En 1965, Bergman enfermó de estrés y fue hospitalizado unos meses. Ahí imaginó la historia para su película Persona (1966). Las películas Vergüenza (1968), en la que el personaje masculino se desquicia por la guerra, Pasión (1969), en la que se incluye una escena de Vergüenza, en forma de sueño, Carcoma (1971), mero encargo comercial, con colorida fotografía, Secretos de un matrimonio (1974), profundo estudio psicológico sobre conflictos íntimos, y Cara a cara (1976), considerada una de las películas más personales de Bergman en la que la vigilia, con sus miedos, angustias, soledades, vacíos existenciales, y el onirismo, con sus recuerdos de niñez, traumas oscuros de muerte, dan cuenta de la mente perturbada de una mujer, dramas conyugales y conflictos de pareja que reflejan la propia vida del realizador, fueron intensos trabajos creativos que mermaron su equilibrio mental, incluida la acusación que se le hizo por evadir impuestos, que lo obligaron a irse a descansar a un hospital “psiquiátrico”, después de lo cual, al curarse, decidió salir de Suecia e irse a vivir a Alemania.

 

Con la desgarradora película Gritos y susurros (1972), realizada antes de Secretos de un Matrimonio y Cara a Cara, Bergman alcanzó otro de sus máximos logros estéticos. Considerada, por muchos críticos superficiales, como preciosista, por la impecable fotografía en que predominan los colores blanco y rojo, perdidos entre la negrura, debida a Sven Nykvist, es, al contrario, una obra maestra y la llegada de Bergman a su total madurez creadora, poniendo en escena (cine de cámara al estilo teatral, con escenografía de época, en las habitaciones de una mansión en las que dominan el color rojo, como símbolo del alma, y el blanco del vestuario de las protagonistas), poniendo en escena, repito, el sufrimiento padecido (gritos de dolor) por su madre Karin Akerblom (Bergman realizaría el cortometraje El Rostro de Karin (1984), con fotografías de ella), y una visión o sueño en que surgía una habitación roja, donde cuatro mujeres vestidas de blanco se relacionaban secretamente, diciéndose susurros al oído.

¿Quiénes más para interpretar a dos hermanas que asisten a los últimos momentos de vida de una tercera, enferma de cáncer terminal, cuidada por una fiel sirvienta que ha perdido a su hija? Las magníficas Ingrid Thulin (Karin), Liv Ullmann (María), Harrit Andersson (Agnes), amantes (Harriet y Ingrid), en su momento de Bergman, a lo largo de los años de trabajo, y esposa (Liv), sus actrices de cabecera, y Kari Sylwan (Anna). Tres caracteres diferentes, y un cuarto, puro, esencial, al margen del conflicto sentimental habido entre las hermanas, sobre todo en esa imagen del sueño final, representado a LA PIEDAD, inspirada en Miguel Ángel. Obra capital en la filmografía de Bergman que, con el fono musical de piezas de Chopin y Bach, estremece, al llevarnos del sufrimiento, tanto físico (significativa es la secuencia en que Karin se hiere cortándose sus partes genitales y luego saborea su sangre ante su marido) como moral (de todas ellas), a la ternura, la lectura final del diario de Agnes, por Anna, nostalgia de la armonía fraternal.

La película El huevo de la serpiente (1977) es demoledora. Inicia con tomas en ralentí y en blanco y negro, de gente caminando (incapaz de una Revolución, porque el hombre es una deformación, una perversión de la naturaleza, comentará al final de la película el Dr. Vergerus, personaje clave del relato), alternadas con los créditos, acompañadas de música popular de la época. Corte a: La escena toma, lugar en Berlín. Noche, 3 de noviembre de 1923. Esa gente ha perdido la fe en el futuro y en el presente. Se vive en una galopante inflación de posguerra, depresión económica y alto desempleo. Una cajetilla de cigarros se vende en 1 billón de marcos. Abel (David Carradine) llega ebrio a una casa de huéspedes y encuentra a su hermano muerto. Al otro día, interrogado por el inspector de policía, nos enteramos que es artista circense del trapecio. El suicidio de su hermano se vuelve un misterio. Abel va a buscar a Manuela (Liv Ulmann), quien trabaja en un cabaret, mujer de su hermano, para informarle sobre el suicidio. La vida continúa, pero hay un tenso ambiente social. El tipo de cambio es de 5 billones de marcos por un dólar. Agitación bolchevique, partidarios de un tal Lenin, y rumores de un golpe de Estado, comandado por un tal Hitler. Parece que no es una película de Bergman, pero, poco a poco, sus obsesiones y vivencias subjetivas van apareciendo, en el transcurso del relato, encarnadas en el personaje Abel. Pero, en términos objetivos, el asunto es otro, más oscuro y siniestro: La experimentación “científica” con humanos, usando drogas, para jugar con el comportamiento de los individuos, hasta lograr a su total desequilibrio emocional. Su hermano se prestó a ello, le confiesa el Dr. Vergerus, jefe del experimento, a Abel, por ello se suicidó. El Dr. Vergerus le comenta a Abel que con los experimentos se han dado los primeros pasos hacia un desarrollo necesario y lógico y que en unos día más el ejército de Alemania del Sur intentará una revuelta dirigida por un demente llamado Adolf Hitler que será un fiasco porque carece de la capacidad intelectual y técnica y porque no sabe de las tremendas fuerzas con las que se enfrentará. En fin, la película entra al terreno del cine maldito, porque ese demente, diez  años después, llegaría al poder, engendro del huevo de la serpiente que se puede ver a través de la delgada membrana.

Sonata de otoño (1978) es una meditación reflexiva, se opinó, sobre la posesividad familiar. Una, añado, “profunda”, meditación reflexiva sobre la posesividad familiar, vuelvo a añadir, “frustrada”, enriquecida por un soberbio duelo de actuaciones y rostros, entre Ingrid Bergman (Charlotte, la madre) y Liv Ulmann (Eva, la hija), recordándose sentimientos reprimidos del pasado. Es un duelo de diálogos reclamantes e hirientes que traen a la memoria sucesos olvidados que marcaron su pasada relación familiar, relación de amor-odio, de acercamiento-distanciamiento, entre dos mujeres que han sorteado la vida de diferente manera. La madre, famosa pianista siempre ocupada, y la hija, mediocre mujer, casada con un pastor de provincia, infeliz, por haber perdido a su hijo ahogado, y que cuida de su hermana Helena (Lena Nyman), en soberbia actuación de inválida. Los diálogos, los monólogos, tanto externos (de la madre en su intimidad) como internos (de la hija en su abandono), dan fe del arrepentimiento, luego de lastimarse.  Los perdones de una a la otra, frente a frente o en la distancia, ya no borrarán lo hecho.

De la vida de las marionetas (1980) es, desde el Prólogo hasta el Epílogo, un profundo estudio policíaco y psiquiátrico de un hombre, aparentemente normal, Peter Egerman (Robert Aztorn) que asesina a una prostituta, aunque, en su más recóndito inconsciente, en realidad desea asesinar a su esposa, Katarina (Chistrine Buchegger). Recurriendo a la técnica narrativa de flashback-flashforward y haciendo que las imágenes en blanco y negro se vean más blancas, para transportarnos a un mudo de sueños subconscientes, Bergman va desglosando los motivos que impulsaron al personaje a cometer el crimen. El inspector de policía, para rendir su informe tiene que entrevistar a varios personajes que conocen al criminal: El psiquiatra Morgen Jensen le cuenta, veinte horas después del asesinato, que catorce días antes del crimen lo había ido a visitar Peter, una semana después del asesinato el inspector platica con la madre de Peter y tres días después del asesinato con Tin, un homosexual (personaje que tiene un monólogo escalofriante sobre su condición existencial) amigo de la mujer de Peter y de él. Tan compleja es la trama que el informe del psiquiatra nos deja fríos, al exponer las causas del crimen: Madre dominante y malas relaciones con el padre dan paso a una homosexualidad latente de la que Peter no era consciente, afectando las relaciones con su esposa y con otras mujeres, al grado que tuvo que matar y hacerle el amor a la prostituta muerta en un acto de desquiciamiento irreversible.

Fanny & Alexander (1982) es la obra cumbre de Bergman, autobiográfica y catártica, salpicada de sucesos fantásticos, plegados de imaginación creadora, fuera de lo común. La magia aparece seductora, la escenografía es esencial y envolvente para darle entrada a la alegría, a los sueños, a los miedos y a la imaginería más exquisita, que desbordan todo el selecto equipo de actores. Se trata de un viaje borgiano en busca de la sustancia de la vida, fundada en la experiencia y en el ejercicio feliz, recordándonos que “en el origen de la historia el lenguaje era oral, la palabra escrita fue un símbolo de la palabra hablada, un símbolo que parecía tan extraño que las lenguas germánicas llaman runas, que significa misterio, a las letras” y las runas de Bergman se convirtieron en imágenes cuando afirmó: “Soy un ilusionista… tengo a mi disposición el más preciado y asombroso instrumento mágico que en el transcurso de toda la historia universal, haya estado jamás en poder de bufón alguno.”

La vida creativa de Bergman no terminó con Fanny & Alexander. Continuó dirigiendo teatro, como lo había hecho siempre, y obras para la televisión, incluidas Tras el ensayo (1984), Los elegidos (1985), En presencia de un payaso (1997), Creadores de imágenes (2000), un bello homenaje a Victor Sjoström, gran realizador de la época del cine silente sueco, y a Selma Lagerlöf, premio Nobel de literatura, y  Saraband (2003), un video de alta resolución, con los viejos actores, como él, Liv Ulmann y Erlan Josephson.