La carta que le envió el pasado 9 de julio el doctor Carlos Urzúa al presidente López Obrador, en el que comunica su renuncia, es un documento que sorprende por lo conciso y escueto, pero al mismo tiempo, constituyó una bomba que agravó las condiciones de nuestra economía que ha tenido deficiencias que le han impedido un crecimiento adecuado.

Es verdad que Carlos Urzúa contuvo los graves problemas que se esperaban en relación a los cambios que pudieran darse en la macroeconomía.

Si bien es cierto que, utilizó las mismas variables que establece –como clásicas– el neoliberalismo como son: el manejo de finanzas públicas ordenadas, el Presupuesto de Egresos equilibrado y sin déficit, respeto a la autonomía del Banco de México, apoyo al Tratado de Libre Comercio, así como las relaciones cordiales con los organismos económicos mundiales y la defensa del libre mercado, también lo es, que en el terreno de la macroeconomía, es más de lo mismo.

En la renuncia de marras, se aportan elementos que constituyen una auténtica denuncia, que refleja la crisis interna del gobierno y el choque inevitable entre teorías económicas encontradas. Amén de culpar a personajes importantes del gobierno a quiénes dice, “le han impuesto colaboradores poco conocedores de la hacienda pública, impulsadas por personas influyentes con claros conflictos de interés”. No sólo eso, también señaló que “los proyectos de infraestructura han carecido del sustento y la evidencia necesaria”.

No es poca cosa lo que dijo el ex secretario, prácticamente puso en el ojo de la opinión pública, el choque de diferentes corrientes, que no acaban de decidirse en el manejo del gobierno de México; pues, mientras López Obrador da por muerto al neoliberalismo, las condiciones internacionales imponen la continuación de este modelo, muy a pesar de los deseos presidenciales.

El sustituto Arturo Herrera, es sin duda un hombre capacitado y preparado y con la misma escuela económica que el doctor Urzúa, quien ha sido por muchos años su mentor y su amigo; como él mismo Herrera lo reconoció con generosidad en su primera conferencia de prensa.

Lo que hoy necesita conocer la opinión pública es: ¿cuáles son los proyectos que aparentemente carecen de sustento?, ¿quiénes son los personajes influyentes que le impusieron a funcionarios? y, muy importante, ¿a quién se refiere cuando habla de conflictos de interés?

Si quiere ser congruente el ex secretario de Hacienda, tendrá que poner –en el tapete de la discusión pública— el nombre y apellido de los temas a que se refirió en forma escueta en su renuncia.

Más allá de cualquier consideración de carácter partidista o político, hoy más que nunca, México requiere claridad en su política económica, especialmente en la macroeconómica y en los temas energéticos.

Muchos somos los que apoyamos la recuperación de nuestra riqueza petrolera para los mexicanos y, creemos que es necesario la construcción y recomposición de refinerías, para garantizar nuestra soberanía energética. Sin embargo, es necesario saber que los proyectos que se presentan cuentan, efectivamente, con la solidez técnica y administrativa, para que puedan tener éxito para el futuro de la nación.