Si hemos de calificar la Marcha del Orgullo Gay celebrada a fines de junio, cabe decir que fue impresionante, tanto por la multitud que desfiló como por la santa persistencia de los organizadores, el desbordado ingenio de los participantes y el respeto de la población capitalina.

A este articulista le tocó reseñar la segunda marcha, la de 1979, y lo más notable fue la determinación de los participantes en aquella parada (dicho sea con el perdón), que a pesar de su escaso número desfilaron como si la diferencia sexual no fuera objeto de represión social, escolar, familiar y de todo orden.

El público fue un espectáculo aparte, como que no podía creer aquello que veía en pleno Paseo de la Reforma, donde se alternaban las vestidas, las locas y otros subgéneros de aquel mundo hasta entonces clandestino. Hoy, a diferencia de aquel día, desfilaron mujeres, muchas mujeres que aman a otras mujeres y a hombres y mujeres, que también las hay.

Cuarenta años después ha quedado atrás el asombro para dejar su lugar a la costumbre. Los capitalinos hemos aprendido a ver con naturalidad la presencia de quienes exigen respeto a sus derechos como seres humanos y por fortuna la ciudad de México ocupa en este punto un lugar de avanzada, pues fue la primera entidad donde se legalizó el matrimonio entre personas del mismo sexo y el derecho a la adopción por parejas de esa condición.

En la República ya son 18 los estados que legalizaron el matrimonio gay, pero 14 lo prohíben pese a que existe jurisprudencia de la Suprema Corte, según la cual es inconstitucional impedir la unión de dos personas que se amen. Y no se crea que son únicamente entidades gobernadas por la mochería panista. No, varios de esos estados tienen gobiernos del PRI y de Morena que, ya se sabe, en asunto religiosos suele dejarse llevar por el conservadurismo de su líder y señor.

No hace mucho, el Congreso de Sinaloa rechazó el matrimonio gay por 20 votos contra 18, pero el escándalo mayor se produjo en Zacatecas, donde los diputados locales, bajo la guía del obispo Sigifredo Noriega Barceló y del piadoso matrimonio del gobernador priista Alejandro Tello Cristerna (¿O es Cristera?) y su esposa Cristina Rodríguez Pacheco, retiraron del orden del día el dictamen sobre matrimonios igualitarios. No vaya a ser que experimenten pulsiones pecaminosas.

Mientras tanto, sigue la discriminación, continúan las agresiones y las burlas y, lo peor, la oleada de crímenes de odio.

Se ha avanzado, pero falta mucho por andar.