¿El fin de la historia?

La prospección –certeza– de Francis Fukuyama, quien afirma en su libro El fin de la Historia y el último hombre, escrito en 1992, que, concluida la Guerra Fría con el fracaso del comunismo, la política y economía que postulan el liberalismo democrático y el libre mercado se han impuesto, para siempre, parece estarse desmoronando.

Las reflexiones del estadounidense de origen japonés sirvieron de impulso al llamado Proyecto para el Nuevo Siglo Americano (sic), del que se nutrió el pensamiento de los neoconservadores, especialmente en política exterior. Aunque hay que decir en descargo de Fukuyama, que años después de exponer el proyecto, él se fue distanciando de los neocons, y en un artículo en el diario británico The Guardian, hablando de un próximo libro, After the Neocons…, afirmó que “el neoconservadurismo ha evolucionado en algo que ya no puedo apoyar”.

Lo cierto es que el mencionado Proyecto sí fue apoyado por personajes tan impresentables como Dick Cheney, vicepresidente de George W Bush, y Donald Rumsfeld, su secretario de defensa, que tuvieron un papel relevante durante la segunda guerra del Golfo –la invasión a Irak en 2003–; así como John Bolton, Consejero de Seguridad Nacional de la administración Trump, involucrado en la organización de esa guerra, y quien en ese papel​ proponía ataques preventivos a Corea del Norte e Irán, y fue un crítico virulento del régimen venezolano. Cuando estoy terminando este artículo, me entero que el presidente acaba de destituir a este halcón.

Lo cierto también es que el fin de la historia, con el arribo del liberalismo democrático y el libre mercado, que preveía Fukuyama, está lejos de ser la única realidad y el mundo es el escenario de la lucha entre quienes –políticos y ciudadanos– defienden tal democracia liberal, que yo desvinculo del Nuevo Siglo Americano (sic) y quienes la están desmantelando, por ambiciones personales o en aras de ideologías antidemocráticas.

 

“El espía que surgió del frío”

Como el personaje de la famosa novela de John le Carré, publicada en 1963, Vladimir Putin, el ex espía de la KGB también surgió del frío para ser presidente de Rusia: desde 1999 hasta 2024 que concluye su cuarto mandato, con una pausa, de  2008 a 2012, cuando ejerció como primer ministro, ya que, por disposición constitucional, no podía presentarse a la presidencia por tres mandatos seguidos.

Si Putin es uno los enterradores de la democracia liberal, no está sino siendo congruente con sus convicciones morales y políticas y como líder de una potencia que fue ultrajada por los miopes dirigentes occidentales, vencedores de la Guerra Fría –bien había dicho Gorbachov, entre bromas y veras, con motivo de sus contactos con Reagan, que el objetivo del mandatario estadounidense era llevar a la URSS al borde del abismo y luego inducirla “a dar un paso al frente”.

Para los europeos y los americanos –de Angloamérica y de Latinoamérica– la democracia y la economía de mercado, que puede –debe– humanizarse con una política y una economía sociales, The Welfare State, debe ser su ADN, y tendrían que defenderlo. La Rusia de Putin, en cambio, está fundada en valores diferentes y hasta enfrentados con Occidente, además de que el Kremlin está volviendo por sus fueros, como actor que se siente –y es– importante en la real politik mundial de hoy.

No obstante lo que afirmo, Rusia se sabe europea y por eso un dirigente occidental como Macron, haciendo gala de diplomacia y con un sentimiento sincero, evocó ante Putin, al recibirlo para una conversación tête à tête en el castillo de Bresançon el 19 de agosto, precisamente a esta Rusia europea, de “la Europa que se extiende de Lisboa a Vladivostok.”

Pero el país eslavo también es y se siente asiático, su ADN que le da fortaleza frente –y contra– a Europa, y que hizo escribir, ya en 1881, a Dostoyevski: “desterremos el miedo servil de que los europeos nos llamen bárbaros asiáticos y digamos que somos más asiáticos que europeos”.

Respecto al liberalismo, el jerarca del Kremlin lo critica ferozmente, y lo califica de obsoleto, al tiempo que se ha esforzado por consolidar a “Eurasia”, como filosofía política y como un bloque geopolítico que incluiría a otros estados de Asia y a las antiguas repúblicas soviéticas. Ucrania en primerísimo lugar.

Esto no ha sucedido respecto a este país, cuya condición geopolítica de Estado tapón entre Rusia y la Unión Europea ya lo hizo perder Crimea, que Putin se anexó; aparte de haber estado apoyando a separatistas prorrusos en el Este de Ucrania. Es este motivo, además de otros que tienen que ver con Irán, Siria y los derechos humanos en Rusia, por el que Moscú fue separado del G7, y ha sido objeto de otras sanciones.

A pesar de esta condición de Rusia, como paria, líderes occidentales, señaladamente Macron –y Ángela Merkel– inteligentes, realistas y diplomáticos, están dialogando con Putin, como también lo hace, aunque por razones oscuras, Donald Trump. Gracias a esto no se margina a una potencia, que no es ya la URSS, pero cuenta en el escenario mundial; y se dialoga con su líder, poderoso y hábil: Un acercamiento, de la diplomacia de Macron, que está dando sus primeros frutos con el reciente canje de prisioneros “de guerra”, entre Moscú y Kiev.

 

Asia y otros confines

Ajenos –por no decir confrontados– a los conceptos y valores democráticos y de derechos humanos, China y otros países asiáticos no pueden ser acusados de estar enterrando esos valores. Aunque sí son objeto de legítimas críticas por violarlos. Violaciones ostensibles en la represión que está imponiendo la dictadura comunista –que es, por cierto, una economía de mercado– de la China de Xi Jinping a Hong Kong. Por no hablar de muchos otros atentados a los derechos de comunidades como en el caso de la comunidad musulmana de los uigures.

La India, otra potencia de estatura mundial, es una democracia, conforme a los cánones de Occidente, y actúa como tal en sus procesos electorales. Pero excluye vergonzosamente a comunidades que no sean hindúes, budistas o sikhs, privándolas de la nacionalidad india y del acceso a la educación y a la salud. Con el propósito de ser una nación exclusivamente hindúe, “el sueño del presidente Narendra Modi”, según analistas europeos, la India se está convirtiendo en “una nueva África del Sur y su régimen de apartheid” dice Asaduddim Owaisi, presidente del principal partido musulmán del país. Además de que ahora, un mes después del putsch en Cachemira, la ONU ha expresado su preocupación por las restricciones a los derechos de los habitantes de esa región.

África es otro mosaico en el que conviven dictaduras sanguinarias con democracias que funcionan razonablemente; entre éstas últimas, Túnez –por cierto con una presencia importante, que es de saludarse, de mujeres–, Senegal, Ghana, Benin, Namibia, Botswana y Sudáfrica. Al lado de seudo democracias en las que el presidente se reelige sin pudor, en un escenario de violaciones de derechos políticos y derechos humanos: como Camerún con Paul Biya desde hace 43 en el poder, Guinea Ecuatorial cuyo presidente, Teodoro Obiang gobierna desde hace 40 años, y el ugandés Yoweri K Museveni, con 33 años detentando el gobierno. En el caso de África estos dictadores disfrazados de demócratas, están contribuyendo al entierro de la democracia.

 

La marchita primavera árabe

Las esperanzas que despertó hoy solo son historia, triste. Solamente la Revolución de los jazmines liberó a Túnez de un corrupto dictador y, sorteando dificultades y hasta atentados terroristas, avanza en democracia también Marruecos avanza, aunque no por la vía de una revolución sino de las reformas echadas a andar por su monarca.

El resto de “revoluciones” ha sido un desastre para la democracia y los derechos humanos: Egipto, Libia, Yemen, Siria. Persiste, fuerte, la antidemocracia homicida, de la que Arabia Saudí es emblema y el lastimoso vodevil del emir de Dubai y su ex esposa la princesa Haya su carta de presentación. Con el mundo musulmán y “cristiano”, pero sobre todo musulmán, víctimas del terrorismo yijadista asesino.

En este espacio geográfico de la marchita primavera se encuentra Israel, cuyo gobierno está hoy –diríamos– secuestrado por un mafioso y tramposo, como Netanyahu, que se propone, en complicidad con Trump, dar la puntilla al proceso de paz con Palestina y a la solución, conforme a resoluciones de Naciones Unidas y al derecho internacional, de dos Estados; a cambio de un plan de inversiones supuestamente millonarias, “el acuerdo del siglo”, que prepararon el yerno y asesores, todos judíos, del inquilino de la Casa Blanca.

 

El extremo Occidente: América

Entre el Rio Bravo y la Patagonia y Ushuaia –más las islas del Caribe latino– pueden encontrarse democracias saludables que contribuyen a fortalecerla en un mundo necesitado de ello. Pero hay también, lamentablemente, democracias secuestradas por políticos y sus cómplices y algún gobierno de camino a democratizarse. A riesgo de ser incompleto y de provocarme gratuitamente, y probablemente con razón, críticas, ofrezco en primer lugar, estos ejemplos de democracias que funcionan, independientemente de su filiación y de contiendas de política interior, que a veces polarizan: México, hoy El Salvador, Costa Rica, Panamá, República Dominicana, ¿Haití?, Colombia, Ecuador, Perú, Chile, Uruguay, Paraguay y Argentina.

El gobierno en el “buen camino” de la democracia, hoy dificultado por la política del mandatario estadounidense, es Cuba. Las democracias secuestradas son Guatemala y Honduras, infectadas por las sectas evangélicas y serviles del peor Israel –el de Netanyahu–; Nicaragua, que transitó de un conato de socialdemocracia a la dictadura de un corrupto; Venezuela, otra dictadura sin remedio; Bolivia, con un Evo Morales que gobierna con eficacia pero sufre el síndrome del líder necesario, del bonapartismo; y Brasil, que debería ser una democracia ejemplar pero hoy es rehen de un personaje deleznable.

En el espacio angloamericano está Canadá –con su componente francés de enorme riqueza cultural y humana– que es una democracia ejemplar. Se encuentra Estados Unidos y su democracia, que Trump –sus provocaciones e insultos– y el supremacismo blanco desvirtúan, pero que tiene una veta de políticos, activistas y gente pensante, que la protege y la enriquece. Hay que tener presente, en el aquí y ahora, a más de uno de los aspirantes demócratas a la candidatura presidencial y a las mujeres que obtuvieron una curul de la cámara de representantes en las elecciones de mitad de mandato. De ellas menciono con admiración a Alexandria Ocasio-Cortés.

 

Europa, “aparta de mi este cáliz”

Es en Europa y en el marco de la Unión Europea donde se da, de la manera más visible –y elocuente– la lucha entre los defensores de la democracia –y su componente de economía de mercado y, entre estira y afloja, The Welfare State– y quienes la supeditan a pulsiones racistas, xenofóbicas y ambiciones políticas. La Europa comunitaria, que es víctima de los embates de políticos, pensadores y místicos, y de colectividades que se proponen destruirla o mediatizarla.

Los personajes son ampliamente conocidos por todo interesado en los asuntos internacionales –yo he escrito, hasta la saciedad, sobre ellos en mis artículos de Siempre!–. Sobre Boris Johnson el primer ministro esquizofrénico del Reino Unido y el tramposo extremista Nigel Farage, en los comandos del brexit, que es la expresión del antieuropeismo británico y de la nostalgia pueril –por decir lo más suave– de un imperio ido, así como de la pasión, casi servil, por el familiar rico, del otro lado del Atlántico.

También he escrito acerca de Viktor Orban, el premier húngaro, Jaroslaw Kaczynski, el siniestro croupier del poder en Polonia, y Geert Wilders y su Partido de la Libertad en los Países Bajos, obsesionados con mantener la pureza de la raza blanca en sus países y atacando de manera virulenta y con mentiras a musulmanes y otros inmigrantes y refugiados. Acerca de Marine Le Pen, la astuta y experimentada líder francesa de ultraderecha, triunfadora, por Francia, en las elecciones europeas; de Santiago Abascal y su partido Vox, con una presencia inesperada en el tablero político español; y, desde luego, de Matteo Salvini, el patán líder de la Liga italiana, vicepresidente de su país, enemigo rabioso de los inmigrantes y refugiados, cuya ambición de ser el jefe poderoso de una poderosa ultraderecha europea lo llevó al fracaso.

 

La esperanza

Existe la esperanza porque Salvini y su mafia de ultraderecha fracasaron. Porque hoy tenemos, en cambio, un nuevo gobierno italiano proeuropeo, moderado, y porque Macron se ha fortalecido después de su éxito en el G7, loque contribuye a desactivar situaciones conflictivas peligrosas, como el tema de Irán y posibilita el diálogo con Putin y efectos positivos –acercamiento de Rusia y Ucrania. Además. la canciller Ángela Merkel, estadista fuera de serie, todavía está presente en la política europea. Y, de vital importancia, porque la carismática y simpática Ursula von der Leyden, nueva presidenta de la Comisión Europea, ha conformado un ejecutivo ejemplarmente paritario –recuérdese, por cierto, que el español Joseph Borrell, político talentoso y experimentado, es Vicepresidente y Alto Representante de Política Exterior– que fortalece a la Unión Europea.

Del lado americano, la moneda está en el aire ante la próxima contienda por la presidencia de Estados Unidos, entre la reelección de Trump o el triunfo del candidato demócrata, más de uno que puede considerarse excepcional.

El resto de los “comensales” a este “banquete” por la democracia, que creemos en ella –caso de los latinoamericanos– debemos, por imperativo categórico, defenderla.