El 25 de abril The New York Times publicó una viñeta en la que Benjamin Netanyahu aparece caricaturizado como un perro guía –con la estrella de David en el collar– cuya correa es sujetada por un Donald Trump con kipá y gafas oscuras de invidente.
La ingeniosa caricatura es una feroz crítica al ciego, que reconoció como capital de Israel a Jerusalén, trasladando la embajada de Estados Unidos a esta ciudad, y ha declarado que los Altos del Golán, territorio de Siria ocupado desde la guerra de 1967 por Israel, pertenecen a Tel-Aviv.
La viñeta, del talentoso humorista gráfico portugués Antonio Moreira Antunes, dio lugar a que el diario la reconociera como “ofensiva” e “intolerante”, se disculpara de haberla sacado a la luz y decidiera no publicar más caricaturas políticas. Lo que no evitó que más de uno, rasgándose las vestiduras, acusara al portugués de antisemita.
Éste rechaza tal imputación, afirmando que respeta el pasado de dolor y tragedia de los judíos, aunque se declara antisionista, crítico de la política de Israel. Al igual que prestigiados judíos, antisionistas, como el historiador Ilan Pappé, cuya obra La limpieza étnica de Palestina, le produjo amenazas y lo obligó a exiliarse en Inglaterra –es actualmente profesor de la universidad de Exeter.
La colusión del perro con el ciego
Más que referirse a las reacciones que la caricatura ha producido, interesa hacer notar que muestra al invidente Trump coludido con –más propiamente al servicio de– Netanyahu, el can sionista, que lo conduce a cometer barbaridades, la primera de ellas, atentar, a través del reconocimiento de Washington a Jerusalén como capital de Israel y a los Altos del Golán como parte del Estado hebreo, contra los derechos territoriales y de los palestinos de Gaza y Cisjordania. Lo que termina descartando la solución, propuesta y aceptada por las resoluciones de la ONU, el derecho internacional y la inmensa mayoría de la comunidad internacional, de dos Estados, Israel y Palestina, con territorio y soberanía plena, conviviendo pacíficamente en la región.
La colusión del presidente con el primer ministro tiene múltiples objetivos: por una parte, el apoyo, que fue muy valioso, a Netanyahu, en vísperas de las elecciones parlamentarias del 9 de abril, que ganó y, con ello, iniciaría su quinto mandato. Sin embargo, como no pudo formar una coalición con otros partidos que le permitiera gobernar, Israel celebrará nuevas elecciones el 17 de septiembre, en las que muchos creen que el premier volverá a triunfar.
Pero estos comicios lo ponen nuevamente en riesgo legal, cada vez mayor, ante las inculpaciones por soborno y fraude en tres casos, sin contar con las acusaciones penales, igualmente por fraude, a las que debe responder su esposa: sus adversarios políticos y parte importante de la opinión pública invitan a “derribar un régimen corrupto y a sus fanáticos mesiánicos”, mientras que analistas llaman a Netanyahu “halcón del sionismo revisionista”.
Los regalos que Trump ha dado a este “halcón del sionismo revisionista”, que implican el abandono de la solución de dos Estados, Palestina e Israel, seguirán sirviendo al premier en los comicios de septiembre. Pero Trump además –como lo hice notar en otra de mis colaboraciones a Siempre!– queda bien con los muchos millones de sus partidarios evangélicos, cuyas iglesias predican que la concentración del pueblo elegido en Israel precederá la segunda venida de Cristo.
La colusión de estos artífices de la Pax canina, como se titulaba la viñeta publicada en el New York Times, porque se trataba de actos de dominación, como la Pax romana, tiene como objetivo borrar, “hacer desaparecer de la faz de la tierra”, el legado de Obama, la bestia negra de Trump, en Medio Oriente: por una parte, el acuerdo nuclear por el que Irán se abstenía de fabricar bombas nucleares, concluido en julio de 2015, entre el régimen de los ayatolás, China, Estados Unidos, Francia, Reino Unido –los miembros permanentes del consejo de seguridad de la ONU– y Alemania. Trump se retiró del acuerdo en mayo de 2018.
Delenda est Irán
Por otro lado, cambiar las alianzas de Estados Unidos en la región. Obama privilegió los contactos con Irán, un país con un pesado anclaje de autoridades, reglas jurídicas y convenciones sociales islámicas, pero con una sociedad modernizándose y un gobierno, el que negoció y firmó el acuerdo nuclear y el que hoy sigue encabezando su presidente, el moderado Hassan Rohani, del que se espera fundadamente que avance hacia un sistema democrático liberal. Sin perjuicio de ello, el expresidente norteamericano mantuvo la alianza de Washington con Tel-Aviv, que es obligada siempre.
Trump, por el contrario, ha hecho su aliado privilegiado a Saudi Arabia, la monarquía oscurantista, cuyo príncipe heredero, Mohamed Ben Salman, según todos los indicios, ordenó asesinar y desmembrar a un periodista opositor al régimen, lo que el estadounidense negó, encolerizado, durante la cumbre del G20 en Tokio. Una alianza en la que participan otras petromonarquías árabes y con la que Israel se siente a gusto, entre otros motivos porque le permite, con el apoyo incondicional de Trump, hostilizar y, de ser el caso, atacar a Irán, enemigo jurado de la monarquía de Riad.
El apoyo del estadounidense es, sin embargo, más que apoyo: el presidente ha tomado la iniciativa, acusando a Irán, sin pruebas, de acciones bélicas y amenazándolo con represalias igualmente militares, lo que ha dado lugar a declaraciones ríspidas de los dirigentes de Teherán y provoca graves tensiones en la región, que podrían desembocar en una guerra.
La ofensiva contra la República Islámica se inició desde que Washington se retiró del acuerdo nuclear e impuso, de inmediato, sanciones draconianas al sistema financiero y a las exportaciones de petróleo de la República, provocando consecuencias devastadoras en la economía: la devaluación del 60 por ciento de la moneda (el rial) con respecto al dólar, una inflación de más del 50 por ciento y el brutal descenso de las exportaciones petroleras, de 4.4 millones de barriles por día en 2015 a apenas medio millón diario actualmente.
Como es obvio, el retiro trumpiano del acuerdo de desnuclearización de Irán y las brutales sanciones a su gobierno y al país, han provocado su reacción, amenazando –de manera inteligente– con irse desvinculando del pacto, en caso de que la situación catastrófica para la economía persa, no se remedie.
Ante ello, los firmantes del acuerdo de desnuclearización han celebrado reuniones –la más reciente en Viena, el 28 de junio– a fin de salvar el pacto; y Europa: Alemania, Francia y Reino Unido, están estableciendo una línea crédito, que esquive el bloqueo estadunidense a transferencias bancarias y permita el comercio de Teherán con empresas europeas. Lo que, lamentablemente, no es suficiente según Teherán, porque no permite aún la venta de petróleo.
Acuerdo del Siglo o Plan Falluto
Este es el telón de fondo del taller Paz para la Prosperidad, celebrado el 25 y 26 de junio en Bahréin, en el que Jared Kushner, yerno de Donald Trump, presentó el Acuerdo del Siglo, como lo llamó el presidente estadounidense, o plan de paz que prepara su gobierno para solucionar el conflicto palestino-israelí. Yo lo llamo el Plan Falluto, es decir “desleal, falso”, según el diccionario de lunfardo; y si hubiera que ser caritativo, lo denominaría El Parto de los Montes.
El Acuerdo del Siglo, habría sido preparado –con el auxilio de expertos en lenguaje de modernidad desarrollista: “liberar el potencial económico”, “mejorar la gobernanza”– por Kushner, el ex abogado del mandatario, Jason Greenblatt y el embajador estadounidense ante Israel, David Friedman, “tres judíos muy religiosos y cercanos a Netanyahu”. Se hizo público, en la víspera de este seminario económico celebrado en Manama, capital del reino insular del Golfo, un documento de 135 páginas para el desarrollo de Palestina, eminentemente económico.
Se trata de un proyecto que prevé una inversión record de 50 mil millones de dólares provenientes del sector privado y de países donantes, de los que 28 mil millones serían para Gaza y Cisjordania y el resto para jordanos, egipcios y libaneses. Se propone la creación de un millón de empleos, multiplicar por dos el PIB palestino y reducir a la mitad la pobreza en las mencionadas Cisjordania y banda de Gaza.
La presentación del Acuerdo del Siglo preveía una puesta en escena brillante para Jared Kushner, el yerno. Sin embargo, por una parte los tropiezos políticos del aliado Netanyahu, obligado a repetir elecciones, así como la frialdad –por decirlo suavemente– de muchos gobiernos árabes, y, por otra, el indignado rechazo de los palestinos y de sus gobiernos: la Autoridad Nacional Palestina –Fatah– y Hamas, al taller, le restaron lucimiento.
Contribuyó a tal opacidad el bajo nivel de la representación de los aliados árabes de Washington: los Emiratos Árabes Unidos y Egipto enviaron a viceministros de finanzas, Jordania, Marruecos y Qatar a un funcionario de rango inferior. Únicamente se hicieron representar por un alto rango, el país anfitrión con su príncipe heredero y Arabia Saudita con su ministro de finanzas.
Para compensar el mediocre nivel de los representantes políticos asistentes, participaron Christine Lagarde, directora general del FMI, Gianni Infantino, presidente de la FIFA y el ex premier británico Tony Blair, que fue también representante del Cuarteto –Estados Unidos, Rusia, Unión Europea y ONU– para la Paz en Medio Oriente. Asimismo, una decena de empresarios palestinos, ninguno de envergadura y algunos israelíes, como el director de Nokia.
Jared Kushner, como personaje central de este taller, foro o seminario, detalló, en una presentación en Power Point –“a la manera de un jefe de empresa”, dice un comentarista– los principales puntos de su plan. Con el apoyo del secretario del tesoro, Steve Mnuchin, que la hizo de maestro de ceremonias. Tuvo lugar también un maratón de conferencias, en las que solo se dijeron vaguedades y se hicieron escasas propuestas –algunas banales, otras ilusas, como la de construir campos de futbol en territorios palestinos o un corredor de transporte entre la franja de Gaza y Cisjordania, a través de territorio israelí.
El foro y Kushner, su protagonista principal, anunció y abundó sobre ambiciosos, multimillonarios proyectos de desarrollo económico para Palestina, afirmándose que el Acuerdo del Siglo es la panacea. Por ello, acusó el yerno, la Autoridad Palestina, al rechazarlo, muestra que “no quiere ayudar a mejorar la vida de su pueblo”
Como era de esperarse, se guardó el yerno de hablar de política y de los insoslayables aspectos políticos del plan de paz palestino-israelí, a pesar de que ello es la condición sine qua non para solucionar una controversia y una injusticia de más de 50 años, para alcanzar la paz entre las dos naciones y contribuir a la paz en Medio Oriente. Solo Blair, aunque dijo que si el Acuerdo se implementa será de gran interés para los palestinos, afirmo que “no es, por supuesto, sustitutivo de la política”; y Christine Lagarde advirtió que “la mejora de la economía y las inversiones dependen, en última instancia, de que se alcance un acuerdo de paz”.
El foro ha sido, en síntesis, un fracaso para Kushner y para Trump, promotor de este Acuerdo del Siglo: Ofer Zalzberg, analista del prestigiado International Crisis Group, dice que “si la administración Trump buscaba, a través de la conferencia de Bahréin, avanzar en el entendimiento arabe-israelí, ha obtenido exactamente lo contrario”.
Por su parte, los gobiernos árabes aliados al presidente estadounidense, han evitado cualquier pronunciamiento que se interprete como falta de apoyo a los palestinos y su derecho a un estado con territorio y soberanía. Se afirma, en cambio, que el chasco de esta reunión les hace esperar que el plan de paz, el Acuerdo del Siglo, se derrumbe.
Lo cierto es que el proyecto presentado en Bahréin y el plan completo, que prevé el establecimiento de un nuevo “Estado”, llamado Nueva Palestina, sin soberanía, una suerte de bantustán de Israel, no es más que un proyecto tramposo y perverso, un plan falluto que entierra definitivamente la solución de dos Estados, Israel y Palestina, conforme a las resoluciones de las Naciones Unidas y al derecho internacional, que cuenta con el apoyo de la inmensa mayoría de Estados del mundo.