La rebatinga por el control del Senado y la pelea por la dirección de Morena muestran que el grupo en el poder atraviesa por una crisis no terminal, pero que obligadamente tendrá que ser definitoria, pues el movimiento creado por Andrés Manuel López Obrador, útil para ganar la elección de 2018, empieza a convertirse en lastre por su heterogeneidad y los intereses encontrados.

Lo ocurrido en la Cámara de Senadores es una muestra elocuente de las inmensas diferencias que existen dentro del llamado Movimiento de Renovación Nacional. López Obrador necesitaba reunir cuantas fuerzas pudieran allegarle votos y no podía permitirse la defección de Ricardo Monreal.

Al anunciarse que la candidatura para el gobierno capitalino iba a ser, como fue, de Claudia Sheinbaum, el zacatecano anunció que se retiraba de Morena. Para retenerlo, AMLO le ofreció el oro y el moro. Como resultado, Monreal se quedó con senaduría, liderazgo de la fracción morenista, presidencia de la Junta de Coordinación Política y, lo más importante, manejo del presupuesto senatorial, en tanto que a Martí Batres, hombre de inquebrantable lealtad a López Obrador, sólo quedó la presidencia de la mesa directiva.

Con esa distribución de posiciones, el conflicto parecía inevitable, como en efecto lo fue, y ahora la única salida es sacar del Senado a uno de los dos contendientes y darle una posición en el ámbito del Poder Ejecutivo. Si Martí deja el escaño debe ser para fortalecerlo; si es Monreal, el movimiento tendrá la intención de anularlo. Veremos.

En lo que se refiere a la dirección de Morena, es obvio que Yeidckol Polevnsky no es un factor de unidad, sino un elemento de conflicto en múltiples direcciones. Le disputan la jefatura de Morena el más belicoso que beligerante Alejandro Rojas Díaz Durán, el diputado Mario Delgado y Bertha Luján, presidenta del consejo nacional morenista, quien ha estado con López Obrador en las duras y en las maduras.

Hasta ahora, AMLO se ha mantenido al margen de las disputas, o por lo menos eso parece. Pero tendrá que dar un manotazo sobre la mesa y poner orden en sus filas, pues corre el riesgo de que Morena se le divida. Cuando estas líneas se publiquen, es probable que ya esté decidido el rumbo y que el indiscutible líder del movimiento haya puesto a cada quien su lugar, pero si Morena no se transforma en un partido hecho y derecho, subsistirá la amenaza divisionista. Es triste, pero el presidencialismo sigue siendo determinante y el partido en el poder no puede escapar a esta negra herencia priista.