Tal vez, el ensayo más famoso de la literatura iberoamericana del siglo XX sea Ariel, del uruguayo José Enrique Rodó. No es casual, el autor plantea que Calibán representa el poder económico, materialista de los Estados Unidos. Al contrario, reserva para “nuestra América” el símbolo de Ariel: lo espiritual, la belleza, el refinamiento, el arte. Siempre me ha sorprendido que de modo tan temprano los modernistas, con Darío y Rodó a la cabeza y Martí como precursor, hayan asumido lo que hoy llamaríamos la lucha contra el imperialismo.

En La tempestad, de Shakespeare, el mago Próspero, desterrado a una isla, porque su hermano ha usurpado su trono de Milán, tiene dos esclavos, Calibán, un hombre primitivo y tosco, que representa los instintos y otro que es Ariel, ser mitológico de las fuentes, de los ríos y de los bosques.

El poeta cubano Roberto Fernández Retamar, quien falleció el pasado 20 de julio, reinterpreta el mito, primero, en Calibán y lo amplía en Todo Calibán. A las primeras de cambio, revela que la etimología de Calibán proviene de caníbal, que a su vez evoluciona a caribe. Con ese punto de partida, propone la reivindicación de Calibán, vale decir de nosotros, los latinoamericanos.

Parece ser que Shakespeare no es inocente, pues su obra, representada en 1611, alude efectivamente a los salvajes amerindios conquistados por los ingleses. Ni es Retamar tampoco el primero en interpretar de modo positivo a Calibán, No faltan los que leyendo en profundidad a Shakespeare lo identifican ya con los pueblos colonizados. Más tarde lo harán grandes ensayistas de América Latina como Franz Fanon, Aimé Césaire o Aníbal Ponce, pero es al calor de la Revolución Cubana que el Calibán de Retamar surge como bandera de lucha contra el imperialismo cultural. El Calibán de Retamar se convierte, sin restarle méritos a Rodó, en la contraparte ideológica de Ariel. Es, como quien dice, un cambio de estafeta, un relevo.

Sin embargo, lo más importante de su planteamiento es una observación fundamental. Nos advierte que la literatura de América Latina no está en los libros, sino en los periódicos y en las revistas, que la primera acción es establecer su corpus, es decir, el conjunto de textos que la componen. No hablaba de oídas, la obra de José Martí se consideraba exigua hasta que el gobierno revolucionario la rescató y alcanzó no sé cuántos tomos.

 

José Juan Tablada

La tercera conferencia de mi vida, la organizó Salvador Novo. Me habló y me dijo que era en la Sala Ponce y me iba a presentar Wilberto (Cantón). ¿El tema? “Jose Juan Tablada”. Ni siquiera lo he leído, le confesé. “Ve a Porrúa y cuando termines de leerlo me hablas”. En efecto, en dos días le hablé. Leí el librito en unas horas. Hoy en día, el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, en un proyecto iniciado por Héctor Valdés, lleva ya varios tomos IX o X, con la obra de Tablada recuperada en donde aconseja Fernández Retamar: diarios y revistas.

Dos haikú de Tablada: “La noche anticipa/ y de pronto arde en el crepúsculo/ la pirotecnia de la buganvilia” Otro: “¡Del verano, roja y fría/ carcajada,/ rebanada/ de sandía!” Y de pilón, este último haiku: “Tierno saúz/ casi oro, casi ámbar/ casi luz”.

Por cierto, en el Palacio de Bellas Artes está la exposición: Pasajero 21: El Japón de José Juan Tablada. Con el número 21 se le registró en migración a su llegada a San Francisco procedente de su viaje a Tokio y Yokohama. Este documento, localizado por Martín Camps, prueba que Tablada sí viajó a Japón, hecho del que siempre se dudó.