La decisión más importante en el Sistema Político Mexicano ha sido la designación –que se realizó gracias al sistema de partido hegemónico– del futuro presidente de nuestro país; la lucha de diversos grupos políticos se ha venido desarrollando a lo largo del México moderno: primero, al interior de las fuerzas triunfantes de la Revolución Mexicana y, más tarde, en los grupos de poder, en ellos siempre el presidente en turno tenía la facultad “meta-constitucional” de designar al sucesor.

Después de los tres presidentes que surgieron del “Maximato Callista”: Pascual Ortiz Rubio, Emilio Portes Gil y Abelardo L. Rodríguez, se inició una etapa de renovación del presidencialismo, apoyado en una fuerza monolítica del Partido Nacional Revolucionario dirigido por Lázaro Cárdenas; así surgió la candidatura de Manuel Ávila Camacho, que era más proclive a una relación con Estados Unidos en el escenario de la Segunda Guerra Mundial y no de Francisco J. Mújica, en el fondo favorito del propio Cárdenas.

Al iniciarse la era de los gobiernos civiles, cuando Maximino Ávila Camacho fue asesinado y, con ello, concluida la etapa de los caudillos, Miguel Alemán accedió al poder y no nombró como sucesor a Fernando Casas Alemán –como lo esperaba su grupo cerrado–, sino impulsó al exgobernador de Veracruz y secretario de gobernación, Adolfo Ruiz Cortines, quien engañó a la opinión pública –con su característica astucia– con las supuestas candidaturas de Ángel Carvajal, secretario de gobernación y Gilberto Flores Muñoz, secretario de agricultura y, de la chistera sacó al famoso tapado, que fue presidente en el siguiente sexenio el carismático Adolfo López Mateos, éste apoyó abiertamente la precandidatura de Gustavo Díaz Ordaz, a pesar de que hubo muchos que se inclinaron por el secretario de la presidencia, Donato Miranda Fonseca.

La sucesión de Díaz Ordaz estuvo determinada por los graves acontecimientos del 68 y no pudieron acceder a ella ni Emilio Martínez Manatou, ni Alfonso Corona del Rosal, el candidato ungido presidente sería Luis Echeverría Álvarez, que más tarde inventó una pasarela de siete aspirantes que él mismo designó y, que fueron: Mario Moya Palencia, Hugo Cervantes del Rio, Carlos Gálvez Betancourt, Porfirio Muñoz Ledo, Augusto Gómez Villanueva; a ésta lista se sumó Federico Bracamontes –quien estaba presente en el Hotel Jacarandas de Cuernavaca, cuando Leandro Ruvirosa, secretario de recursos hidráulicos, se convirtió en el destapador, en ese instante, cuando el presidente volteó a ver al secretario de obras públicas, se le hizo feo no mencionarlo y, dijo “y por supuesto el Ingeniero Bracamontes”–; sin embargo, el verdadero tapado y, desconocido en las lides políticas, amigo de juventud de Echeverría fue José López Portillo.

Así se construyó más tarde la inesperada candidatura de Miguel de la Madrid Hurtado, y la todavía más complicada de Carlos Salinas de Gortari, cuyo nombre surgió hasta el mismo día del destape –muchos creían ese mismo día que el agraciado sería Sergio García Ramírez–; y finalmente el régimen del presidencialismo imperial concluyó con la candidatura de Ernesto Zedillo, ensombrecida por el asesinato de Luis Donaldo Colosio.

Así el método del “dedazo” terminó con la designación de Francisco Labastida como candidato del PRI y la entrega del poder –probablemente pactada con el Imperio norteamericano– hacia Vicente Fox, quién no pudo imponer candidato y surgió Felipe Calderón, quien tampoco pudo hacerlo y el PRI retomó el poder con Enrique Peña Nieto.

Hoy por hoy, la vieja lucha del poder vuelve a tomar el curso de la “designación unipersonal”, gracias a la fuerza política del actual presidente AMLO.

Ya se destapó desde el primer día este proceso, en el horizonte al futuro sólo se ven tres: Claudia Sheinbaum, Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal.

El desarrollo de esta larga lucha por el poder, la retomaremos la próxima semana…