Existe una polémica sobre sí la Ciencia Económica y la Teoría Económica tienen, o no, un ingrediente ideológico. Quienes piensan que llegamos al fin de la historia y, que el capitalismo –en sus diversas manifestaciones– es la única solución posible al desarrollo del Planeta, han establecido que la economía es una ciencia pragmática y que sus elementos son totalmente astringentes y que además son absolutos. Para esta línea de pensamiento, no hay duda, el libre mercado y la competencia es la solución junto con el respeto a los derechos humanos y el funcionamiento del Sistema Democrático.

Sin embargo, los marxistas consideran a la Economía Política, no sólo como una ciencia, sino como un instrumento de la lucha de clases para obtener el poder y su funcionamiento desentraña las leyes históricas que la rigen, concluyendo que sólo el abolir la propiedad privada de los medios de producción y establecer un régimen dirigido por el Partido Comunista, es la única solución.

En cualquier caso, en México tenemos una herencia histórica que se consagra en la Constitución de 1917 y que establece, como objetivo, una mejor distribución de la riqueza a través de la intervención del Estado, como el rector de la economía; le da a la propiedad privada las limitaciones que la sujeta al interés público y formula, como preceptos fundamentales, lo que conocemos como garantías sociales.

Por eso, México desde luego, en un régimen capitalista, abrió puertas diferentes que –de alguna manera– coincidieron después con el pensamiento económico de Keynes y con muchos de los postulados de la llamada Social Democracia, con el objetivo de crear el Estado de Bienestar.

El Neoliberalismo ha impuesto en forma abrupta –y hasta sangrienta– un Sistema que ha permitido el crecimiento exponencial de los grandes capitalistas que representan menos del .01% de la población mundial, y que, hoy por hoy, controlan prácticamente toda la economía mundial: la industria militar, la producción de alimentos, la química, la petroquímica, la farmacéutica, el sistema bancario, los medios de comunicación y, junto con ello, se han apoderado de los Partidos Políticos y de los gobiernos que rigen al mundo de nuestro tiempo.

Entre estas contradicciones teóricas, la posición de López Obrador parece ser incierta, aun cuando él invoca siempre la historia nacional, como la fuente de los principios que sustenta y, por eso, habla de una Cuarta Transformación. No obstante, para obtener el triunfo electoral y para gobernar se ha rodeado de una Coalición, en la que caben lo mismo la extrema derecha y la extrema izquierda: la primera, a la que se refiere el exsecretario de Hacienda, Urzúa, cuando habla del jefe de la oficina de la Presidencia, o a la que pertenece el Partido Encuentro Social, de francas tendencias religiosas; por la izquierda, el grupo de ex guerrilleros, marxistas convencidos o simples oportunistas, buscadores del poder. Todo esto crea confusión, polarización y, desde luego, una enorme incertidumbre.

A partir de la renuncia del secretario de Hacienda, quien se declara neo-keynesiano y social demócrata, se evidencia de manera más objetiva estas serias contradicciones en el gobierno actual.

No se puede ser neoliberal para afuera y reformista para dentro; no se puede realizar una política de respeto a los derechos humanos de los inmigrantes y, al mismo tiempo, servir de contención a los migrantes centroamericanos, para remendar la política económica que, hoy por hoy, y sin ninguna duda, nos impone el Imperio, desnaturalizado en sus orígenes y principios fundamentales, y encausado a una actitud xenofóbica y racista, como la que actualmente ofrece el presidente Trump.

En este complejo y difícil momento, requerimos de una mayor claridad.

Hacia el horizonte futuro, no hay duda que debemos conservar nuestra esencia fundamental reflejada en la Constitución; pues de no hacerlo, cada día perderemos mayor capacidad de desarrollo social y económico y, en consecuencia, será vulnerada más gravemente nuestra propia soberanía.

Es tiempo de reflexión y de ajuste, nadie está en contra de la política social del presidente y muchos estamos a favor de su política energética: espina dorsal de la economía y botín principal del apetito voraz del capitalismo, desde hace décadas.

El presidente cuenta con un liderazgo envidiable y legítimo, más no debe desperdiciar en pequeños pleitos mezquinos e insustanciales; debe darle grandeza a su proyecto, a través de la unidad nacional y la claridad jurídica, política y económica, de lo que su gobierno puede aspirar a ofrecernos

El gran problema es que, como siempre lo advertimos: el Imperio está presto para aprovechar nuestras debilidades internas o nuestras incapacidades programáticas y administrativas.

La economía mexicana sí tiene un sentido ideológico claro y definido, en nuestra norma fundamental originaria.