Hay algunos políticos que se apasionan por agarrar algún cargo y, una vez establecidos en él, resulta que no les gusta el pueblo que les tocó gobernar. Que si su grey está compuesta por puros rateros, por puros flojos y por puros tontos. Que por eso están así de perjudicados y no por culpa de sus nuevos salvadores.

Eso me recuerda a aquel pintor mediocre que siempre decía que ya no quería pintar valles y montañas porque ya había pintado todos los de su comarca. Que, ahora, quería pintar marinas pero el problema es que nunca había visto el mar y, por lo tanto, no lo conocía.

Entonces se le ocurrió una idea que le pareció genial. Que alguien lo llevara a la costa más cercana para, ya puesto en la playa, conocer su color, su movimiento, su oleaje, su espuma, su reflejo y todas sus características. A cambio del ilustrativo paseo, el pintorcillo le regalaría dos o tres óleos con temas marinos.

Nunca falta el ofrecido que se aprestó para servir al anodino. Lo trepó en su carrito y tomaron rumbo hacia el destino costero mas cercano. Ya cuando iban a rebasar la última loma y antes de ver el océano, el que la hizo de chofer le sugirió que cerrara los ojos y que los abriera cuando se lo indicara. Así procedió y, cuando regresó la mirada, tan solo exclamó sorprendido: “¡que espantoso aguadal!”. El baboso sólo había visto charcos, estanques o pequeños laguitos que resultaban verdaderos gargajos ante la dimensión de la mar-océano.

Como corolario del asunto, ya parado sobre la arena, el mequetrefe tan solo dijo: “Mmm…, este mar no me sirve” y dio la media vuelta.

Así, exactamente, son los gobernantes mediocres. No me sirve este pueblo. No me sirven estos electores. No me sirven estos empresarios. No me sirven estos trabajadores. No me sirven estos contribuyentes. No me sirven estos estudiantes. No me sirven estos periodistas. Pero si no hay de otros,  o gobiernas con lo que se tiene o te quedas sin gobernar.

El que entra a la iglesia se tiene que aguantar la misa. En el templo no hay tragos de tequila sino vino dulce de consagrar. No hay mariachis que canten corridos sino organistas que tocan salmos. No  hay putas que se abracen al tubo sino beatas que rezan el rosario. Así que el que le entra, se aguanta o se sale, pero no pide que le cambien el menú porque, tanto en el templo como en el palacio, no hay más cera que la que arde.