Las democracias occidentales como las hemos vivido y conocemos, parecen ser una especie en peligro de extinción. En un contexto geopolítico internacional en el cual colapsa la globalización impulsada por Occidente en los años 80 y resurgen los nacionalismos y populismos de derecha e izquierda, los partidos políticos en tanto representantes de la voz del pueblo se perciben agotados y cada vez más repudiados por los ciudadanos.
El contexto económico global y la lucha por la supremacía mundial entre China y los Estados Unidos con la presencia acechante de Rusia, sin duda marcaran los años que vivimos. Las formas de gobierno que adopten o triunfen en los Estados actuales deben ser estudiadas, previstas, analizadas y reflexionadas para estar en condiciones de reaccionar o adaptarnos a tiempo.
Es un hecho incontrovertible, por lo menos en México, que los gobernados, están hastiados del papel que han jugado los partidos políticos en los últimos tiempos. La transición democrática “a la mexicana” que muchos impulsamos terminó convirtiéndose en vehículo de sobrevivencia de políticos inescrupulosos para cumplir sus obsesiones políticas. Las alternancias en el poder, no cambiaron nada, si acaso lo que cambió fueron los beneficiarios del atraco a los fondos públicos.
La llegada al poder de los actuales ocupantes del gobierno, se explica por la ira social contenida frente a la corrupción rampante, el hartazgo de la ciudadanía por la simulación, la farsa, la parodia en las instituciones republicanas, que permitió que las pequeñas minorías, las elites constituidas por las dirigencias o nomenklaturas de los partidos políticos, continuaran medrando con los dineros que la República les entrega como prerrogativas. Lo grave es que siempre son los mismos nombres, unas veces en un partido, otras militando en uno diferente.
Ahora se discute tanto sobre los fondos para la operación del INE, como sobre las prerrogativas a los partidos políticos. Lo que constituye un tema delicado. El origen de las prerrogativas se justificó, por cierto, a iniciativa de algunos de los actuales miembros del gobierno, enarbolando que las elecciones se podrían comprar por los “señores del dinero” o podrían llegar recursos sucios de negocios ilegales. Aunque ahora se apueste a la desmemoria.
El caso es que ningún partido goza de popularidad y buscan desesperadamente ganar apoyo popular. El PRI con casi 90 años en el poder, acaba de terminar su proceso de elección de su dirigencia y para no renunciar a sus orígenes recurrió a lo “pior” del partido, se volvió a las practicas más deleznables para imponer la decisión de las cúpulas a la militancia. En el caso del PAN la nueva dirigencia ha resultado intrascendente y no ha logrado conciliar las diferencias internas.
El PRD, está también próximo a renovar su dirigencia y seguramente testimoniaremos nuevamente prácticas lejanas a la democracia interna prevista en sus documentos fundacionales. Y para muchos es muy doloroso que se echara al cesto de basura el histórico registro como partido de esa agrupación política, nacida de una gran lucha democrática.
Finalmente en pleno otoño viviremos la renovación de la dirigencia de MORENA. La lucha es encarnizada; el enfrentamiento de tribus de su matriz el PRD ha sido reciclado y se enfrentan diferentes corrientes que buscan posicionarse primero de cara al 2021, pero sobre todo a la sucesión presidencial de 2024.
Lo esencial, no es el devenir de los partidos políticos, lo vital es que en ello viene consigo el futuro político de México.