A inicios el siglo XIX, en Viena, sonaron los primeros acordes de un nuevo instrumento musical: el acordeón, aunque otras versiones fijaran su origen cientos de años atrás en China.

El caso es que en el mismo siglo se va perfeccionando para convertirse en una “caja mágica musical”, que lo mismo se escucha en el Tango, en Argentina, que en el ballenato y la Cumbia de Colombia, la polka europea, el Jaropo Venezolano, la música Celta en Irlanda o la texana en EUA, así como en la Jota española y en general en la música  folklórica del mundo entero.

Dejo por aparte, con una mención especial a la música de mi tierra natal, del mero norte, bien se trate de polkas, norteñas o más recientemente la llamada “música de banda” y “el sonidero”.

Y viene todo a propósito, para rendirle un homenaje póstumo a mi célebre y genial paisano, Celso Piña. Pionero además, de la fusión de ritmos colombianos con sonidos tropicales  y de nuestros géneros populares e incluso del rap y el hip-hop.

Nace en un barrio popular de Monterrey y ahí se impregna de la música tradicional y moderna, incluida la de los Beatles.

Piña empezó tocando música regional acompañado de sus hermanos Eduardo, Rubén y Enrique, con un acordeón que le regaló su padre.

Se trata de un verdadero autodidacta que alcanza con años de esfuerzo, inspiración y disciplina, el dominio del instrumento y hasta innovaciones geniales.

Ya en los años 90 gozaba de fama y popularidad que culmina con su disco Barrio Bravo, todo un hit. Bien decía Carlos Monsivais, en el folleto de esa edición que Celso Pila era “un fenómeno social como bien dicen, y un fenómeno musical como bien se oye (…) Celso Piña es un conductor de tribus, si viviese en tiempos  medievales, sería considerado acordeonista de Hamelin”.

Así, iría tocando y  triunfando en  festividades y conciertos, como también será  conocido y multipremiado: “El rebelde del acordeón”. Por igual, Gabriel García Márquez, quien asistió a un concierto en Monterrey y trabó  amistad con él.

De pronto, tristemente hace unos cuantos días, se interrumpió su música en vivo, pues murió repentinamente.

Nos ha, quedado su glorioso acordeón que acompañará hoy y siempre a las generaciones venideras o como bien dijo su hija en el funeral “mi padre recorrió el mundo y solo le faltaba estar en el cielo”.

Así será, aunque por el momento tenga su partida un sabor agridulce, tanto por su desaparición física, como por la herencia explosivamente alegre de su inseparable acordeón.

¡Qué viva (y vivirá siempre entre nosotros) mi gran paisano!

 

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