La conformación de partidos hegemónicos es el resultado de diversas condiciones históricas que permiten la concentración del poder en un partido mayoritario: como sucedió en la India con el Partido del Congreso; o de forma absoluta como partido único en los países dominados por el Partido Comunista, como fue el caso de la ex Unión Soviética o el de hoy en China o en Corea del Norte.

En México, el partido hegemónico se construyó como la organización que integró la unidad de los grupos revolucionarios, representados por fracciones militares diferentes y unificados bajo los principios fundamentales de la Constitución de 1917; el presidente Plutarco Elías Calles reunió –en torno a su figura dominante– a las principales fuerzas políticas y pudo imponer al titular del Poder Ejecutivo por 4 ocasiones con Emilio Portes Gil, Pascual Ortiz Rubio, Abelardo L. Rodríguez y Lázaro Cárdenas del Río, éste último rompió con el control férreo de su tutor político y abrió la puerta a la integración de un partido que dependería del presidente de la república, osea de él mismo, en el que existía, además, un sector militar de gran importancia.

El presidente Manuel Ávila Camacho modificó el partido y dio cause al gobierno civilista de Miguel Alemán, electo ya bajo las siglas del Partido Revolucionario Institucional (PRI), que mantuvo el control político y absoluto con su mayoría en las elecciones federales y locales. El partido hegemónico fue resultado de un proceso histórico surgido de una revolución social.

La nueva hegemonía que hoy vivimos obedece a causas diferentes, que tienen como fin y principio el liderazgo personal de un sólo hombre que, en su larga carrera hacia el poder, ha sufrido lealtades y traiciones; amigos que se perdieron, enemigos que se sumaron, extremos ideológicos que se tocaron, influencias religiosas y políticas económicas encontradas y diferentes.

Así pues, al llegar al poder el grupo que lo acompaña, aunque tiene como denominador común la subordinación al líder máximo, existen serias y graves diferencias; entre ellas, que hoy se reflejan a plenitud, frente al inicio irremisible de la sucesión presidencial que en nuestro medio político se inicia desde el primer día de la campaña del candidato ganador.

Las diferencias entre Martí Batres y Ricardo Monreal por el control del Senado de la República, no son sino un reflejo de dos corrientes que ya empiezan a definirse: la de los “puros” en la se encuentran –sin duda– Martí Batres, Yeidckol Polevnsky y muchos más agregados en los recientes meses y, frente a estos, la “corriente reformista” –que en el fondo quiere dejar de depender de un sólo líder– ésta encabezada por Ricardo Monreal y múltiples aliados de partidos afines, de compañeros de viaje y de funcionarios del propio grupo lopezobradorista, que piensan que, en el futuro, el partido debe abrirse a una democracia interna y alejarse del liderazgo unipersonal.

Por eso, es explicable y lógico estas diferencias que no son más que el principio de una larga lucha interna por el poder, en la que el presidente López Obrador será la balanza y dará el equilibrio para propiciar una entrega pacifica al nuevo gobierno, buscando el triunfo electoral de un partido –que lo es formalmente– pero que todavía no tiene pies ni cabeza, desde el punto de vista orgánico.

No importa el resultado de esta escaramuza, porque estamos muy lejos y veremos muertes políticas y nacimientos inesperados en los próximos tres años; caídas y subidas inevitables que nos depara el futuro, y que para los analistas políticos, es una jugosa fuente de entretenimiento, de diversión y también de reflexión.