Una promesa de campaña fue la dispersión por toda la República de las secretarías de Estado y otras dependencias. La razón obvia es que la ciudad de México está al borde del colapso o de plano colapsada, pues resulta cada vez más difícil y onerosa la vida de los capitalinos por la llamada gentrificación, que expulsa hacia la periferia a los pobres y concentra a la población de mayores recursos en las zonas con mejores servicios urbanos.

La zona metropolitana de la Ciudad de México es una inmensa mancha sobre el mapa de la República. Diariamente, millones de personas viajan decenas y hasta centenares de kilómetros para trasladarse a sus centros de trabajo o a sus escuelas. Su cotidiano ir y venir les roba horas preciosas con la consecuente desatención a la familia y la aparición de neurosis que hacen muy complicada la relación con los seres queridos.

Pero la duración de los viajes también significa un deterioro de la salud, pues las malas condiciones del transporte público o los embotellamientos para los automovilistas significan llevarse a los pulmones una inmensa cantidad de aire contaminado, de veneno que mina incluso a los organismos más fuertes. Se estima que al año mueren 17 mil personas por males respiratorios.

Hace unos días, Greenpeace advirtió que no basta con declarar la contingencia ambiental cuando ya la calidad del aire es muy mala, sino que se requiere que las autoridades apliquen medidas que replanteen la movilidad en la megalópolis y la política energética del país (La Jornada, 11/VII/19), lo que significa más políticas de prevención y menos de reacción.

La vida fuera de casa lleva a consumir alimentos no necesariamente nutritivos ni higiénicos, resta tiempo para el ejercicio físico, predispone a las enfermedades contagiosas e incrementa los males digestivos, nerviosos y respiratorios. En suma, daña en forma severa la salud y ocasiona una sobredemanda de servicios a las instituciones de medicina social, lo que presiona sobre las finanzas del Estado.

Otro problema grave lo representa la escasez de agua y su pésima distribución. La sobreexplotación de los mantos acuíferos es una amenaza creciente para la estabilidad de la urbe y hay quien considera que los recientes temblores, con epicentro en la misma capital, son producto de la extracción de líquido del subsuelo.

En suma, los problemas se multiplican y el gobierno ya no menciona la descentralización de las dependencias federales, aunque mejor sería llevarse los poderes a otro lado. ¿Ya se les olvidó?