¿Hay política exterior en la 4T?

La reiterada declaración del presidente López Obrador de que “la mejor política exterior es la interior”, hacen pensar en la pobreza de la política exterior de su gobierno –si es que la hubiera. Ello a pesar de que el proyecto de nación que aspira echar a andar el mandatario mexicano, condicionado, en buena medida, por lo que sucede más allá de nuestras fronteras, exige hacer política exterior.

Para hablar del tema, la Cátedra Solana, iniciativa del fallecido canciller Fernando Solana, cuya tarea académica se realiza con la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UNAM, nos propuso a cuatro de sus titulares debatir sobre los retos que enfrenta nuestra diplomacia en el gobierno de la Cuarta Transformación.

Respecto a la Cátedra, informo que nombra titulares, por dos años, a embajadores jubilados; y, en tal condición, Walter Astié Burgos, Ricardo Villanueva Hallal, Eduardo Roldán Acosta y yo mismo, expusimos nuestros puntos de vista sobre el tema a un auditorio de estudiantes, este 20 de septiembre, en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales. Con este evento dimos fin a nuestra actividad en la Cátedra.

Varios fueron los temas de nuestro intercambio de opiniones, dando lugar a comentarios, que abundaron en dudas y cuestionamientos, mesurados –al fin y al cabo, sufrimos el síndrome del diplomático–, salvo en el caso de uno de nosotros que fue implacable en sus críticas. No me corresponde poner en boca de ellos tal o cual opinión, aunque sí afirmar que, a los cuatro, diplomáticos de carrera por largos años, nos inquieta el derrotero de la política –o no política, como afirma una académica distinguida– exterior del régimen de López Obrador. Como lo hago notar al referirme en este artículo a algunos de los temas que abordamos.

 

¿Qué pasa con México en los foros internacionales?

México, por convicción y estrategia de defensa y de prestigio, ha tenido una fuerte presencia en los foros internacionales, impulsando y defendiendo el multilateralismo y el derecho internacional. En vista de ello, echamos un rápido vistazo a la participación del gobierno en los principales foros internacionales desde el 1º de diciembre de 2018, fecha en que inició su mandato el presidente López Obrador.

Comenzamos por la Conferencia Intergubernamental, celebrada en Marrakech, que adoptaría el 10 de diciembre el Pacto mundial para una migración segura, ordenada y regular. Un pacto que México, al lado de Suiza, como países faciltadores, impulsó en el seno de la ONU y una conferencia a la que asistió la canciller alemana Ángela Merkel y el presidente de gobierno de España, Pedro Sánchez.

La delegación mexicana fue encabezada por el secretario de relaciones exteriores Marcelo Ebrard, quien ofreció que “México va a cambiar su política migratoria” y que “vamos a cambiar las cosas y por nosotros hablarán nuestros hechos”. Sin embargo, era de desearse que nuestro gobierno asistiera con la más alta representación, para contrarrestar el sabotaje a la conferencia, orquestado por Estados Unidos, los gobiernos europeos de Austria, la República Checa, Hungría, Polonia, Eslovaquia, y Australia y Chile –Piñera actuando de cómplice de Trump y de los gobiernos xenófobos y racistas de Europa Central.

Por otra parte, ha sido también criticada la ausencia del presidente mexicano en el Foro Mundial de Davos, celebrado en enero, que reúne a los más influyentes actores de la economía mundial. Así como su ausencia en la Cumbre del G20, de junio, en Osaka, donde las 20 economías más importantes del mundo subrayan su presencia económica y política en la esfera internacional –un selecto grupo en el que está México y al que aspiran pertenecer, sin éxito, economías como España y Chile.

Nos referimos, igualmente, al hecho de que el jefe de Estado mexicano no asistiera a la Cumbre de la Alianza del Pacífico, tan exitosa y con tanto futuro, que integran, con México, Colombia, Perú y Chile, celebrada en julio, en Lima; y al hecho de que el presidente tampoco asiste al 74º período de sesiones de la Asamblea General de la ONU, que tiene lugar actualmente. El cónclave diplomático más importante del mundo, en el que es obligado que todo mandatario nuevo se presente; y que, además, tratará temas de vital importancia y de interés para México, como el cambio climático, los objetivos del desarrollo sostenible –agenda 2030–, Venezuela y su crisis humanitaria, y la migración.

Esta ausencia es, además, criticable por el hecho de que López Obrador, el representante por excelencia de la izquierda latinoamericana, hoy vapuleada y solo presente con Evo Morales, cede la estafeta de la región a Bolsonaro, el Trump tropical, al chileno Piñera y –si llega a asistir– a Mauricio Macri, las élites neoliberales que tanto critica el mandatario mexicano.

Es de celebrarse, en cambio, que México se esté postulando, a un asiento de miembro no permanente del Consejo de Seguridad –“la mesa de los Grandes”, como lo llama un analista– para el bienio 2021-2022. Quinta ocasión en que nuestro país forma parte de él: en 1946, dando un valioso apoyo a los primeros, aún tímidos, proyectos de descolonización; en 1980-1981, cuando votó en contra de la injerencia armada soviética en Afganistán y en contra de Estados Unidos, por la instalación de misiles en Europa.

22 años después, en 2002-2003, en un Consejo donde tuvimos que resistir a múltiples, agresivas, presiones de Estados Unidos –incluyendo las del entonces presidente Bush– y pudimos mantener la dignidad frente al deseo de Washington de que la ONU legitimara su invasión a Irak.

La última vez que fuimos miembros de tan poderoso órgano tuvo lugar en el bienio 2009-2010, cuando, en el mes que lo presidió México, nuestro representante logró, contra la oposición de Estados Unidos, que el ataque israelí a barcos turcos que se dirigían hacia Gaza con ayuda humanitaria, no quedara impune.

Hoy el gobierno se postula a una nueva membresía, que, por cierto, se nos trata de vender y se vende a López Obrador, como una hazaña de Juan Ramón de la Fuente, nuestro embajador ante Naciones Unidas, cuando no pocos diplomáticos, sin alharacas, han logrado en el pasado tal membresía para México.

La participación mexicana en el Consejo entraña riesgos, que esperamos sepan sortear los diplomáticos de carrera adscritos a nuestra misión en Nueva York. Pero también oportunidades que pueden traducirse en dividendos para México: los temas, por ejemplo, de la cooperación internacional para el desarrollo en Centroamérica –muy importante para el proyecto insignia del presidente López Obrador y de la 4T–, el de la migración y el del tráfico y comercio de armas, asuntos que pueden terminar siendo amenazas para la paz y la seguridad internacionales.

La conclusión de esta rápida ojeada a la actividad diplomática del gobierno de la 4T en foros internacionales es que la ausencia del presidente en las cumbres celebradas es lamentable: da una mala impresión de México y de su presidente, debilita la acción de nuestra diplomacia y echa por la borda oportunidades de acuerdos al más alto nivel internacional de importancia para el país.

La presencia de jefes de Estado –y en su caso, de jefes de Gobierno– en cumbres internacionales de la importancia de las señaladas, tiene un importante valor formal y con mayor razón en el caso de quien inicia su gestión de gobierno. Sin que mis comentarios demeriten la labor internacional que realiza Ebrard, que se ha convertido en el virtual “primer ministro”, jefe de Gobierno, de un país cuyo presidente ha decidido no existir internacionalmente.

 

Entreacto: la geopolítica

La mesa redonda abordó, por supuesto, el tema de las relaciones con Estados Unidos, que, siguiendo a Napoleón, quien habría dicho que “geografía es destino” y a muchos distinguidos académicos que, de la mano del libro de Mario Ojeda, Alcances y límites de la política exterior de México, de 1976 –su segunda edición es de 1984–, son consideradas determinantes –fatalmente– de esa política exterior.

Tema, este de las relaciones con Estados Unidos, en el que abundaron las críticas, unas mesuradas otras demoledoras, a las reacciones del presidente mexicano ante las amenazas de Trump –aparentemente en vísperas de ser sometido, ¡por fin!, a impeachment–. Se habló también del TMEC y, en relación con el tratado y otros asuntos, se hizo notar la necesidad en de que el gobierno multiplique y profundice sus contactos con los demócratas, tomando en cuenta, entre otras cosas, que estamos en la antevíspera de la elección presidencial estadounidense.

Hablamos, asimismo, del imperativo de fortalecer vínculos con los mexicanos-indocumentados, inmigrantes legalizados y mexicoamericanos –de allá – insistí en la propuesta de que se conforme un lobby mexicano, a semejanza del israelí y del lobby irlandés, que ha dado significativos dividendos, de toda índole, a cada una de esas comunidades. Por cierto, acabo de leer el comentario de que el lobby irlandés podría “aguarle la fiesta” a Boris Johnson en el congreso estadounidense si el brexit llega a afectar los intereses de Irlanda –las dos Irlandas–: la que es país y la que es parte del Reino Unido.

Al margen del “determinismo”: la espada de Damocles que es para México la vecindad de los Estados Unidos, se criticó la pobre presencia –por no decir la ausencia– del gobierno y su diplomacia –pero también de otros actores y poderes fácticos, en otras regiones–. Uno de los embajadores hizo una apasionada promoción de la “conexión china”, particularmente en las relaciones comerciales, señalando lo ya sabido del crecimiento sostenido de la economía de Pekín, “la potencia del futuro”.

Otros hicimos notar la importancia de África, con la tasa de crecimiento más alta del mundo y el continente con seis de las diez economías que más van a crecer, según el FMI. “El continente del futuro”, en el que, además de nuestra modesta presencia económica, nuestra presencia política es paupérrima, pecado de las administraciones pasadas: menos de diez embajadas –sin comparación con Brasil o Cuba– en una geografía de 54 Estados soberanos, con obvio poder de voto en Naciones Unidas, la OMC y otros organismos internacionales.

Por mi parte, insistí en la prioridad de fortalecer los lazos con la Unión Europea, con la que se está modernizando el acuerdo bilateral político, económico-comercial y de cooperación; que es nuestro tercer socio comercial –casi 80 mil millones de dólares al año–; con la que compartimos valores democráticos y de respeto a los derechos humanos; y –me interesó subrayarlo– con la que podemos emprender acciones políticas comunes, en casos como el de la crisis de Venezuela, que exigen la presencia y liderazgo mexicano en la búsqueda de soluciones y no la abstención de nuestro gobierno, amparado en una torpe interpretación de la Doctrina Estrada y del principio de No Intervención: México y la Unión Europea, con la presencia sobre todo de España, podrían presionar, amistosamente y quizá con éxito, por el diálogo entre las partes.

 

El pequeño Plan Marshall para Centroamérica

Debatimos ampliamente esta iniciativa, que podría ser la Joya de la Corona de las relaciones internacionales del régimen. A pesar de ser objeto de críticas, algunas feroces, me atrae y le tengo fe. Aunque de repente el gobierno la salpique –me permito esta expresión– con torpezas, como la nombrar de embajadores impresentables: Romeo Ruiz Armenta, esposo de Layda Sansores en Guatemala y Ricardo García Cantú, uno de los fundadores del Partido del Trabajo, en El Salvador. Lo que confirma, lamentablemente, lo que alguien dijo a la académica María Cristina Rosas, de que la política exterior es “el basurero del sistema político mexicano.” Además de que deja en manos de incompetentes e inexpertos el seguimiento de tan importante proyecto.

La iniciativa no resuelve, aquí y ahora, el gravísimo problema de la migración centroamericana  y caribeña –y de latitudes tan lejanas como África y La India– a México, que una frívola, demagógica invitación y promesas la multiplicó exponencialmente: 45,000 en octubre de 2018, 75,000 en febrero, 100,000 en marzo y abril, y 133,000 en mayo; y que provocan problemas de manutención, hospedaje, sanitarios, de derechos humanos –ya Michelle Bachelet, la Alta Comisionada de la ONU para derechos humanos reprobó la política migratoria mexicana y de Estados Unidos–; aparte del conflicto cotidiano con Trump y sus gobernados y adictos; y del descontento nacional que saca a la superficie nuestra abominable xenofobia.

Sí es, en cambio un proyecto de largo plazo, armado por la CEPAL y presentado por Alicia Bárcena, su secretaria general, que se basa en cuatro ejes: desarrollo económico, bienestar social, sostenibilidad ambiental y gestión integral del ciclo migratorio con seguridad humana. Con vistas a construir un espacio económico integrado por los países del Triángulo del Norte: Guatemala, El Salvador y Honduras –un periodista sugiere incorporar a Belice– y los Estados sureños de México.

Ciertamente es difícil echarlo a andar, pues requiere de miles de millones de dólares que los Estados Unidos de Trump se rehúsan a invertir y México solo no puede hacerlo. Pero sí puede la diplomacia mexicana, orientando y apoyando al presidente, concretar la asignación de recursos adicionales provenientes de fuentes públicas y privadas: Europa, Estados de la Unión Europea, empresas para las que sea su inversión un jugoso negocio en el mediano y largo plazo, etc. Y, desde luego, el gobierno de López Obrador habrá de presionar seria y eficazmente a los corruptos gobiernos del istmo centroamericano a fin de que hagan en sus países las reformas que sean necesarias. Ya el presidente les entregó recursos y los mandatarios han tenido contacto con él. Quizá la primera salida internacional del presidente mexicano podría ser a los países vecinos del sur; y con mucho impacto.