“Porque vendrá el día padre en que los ojos
de la noche
dejen de mirarnos”.

Natalia Toledo

Con una parvada de papalotes que surquen la memoria de los tiempos, las autoridades de la Ciudad de México darán su adiós al alma del demiurgo juchiteco, hacedor de sus propias memorias y de sus tiempos, extraordinario principio ordenador de los elementos por él soñados, y gracias a él existentes, atributos que hacen de Francisco Toledo un ser irrepetible en su grandeza y en sus silencios, en sus abrazos decididos a sus causas, y a su dulce y penétrate mirada en constante captura y comprensión de la existencia.

Al término de su recorrido anímico por rutas mictlánicas discurridas y recorridas por su prodigiosa libertad creativa, a nombre de los habitantes de la capital, este 15 de septiembre, al mediodía, le daremos un sentido adiós, frente al hemiciclo a Juárez, lanzando al firmamento 100 papalotes, generadores de un diálogo estético entre oaxaqueños, en el que contraste la sobriedad del monumento erigido a la memoria del Benemérito por Porfirio Díaz, otro oaxaqueño, en tanto los papalotes recreadores del arte ilustrador de Toledo, el oaxaqueño libre de ataduras, danzarán al compás que marquen los vientos, surcando el Mixtlán, a fin de entablar un vínculo entre el alma del poeta plástico y este “Ombligo de la Luna”.

En cualquiera de las facetas de su quehacer demiúrgico, los capitalinos encontramos en Francisco Toledo el eslabón que une y unió sus  goces estéticos, sus desvelos sociopolíticos, sus luchas ambientales, su defensa sin tregua del patrimonio histórico de la nación, así como su incansable celo fundador de espacios de ejercicio de derechos culturales y de dignificación de las raíces y las lenguas ancestrales de nuestra nación subsumida al vasallaje de una sola lengua, una sola historia y una sola concepción que ha sido depredadora anímica y de la naturaleza.

Así, la Ciudad de México asume con gozo y respeto la reivindicación del origen juchiteco del artista y reconoce su grandeza atestiguada desde su despuntar estético en la galería de Antonio Souza, ubicada en Génova 61-2, en el corazón de la Zona Rosa, espacio de vanguardia cultural que abrió sus puertas a quienes entonces constituyeron la generación de la Ruptura, aquella que se desligó del arte pictórico nacionalista que impuso la clase política como expresión del arte de la revolución mexicana.

A su vinculación con la capital sumamos sus esporádicas residencias, fuese en Tlalpan o en otros barrios; y a su lazo con todos los mexicanos, su ejemplo en la protección del patrimonio urbano de la histórica Antequera (Oaxaca de Juárez) así como su incansable lucha en defensa del Fortín, misma que en el 2015 nos hermanó a través de la lucha que los capitalinos emprendimos a favor de la Avenida Chapultepec como espacio común, adverso a cualquier esquema de privatización.

Por estas razones y más, de modo fraternal y respetuoso queremos despedirnos de Toledo a través de esos trozos de papel volando, los que nos permitirán agradecer su vida y su pasión al demiurgo oaxaqueño, de quien su hija, Natalia, adivinó un desenlace corporal que implica que los ojos de la noche, hechos sueños, dejen de mirarnos.