronel de ingenieros, Jacinto de Barrios, para extender el cuadrado arbóreo tanto hacia Santa Isabel como hacia San Diego, logrando así el rectángulo que persiste hasta nuestros días.
La nueva superficie fue intervenida bajo la dirección del capitán de infantería, Alexandre Darcourt, –de origen flamenco, como el propio virrey– quien diseñó dos grandes avenidas en diagonal, con una glorieta al frente y cuatro fuentes en plazoletas comunicadas por calles interiores.
A lo largo de los siglos, el Ayuntamiento y los gobernantes de México plantaron en su interior hasta 2 mil árboles: fresnos, sauces, álamos y algunos otros, provocando una asombrosa forestación inexistente en la traza de la antigua Tenochtitlán.
Resulta harto curioso que la tercera transformación de la Alameda corriera a cargo de una princesa belga, Carlota Amalia (cuya casa reinaba el estado integrado por la antigua patria del virrey de Croix y del capitán Darcourt) y que su pasión por recrear los dones de la naturaleza, tanto en este parque urbano como en los jardines del Castillo de Chapultepec, expresara tan fielmente su admiración a la premisa volteriana que le reconoce a natura mayores dones que al arte.
