En la memoria confluyen diversos tiempos y espacios: el recuerdo próximo de las sensaciones, el tiempo lejano del recuerdo, de las vivencias pasadas, y el tiempo fuera del tiempo de las ideas, de la imaginación. Hay también, a veces, el tiempo mismo de la escritura. La literatura es una red de imágenes. Y sí, hay recuerdos que cobran importancia suprema cuando  de entender se trata. El aroma de un guiso, el aceite de la bicicleta. El caminar constante por los barrios y su olor a tierra. El sabor del agua corriendo por un riachuelo. El primer beso robado en la primaria. El descubrir amigos olvidados, y con el paso de los años volver a ver. Saber de aquel amor perdido por el cambio de escuelas (no había email, ni Facebook, ni Twitter). El descubrir el paisaje que se abría para saber que existían: Tepoztlán y su pirámide tlauica; Xoclicalco y su pasado prehispánico; Tetlama; Tequesquitengo y su lago; Oaxtepec y su balneario; Tepalcingo y su templo… Estos fueron, sin duda, para mí  unos viajes largos cuando niño.

Cuernavaca era hermosa y fue un pueblo tranquilo, que vivía dulcemente su grandeza y su esplendor. Su grandeza provenía del pasado, tanto prehispánico como revolucionario. Hernán Cortés  conquista la capital del señorío suriano, Cuauhnahuaca, “junto a la arboleda”, que en boca de los extremeños se vuelve Cuernavaca, el 13 de abril de 1521. Y aquí Cortés construye su famoso palacio. Su esplendor, de la naturaleza pródiga que había dado al Valle todos sus dones.  Los  poblados de los alrededores hinchaban sus arcas con el producto de la tierra: azúcar y cítricos, sobre todo, ponían  aquellas tierras por encima de tantas otras. Me contaba Gutierre Tibón que fue en Tlaltenango donde se plantaron las primeras cañas de azúcar importadas de la isla Hispaniola, y  se estable en Atlacomulco el primer ingenio de México, ya todo parte del pasado. También Morelos dio al mundo –dice Tibón– una flor preciosa: “la daila”. Muchas de las tierras de cultivo se dice fueron,   propiedades mal habidas, había pugnas y conflictos, allá en los sembradíos, que ni el mismo Emiliano Zapata pudo calmar el conflicto. Nunca en la quietud de Cuernavaca, a donde la gente, venía no sólo del DF, sino de muchos lugares del mundo, llegaban  con algún dinero  y se daban  el lujo de pasar un fin de semana, en familia, o en algún escape con la novia o con los amigos de la universidad. Los habitantes, los veíamos pasar, era un ir y venir de gente, de coches. Sin olvidar que aquí también se gesto la Teoría de la Liberación, con su principal ideólogo Méndez Arceo, con cierta tendencia radical en la renovación de la Iglesia.

De niños íbamos al zócalo; nos tomábamos fotos en un caballito de madera, nos boleamos los zapatos y comíamos elotes a la sombra de los arcos del palacio. Disfrutamos los helados Virginia del bulevar Juárez, y, los sábados y domingos por la tarde y noche  nos cruzábamos la calle  para ir a las luchas en la arena Isabel, para ver al Pierrot –ídolo de Cuernavaca–, a los Brazos de oro y plata, y tantos otros… Como no recordar los hoteles del centro: Los Canarios, El Casino de la Selva, El Papagayo, que los tres se volvieron “balneario”, donde podíamos ir a nadar todos los sábados y domingos.

Este paraíso de los pocos a costa de muchos se convirtió, a los pocos años, en el infierno de los muchos a costa de los pocos. Aquí en Morelos  vivieron  no sólo Hernán Cortés, Maximiliano y Carlota, Emiliano Zapata, sino también muchos hombres ilustres de la cultura y la ciencia:  Erich Fromm, Gutierre Tibón y Cristina Cassy,  Malcolm Lowry, Carmen Cook, Iván Illich, Sergio Méndez Arceo, Juan Dubernard, Ricardo Guerra, Ricardo Garibay, Javier Sicilia, Juan Orol, Francisco Bolívar Zapata, Francisco Hinojosa, Martín Zapata, Luis Zapata, José Agustín, Vlady e Isabel, Rius,, Rafael Gaona, Rafael Coronel, Joy Laville, Vicente Gandía y Andrea Velazco, Leonel Maciel, Rafael Gaona, Santiago Genovés, José Luis Cuevas, Roger von Gunten, Raúl Carranca y Trujillo, y tanta gente que cotidianamente mantiene viva y en pie, no sólo a Cuernavaca, sino a todos los municipios del estado. Con muchos  de ellos, tuve la suerte de  conocerlos y ser amigo cercano. Y ahí, hace más de 20 años un grupo de “jóvenes” fundamos la revista literaria Tinta Seca Maggi Rebollo, Alejandro Poisot, Ernesto Ríos, Guilie Castillo y yo, nos reuníamos todos los sábados en el café La Luciérnaga, para lograr  conjuntar un grupo literario efímero –los eclécticos– y después  hacer  realidad el proyecto de la revista.

En ese pasar del tiempo Cuernavaca se transformó en residencia de muchos expatriados. Cambió su carácter temporal y limitado, por uno de infinitos núcleos residenciales. Para ricos primero; para clasemedieros, después. Y por qué no, también había que atraer industria mediana y pesada. Y el  rincón de la arboleda no dio para más.

Este paraíso de los pocos a costa de muchos se convirtió, se ha convertido en el infierno de los muchos a costa de los pocos. Fue y es un suburbio del Distrito Federal, lleno de conflictos, carencias, topes, baches, tráfico, corrupción, intolerancia, desgano, poca conciencia y participación social, donde la gente ha perdido el respeto y los valores por el otro, por su pueblo, por sus calles, por denunciar, por sus propias tradiciones. Un centro zapatista al servicio de  delincuentes corrientes y comunes. Solapados por un gobierno inepto, incompetente, que sólo ha logrado aumentar la violencia, los secuestros, los robos a casa habitación, la inseguridad, y los feminicidios. Lejos de confiar  en las instituciones, se percibe ignorancia y negligencia.  Hoy Morelos es –gracias al actual gobierno– de los más violentos del país. No hay ninguna estrategia para solucionar los problemas. Un horror  que tardará años en recuperarse.

El actual Gobierno de Morelos –en poco tiempo, más de 10 meses– no tiene ninguna credibilidad. Se ha perdido  la confianza. Hoy se vive una desolación terrible, una incertidumbre total. Morelos está en la sombra: abandonado por sus gobernantes. El anterior  gobernador Graco Ramírez y el actual  Cuauhtémoc Blanco –un futbolista mediocre, venido a político–  han dejado a Morelos en la ruina, hecha un desastre. Un gobierno cargado de corrupción, truanes, políticamente nepótico y doctoral en su ejercicio de falsedad. La devastación que vive el estado ha dejado en claro la defectuosa, insuficiente y lenta respuesta de sus autoridades, dejando municipios como Jojutla, Cuautla, Coatlán del Río, Zapata, Temixco, Tepoztlán y Cuernavaca al borde del colapso. Los mandos políticos de Morelos, sus estructuras de operación y los mecanismos específicos de protección civil, seguridad pública y atención a los ciudadanos han sido corroídos por la impreparación, el culto al oportunismo político y la vocación constante por la corrupción.

Me gusta redescubrir los 33 municipios de Morelos. Nací en Cuernavaca, crecí ahí y aún tengo infinidad de historias que me ligan a mi pasado,  a mi presente y, desde luego,  a mi futuro. Estoy orgulloso de ser morelense, pero me da vergüenza ver las calles de Cuernavaca llenas de basura, de grafitis, de baches, de calles destruidas por el paso de los años, pero más coraje es ver la  corrupción e  ineptitud del Gobierno Estatal –no olvidar que el C. Blanco fue alcalde de Cuernavaca por 3 años, y su trienio es de los peores en la historia de la ciudad– y su burocracia que no hace nada para solucionar estos problemas. En Cuernavaca y en todo el Estado se vive un clima de desconfianza, porque el  crimen acecha en todas partes. El crimen es sordo, ciego y necesita un verdadero Estado de Derecho para detenerlo, para terminar con ese cáncer que lleva años abatiendo a la población –y que hoy está peor que nunca–, que clama por recuperar la grandeza  pasado enterrado.

Cuernavaca  parece la misma, salvo por la infinidad de construcciones nuevas que chocan a la vista, y desde luego, por la inseguridad reinante. El intenso y rico aroma de las buganvilias (cuyo color es un milagro de la naturaleza) es el mismo. Parece que no han pasado los años, y claro que han pasado. Mi patria está ahí, pero me duele ver cómo poco a poco y con  el pasar del tiempo y de  la memoria, se va perdiendo todo lo que descubrí en la infancia.

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