La vena nacionalista en el cine, Primera Parte
A una cuadra de la Calle de la Dulce Olivia, Número 1, sitio de la “Casa Fuerte Del Indio Fernández”, esquina con la calle Ignacio Zaragoza No. 51, Barrio de Santa Catarina, Alcaldía Coyoacán, se encuentra, en la Av. Miguel Ángel de Quevedo No. 353, también esquina con la calle Ignacio Zaragoza, Colonia Romero de Terreros, Alcaldía Coyoacán, el MERCADOROMA. En el segundo piso, Restaurante-Bar BUTCHER & SONS, gerenciado por Geraldin García Márquez (Reina Nefertiti), terminé de escribir la primera parte de “La vena nacionalista en el cine de Emilio “El Indio” Fernández”. Había pedido un BUÑUELONI, al joven “barman” Rogelio Bautista González. No conocía el coctel y, quedando en que en la próxima visita le enseñaría la fórmula para su preparación, me sirvió un buen tequila doble, acompañado con frescos limones, al estilo Emilio “El Indio” Fernández. Así quedó el texto que pongo a su consideración:
Las mejores películas de Emilio “El Indio” Fernández son las realizadas al interior del círculo virtuoso denominado “etapa nacionalista (con fuerte influencia indigenista, no exenta de didactismo, con aliento lírico, y de inspirada fuerza poética trágica) que suele caracterizar el arte de todo país joven” (Manuel Michel), encerrado en un círculo vicioso, denominado mediocridad. De las tres vertientes de la vena nacionalista, en el cine de Emilio “El Indio” Fernández, la indigenista es la más amplia, en cuanto a dimensión histórica, patriótica y personal. La exaltación de la pureza y la nobleza de la raza indígena, como base del nacionalismo mexicano, es una constante muy arraigada en la conciencia social nacional, como el grito libertario, memorizado desde el inicio de nuestra revolución de independencia: “¡Viva nuestra Señora de Guadalupe y mueran los gachupines!”

Más que el culto al pasado indígena, aplastado por la conquista española, más que la influencia de Serguei M. Eisenstein (¡Qué viva México!, 1931, película inconclusa, montada en 1979), de Carlos Navarro (Janitzio, 1934) y de Fred Zinnemann (Redes, 1934), más que la búsqueda de la identidad en un mestizaje biológico y cultural, las más objetivas influencias posibles que lo impulsaron a procuparse por reivindicar los valores indígenas las podemos encontrar en el origen del mismo realizador y en la glorificación del nacionalismo, en la época posrevolucionaria, que, al recurrir al pasado precortesiano, estimuló los valores nacionales, herederos de la historia de las culturas forjadas y amalgamadas en una sola, a lo largo de los siglos, y que culminó, dando inicio, al mismo tiempo, en la política de la nacionalización de la cultura misma.
El nacionalismo indigenista, en el cine de Emilio “El Indio” Fernández, es tratado de manera folclórica, gracias al preciosismo plástico del fotógrafo-intérprete Gabriel Figueroa, quien, al recurrir al paisaje, como ecenografía natural, creó valiosas piezas artísticas, por sí. Visto desde otro ángulo, el nacionalismo indigenista, tratado de manera dramática, gracias al romanticismo del escritor Mauricio Magdaleno, aprovechó a la mujer y al hombre de la raza indígena como coreografía antopológica.
La vena nacionalista del cine indigenista de Emilio “El Indio” Fernández es la transición que va de la asimilación de la cultura indígena, sin el “indio” al Estado Nacional, como unión política étnica, en la que predomina el mestizo, la nueva raza mayoritaria que habla “castilla” y que no se siente “indio”, menos español. Todo a favor del desarrollo de un arte de imágenes auténtico, en el que la búsqueda de la identidad nacional es reflejo de una sociedad compleja y llena de contrastes que todavía no se encuentra, por lo que se ha de seguirse escudriñando el México profundo, del que hablaba Guillermo Bonfil Batalla, donde los rasgos más desconocidos se descubran y permitan la restitución de las características ancestrales propias pérdidas, porque una parte de la identidad nacional es el pasado indígena, latente en la mayoria de la población mestiza, que hace suya, también, la herencia de la cultura española.
En el cine nacionalista de Emilio “El Indio” Fernández, el sincretismo favorece al indigenismo olvidado. Emilio “El Indio” Fernández fue el realizador histórico en lo tocante a la representación de las características más profundas, tanto físicas como espirituales, de la raza indígena, sobre todo las de la mujer, “la india bonita”.

Para Emilio Fernández Romo, niño nacido de madre kikapú y padre mexicano (mestizo), el pueblo mexicano vive acomplejado. Desde que los españoles invadieron, no conquistaron a nuestra raza. “Los moros, afirmaba, los tuvieron (a los españoles) controlados por 800 años y nunca han hablado de conquista. Nosotros abueleamos. No somos españoles, somos nietos de árabes, tenemos las mismas características, el amor al caballo, al puña, al celo a la mujer y el celo a la propia persona.”
¿Acaso su padre fue mexicano de ascendencia árabe? Cuando lo vi en su ataúd de descanso final (1986), se me figuró no un mestizo con rasgos de piel roja, sino un mestizo con rasgos de adalid del ejército de Abderramán III.
Trátese de una idealización manierista del nacionalismo, muy alejada de lo que se ha dado en llamar indigenismo histórico, en la que los conceptos indígena y campesino pobre son sinónimos, los cuales son vistos, pese a su opresión, de una manera folclórica y dramática, en la que destacan la visión esteticista y romántica, el hecho es que Emilio “El Indio” Fernández tenía un talento singular para expresar abiertamente su inspiración trágica, aunque fuese un tanto superficial en lo sociológico, pero profundamente sincero para transmitir las emociones de los seres que vivian instintivamente sus pasiones, al grado tal que ha llegado a decirse que sus personajes de indios hieráticos, de trágico destino, explotaban, también, una tradición melodramática y estilizada, mezcladas convencionalmente con insólita efectividad.


