Muy pronto las estadísticas oficiales, esas que tanto odia el presidente López Obrador, lo pusieron en su lugar como experto manipulador de la información para que sus idólatras seguidores sigan construyendo castillos en el aire sólo sustentados por “sus datos” y oníricas frases mediáticas. Hace unas semanas anunció en una de sus maratónicas conferencias-informes de las mañanas que “El pueblo está feliz, feliz, feliz; hay un ambiente de felicidad, el pueblo está muy contento, mucho muy contento, mucho muy contento, alegres. Entonces, no hay mal humor social”, aseguró, con base en reiteraciones que dejan ver su limitado recurso lingüístico.

Y sí, efectivamente, los resultados más recientes de los módulos de Bienestar Autorreportado (BIARE) dados a conocer por el Inegi dicen que los mexicanos están felices, pero no están satisfechos con el país, con el gobierno ni con su seguridad. El organismo reporta que en una escala del 0 al 10, aspectos como la actividad gubernamental y la seguridad ciudadana fueron los ámbitos peor calificados de la población adulta, con promedios de 6.8 y 5.3, respectivamente, durante julio de 2019.

Están satisfechos, sí, pero con sus relaciones personales, logros en la vida, tiempo libre, actividad y ocupación, estado de salud, pero no con lo que tanto pregona el presidente Obrador, es decir con su acción de gobierno. En eso no hay aprobación.

Para el presidente no existe el enojo de madres trabajadoras de escasos recursos porque desmantelaron las estancias donde dejaban a sus hijos mientras trabajaban: ni el de los niños enfermos y sus familias porque les restringieron tratamientos y medicinas; tampoco ve el coraje de los campesinos y productores que bloquean carreteras y avenidas como último recurso ante los recortes y modificaciones en los apoyos al campo; para él no existe el inmenso coraje y dolor de miles de madres y padres de víctimas desaparecidas y asesinadas por la generalizada violencia del crimen organizado en todo México, donde su capricho llamado Guarda Nacional se ha visto rebasada por los hechos y en algunos casos no ha estado presente por andar cazando migrantes.

¿Cómo van a estar felices miles de mujeres que, hartas de ser violentadas, abusadas y reprimidas, han salido a las calles de varias entidades federativas a gritarle al gobierno federal que las proteja? ¿Cómo van a estar felices miles de familias que padecen el despido de sus padres y madres de los empleos que tenían como trabajadores del sector público, en aras de una iracunda austeridad implementada casi como venganza del presidente?

Su soberbia le impide ver la dramática realidad que viven la mayoría de los mexicanos. Lo que escuchamos y vemos en sus conferencias de cada mañana son mensajes complacientes, manipuladores y triunfalistas destinados a sus fieles seguidores pero no a toda la sociedad. Para el presidente los datos duros oficiales son ataques de sus “adversarios”. Como si eso fuera razón suficiente de no gobernar para todos. Esa visión idílica de sus propios datos le ha servido como égida para destruir de un plumazo instituciones que se construyeron en décadas.

Ha convertido a Palacio Nacional en su púlpito desde donde despotrica (“con el debido respeto”) contra quienes no están de acuerdo con él. Un día se cree Juárez, otro Madero, uno más Lázaro Cárdenas, pero en realidad se ha erigido como el Atila de la izquierda, el incendiario tropical que, bajo el manto de una pretendida cuarta transformación, todo arrasa, principalmente con lo que significa progreso, desarrollo, tecnología, sustentabilidad.

Con tal de materializar sus caprichos, hace a un lado al Estado de Derecho sin importarle un ápice aplastar la autonomía de organismos que nacieron para fiscalizar las acciones de gobierno. Datos como los del Inegi que referimos al principio y los indicadores del Banco de México, así como los de calificadoras internacionales apuntan a que este gobierno (su gobierno) ha sido un rotundo fracaso, principalmente en el rubro de la economía. La recesión económica va a dejar de ser una estimación para concretarse en una muy cruda realidad para los bolsillos de millones de mexicanos, incluidos los que menos tienen y que supuestamente tanto le preocupan a López Obrador, que ya han reducido sus niveles de consumo.

Con todo este panorama abrumador, no hay manera de que los mexicanos estemos felices. Esta es una loca idea más del incendiario tropical. Y pensar que aún falta tanto tiempo para que termine su administración.