Qué maravilla que los lectores de Cien años de soledad o de “La cuesta de las comadres” de Rulfo se cuenten por miles, que en este julio de 2019 la nueva edición de Rayuela esté en primerísimo lugar de ventas. No me preocupa que el Che ande estampado en las playeras o que Frida Kahlo sea un ícono internacional. La comercialización, creo, es también un reconocimiento. Lo que me preocupa es que exista el consenso de que la cultura es aburrida, que se pretenda convertirla en divertida, en una variante del entretenimiento.

Muchos han postulado la cercanía del arte y el juego como una finalidad sin fin. Brecht consideraba que en cada época el arte, por ser histórico, era distinto, pero mantenía una constante: provocaba placer. Cortázar destaca el carácter lúdico y ritual del arte desde el título de Rayuela. Los dos van en busca del conocimiento del mundo, de sí mismos y de los demás. Mano a mano de la vanguardia, el arte hoy se cree exclusivamente un fenómeno estético, formal. Walter Benjamin lo pone en duda y recuerda que hay que ver la función del arte y sobre todo cómo se prepara y nos prepara para evitar la cosificación, vale decir que no seamos objetos, sino sujetos.

Los escritores se volvieron antisolemnes, qué bueno. Pusieron la publicidad a su servicio, felicidades. El agente literario negocia sus derechos de autor y ya no los explotan. Lo malo es que surjan escritores que nacen para vender, que se comercializan de entrada, que nos dan gato por liebre. El problema es la trivialización de la literatura, la proliferación de los libros chatarra. Los lectores como consumidores y la literatura como una mercancía más, “en el inmenso arsenal de mercancías”.

Causa estupor mirar las filas que se formaron desde el día anterior para entrar al museo que mostraba la obra de la diseñadora del modista Louis Vuittom, los miles que llegaron a la leonardomanía a través del Código Da Vinci, los que escriben para niños a ver si se hacen tan ricos como J. K. Rowling.

 

El teatro mexicano, católico

Me habló Claudio R. Delgado, quien fue asistente de Solana, y me aclaró que el pleito contra Novo fue con el bastón de Leon Felipe, y no el de Usigli, aunque sí participó Usigli, como se puede leer en las páginas de Siempre, pues Rafael Solana, a petición de José Pagés Llergo, contó aquí lo sucedido. El triunfo que yo le dí a Novo, Claudio se lo adjudicó a Solana. La llamada de Claudio me recordó algo que me parece significativo, pero no muy comentado. Rodolfo Usigli es católico como lo demuestra con Corona de Luz, obra dedicada a la Virgen de Guadalupe, aunque su novela Ensayo de un crimen tiene un aire existencialista. Don Rafael muestra su catolicismo en esa obra maestra que es Debiera haber obispas o en La casa de la Santísima que acaba en la Villa de Guadalupe. Lo de la Santísima es sólo por su ubicación, ya que se trata de un burdel. Conocido católico es Luis G, Basurto, autor de Cada quien su vida, Miércoles de ceniza y Vida, pasión y muerte del padre Pro. Dos católicos más son Ignacio Solares con El Jefe Máximo en contra de Calles, y Antonieta Rivas Mercado que en una obra rescatada por Tayde Acosta, tiene como protagonistas a Plutarco Elias Calles y José de León Toral, el que asesinó a Obregón. Vicente Leñero escribe Pueblo rechazado sobre el caso Lemercier. Leñero, además, en Gente así, que no tiene desperdicio, revela más nombres de católicos confesos, pero no dramaturgos, como Javier Sicilia, Granados Chapa y el propio Julio Scherer.